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De olivos y haikus: lúcida mirada oriental
Haikus del olivar, de Manuel Molina González
Leonor María Martínez Serrano
Universidad de Córdoba
Haikus del olivar (2015) es un poemario único que encierra una mirada singular y oriental a un paisaje al que están acostumbrados nuestros ojos en tierras andaluzas. Manuel Molina González sigue aquí las sendas de Basho, Issa o Busson para plasmar, en versos de concisión punzante y meridiana claridad, el mar de olivos con sus matices y minúsculos cambios a lo largo de las cuatro estaciones del año. No hay aquí, pues, ni arrozales ni cerezos en flor que inunden el aire con sus aromas irresistibles, sino centenarios olivos que contemplan impasibles el paso del tiempo, expuestos a los elementos, con sus ramas extendidas al aire y sus frutos solícitos al alcance de la mano humana. Es el paisaje lo que ha de primar en el haiku, no la subjetividad de quien lo contempla. Es el mundo verde y vegetal el que ha de imponer su lógica por encima de todo lo demás. El haiku atrapa a vuela pluma un fragmento del mundo y un instante de tiempo en su fugitiva naturaleza, a la par que subraya cuanto de irrepetible y nostálgico hay en ese vórtice perfecto de espacio y de tiempo. Así ocurre en las composiciones reunidas tan magistralmente en tres lenguas – castellano, inglés y japonés – en una cuidada publicación de Ediciones Carena.
Nacido en Priego de Córdoba en 1966, Manuel Molina González se licenció en Filología Hispánica y se doctoró con posterioridad con una tesis sobre la obra literaria de Niceto Alcalá-Zamora, Presidente de la Segunda República Española. Es Profesor de Educación Secundaria por la especialidad de Lengua Castellana y Literatura, así como Colaborador de la Universidad de Jaén. En la actualidad, trabaja como Asesor de Formación del ámbito cívico-social en el Centro del Profesorado Priego-Montilla. A su pluma se debe una ingente cantidad de artículos publicados en la prensa periódica, entre los que cabe destacar su columna semanal de opinión en el diario Ideal de Jaén desde 2004, así como obras diversas sobre didáctica y educación, etnografía e historia, libretos para teatro y danza, textos teatrales y narrativa. Entre sus obras de investigación que versan sobre la Segunda República Española, cabe destacar los libros Bibliografía sobre Manuel Azaña, La escritura memorialística de Niceto Alcalá-Zamora o La obra literaria de Niceto Alcalá-Zamora. También ha publicado obras diversas sobre etnografía y didáctica, tales como un libro que se sitúa a medio camino entre la historia y la gastronomía, titulado Cocina tradicional de Priego de Córdoba; Jaén, espacios naturales, un libro de viajes, cultura y gastronomía; El cuento y los medios audiovisuales, sobre didáctica; y Cuentos y leyendas de Cazorla, sobre la tradición oral. Ha publicado, asimismo, artículos de crítica literaria y el grueso de su obra poética en revistas de prestigio nacionales e internacionales. Con todo, su ámbito natural es el de la poesía visual, que lo ha llevado a montar exposiciones y trabajos en distintos países bajo los títulos “Contra el viento”, “Yuxtaposiciones”, “Libérrimos” o “Libros que fueron y volvieron pájaros”. Durante varios años fue el Director del Festival Internacional de Teatro de Cazorla. Su obra ha sido reconocida con prestigiosos premios literarios nacionales e internacionales.
Haikus del olivar es un libro políglota que canta el legado de tierras ancestrales en suelo andaluz. El olivo es y no es el mismo cuando se suceden las cuatro estaciones. En primavera leemos los campos sembrados de renglones de olivos en su eclosión vegetal in potentia: “Troncos trenzados, / sobre la tierra arada. / Pies centenarios.” En la era de Proserpina, es tiempo de fulgor de luz y paleta de verdes por doquier: “Se multiplican / erguidos y lozanos / los verdes senos.” “Tierra compacta: / fuerza desconocida / que brotará”: así condensa la voz poética el anuncio de nueva vida, que aguarda silente mientras el mundo vegetal encuentra su sustento en las sales minerales de los suelos nutricios. Con el estío, los campos de olivo lucen en su esplendor y abundancia: “La luna alta, / los olivares se callan: / crecen dormidos.” El follaje verde y los tonos marrones de los troncos contrastan con el azul cielo, mas la conjunción evoca lo sin fin: “Verde y marrón, / horizonte azul: el infinito.” Y poco a poco, calladamente, se gesta el fruto solícito bajo los cielos amables del verano: “Savia y flores / entre tierra y vuelo. / Miles de frutos.”
El otoño trae colores y olores nuevos: a tierra mojada y a niebla, a hojas caídas y arrastradas por el viento, a equinoccio que busca el equilibrio entre las luces y las sombras. El poeta capta esa paleta de tonalidades que se apoderan de los olivares de forma magistral: “La tierra umbría / huele a musgo tierno. / Ya no lo olvido.”; “Niebla temprana, / con un velo azul, / adormecido.”; “Yemas de ramas / crecen imperceptibles. / Florecerán.”; y “Respira lenta / la tierra tras la lluvia. / Vapor de agua.” El invierno, al fin, es tiempo de cosecha de la aceituna. Por extraña alquimia y metamorfosis, la aceituna se tornará áureo líquido comestible, que con generosidad ancestral impregnará el pan del desayuno andaluz: “Las aceitunas / serán verde aceite: líquido oro.” y “Ágil y armónico / el aceite escanciado / riega el pan.” La aceituna completa así su ciclo natural, atraviesa eones de tiempo para cumplir con su cometido, que no es otro que madurar y dar aceite a hombres y mujeres: “El fruto verde / convertido en negro: tiempo y vida.” Mas los olivos no están solos; detrás de ellos está la mano humana que varea y recolecta la aceituna: “Encallecidas / las manos que varean. / Duro jornal.” Las aceitunas se atesoran una a una, mientras que la hojarasca se descarta como en un proceso de selección espontánea y natural: “Cae al suelo / verde y plata envés, / la hojarasca.”
El olivo dibuja los horizontes de los campos andaluces, es ese ser ancestral y esa presencia ubicua que casi nos pasa inadvertida. Una vez más, necesitamos la mirada lúcida del poeta para hacer palpable y visible a los ojos humanos la entidad sagrada que alberga en su interior el olivo milenario. Por esto mismo, es preciso leer Haikus del olivar, que nos deja un regusto a aceite fresco en la boca y nos insufla vida nueva para mirar los olivares con los ojos abiertos de par en par.