Guillermo Marco Remón

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Guillermo Marco Remón 

(Madrid, 1997) es poeta e investigador en Inteligencia Artificial y Procesamiento del Lenguaje en la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Su primer poemario, Otras nubes (Rialp, 2019), fue accésit del 72º Premio Adonáis en 2018. Ha colaborado con diversas revistas como Maremágnum y Vallejo & Co.

 

A GUILLERMO PARA QUE VUELVA

 

Nos sentábamos en la colina

para ver el atardecer

(crepúsculo tiene las mismas sílabas

pero el peso de un lector afectado).

El cielo se manchaba del color de las amapolas

Guillermo Marco Remón
Guillermo Marco Remón

y ellas cabeceaban asintiendo la primavera.

No me extraña que los griegos pensaran

en las nubes como el apartamento de los dioses:

parecen el mobiliario del cielo.

Y seguíamos hablando y hablando

sobre cuál era la probabilidad

de que un funcionario se traspapelase a sí mismo

o sobre las dos eternidades

(el fuego del infierno y el olor a mandarina en las manos).

Y como si tu voz meciese un visillo, terminabas:

Me has malinterpretado correctamente.

Tus comentarios eran mi compañía, Guillermo;

las sillas nos dejaban marcas en las piernas

y hubiera preferido un indicio

—quizá en la manera en la que te reías con cara de llorar—

que anunciara tu mudez antes de que desaparecieras

para hundirte en el espejo.

 

 

 

POR QUÉ DEJAMOS DE VERNOS

 

Nuestras vidas fueron dos historias juntas

como dos libros que se rozan en la Cuesta de Moyano.

Si volviera a vivir nuestras tardes,

convivir en tu mirada, haría una costumbre

—aunque me repitiese—

el contarte mi primer amor correspondido,

la historia de la fábrica de mi abuelo

o por qué mi madre dejó de pintar.

Quisiera volver a arrugar la toalla sobre la hierba

mientras compartimos una naranja

para ser, otras tantas tardes, amigos.

 

Poemas de Otras nubes (Rialp, 2019)

 

 

 

REGALO

 

El reloj de muñeca, tu regalo,

tenía un minutero tan enorme

que mi mano temblaba con el tiempo.

Y me pides aún que yo te ayude

a ponerte un pendiente y hasta enhebrar

la aguja cuando coses un botón

de una de mis camisas. Cada vez

que me requieres, sufro

porque el brazo se cansa

de soportar ese temblor del tiempo

que tú me regalaste.

 

MANERAS DE RELACIONARSE CON EL TIEMPO

 

Mirando de reojo el calendario de la cocina,

leyendo en el andén la acepción de esperar,

contando los granos de la arena de un reloj,

haciendo el amor por aburrimiento,

leyendo cualquier novela que contenga ,

insistiendo en que todo se arregla,

mirando fijamente la arruga de mi interlocutor,

amando lento y con prisa,

tradicionando la vanguardia,

escribiendo.

 

 

 

A VECES EL AMOR ES UN PEQUEÑO EXILIO

 

Yo te esperé de madrugada solo.

Me había acostumbrado a volver lentamente

a casa, cada día, a una hora de la tarde,

mirando hacia la hierba, ayudando, de vez

en vez, a las hormigas con ramas que los pájaros

traían en los picos. Deshojaba una agenda

como quien se pregunta si vendrá o no vendrá.

Y estarías en vete a saber dónde,

feliz por no quererme –y es justo y es mi costumbre–,

con una ciudad de hombres solos a tu espera.

Así que volví a casa.

Con mi bastón de joven peregrino

marqué sobre las sendas de regreso

tres huellas como el Espíritu Santo.

Una espiga me entró en el calcetín,

la ignoré hasta que me hizo daño, hasta

que me evocó a nosotros.

Sin querer, acabé donde quería.

Para que mis zapatos anunciaran mi vuelta,

en pocas horas di varios paseos.

Erguí la espalda para camuflar

mi perfil de hombre que regresa tarde.

Y pregunté por Juan, Álvaro, Serge,

pregunté por amigos de mi vida.

Antes de irme, les dije: Mañana nos veremos,

como fray Luis, y espero no escucharos

–con el moho en la lengua, con la alegría gris

de la edad en los ojos, susurrándoos para

no despertar recuerdos–: «No está, falta Guillermo.»

Y hoy dejo tu abandono y no encuentro mi nombre

en los murmullos: Llega sucio porque cayó

en un abrazo por su viaje de indeciso.

Le besaron con calma y limpiaron el polvo

del camino de vuelta con los labios resecos.

Tampoco me encontré con mi buena amiga.

Se entregó como lluvia de agosto a mi pasado;

y sé que me esperó y no la tuve en cuenta.

Por fin, entré a mi casa.

El bedel se asomó sobre el periódico

como insinuando: Qué importa volver

de tu destierro si ya no queda nadie que te quiso.

 

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