GRANADAS EN LA BOCA DE PUTIN

GRANADAS EN LA BOCA DE PUTIN

Antonio Costa Gómez
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GRANADAS EN LA BOCA DE PUTIN

Me refiero al fruto que chorrea zumo agrio. El armenio Sergei Parajanov dirigió la película “El color de las granadas”.  En la época de Stalin todo el mundo era ruso. Y ahora ocurre algo parecido. O eres ruso o no eres nada. Pero a veces Stalin tragaba mal, algo se quedaba atravesado en su boca.

Uno de esos rusos a la fuerza fue el armenio Sergei Parajanov. Hace  años  la Filmoteca Nacional de Madrid programó un ciclo suyo y vi  “El color de las granadas”. Y quedé deslumbrado. Es una película sobre Sayat Nova, el gran poeta de Armenia, del siglo XVIII, que vivió en Tiflis, escribió en varios idiomas, se crio en un monasterio, estuvo en la corte, se enamoró de una princesa y se retiró otra vez a un monasterio.     Lo mataron los mongoles en la iglesia armenia de Tiflis.

Es una película de una libertad absoluta, de una genialidad completa. No cuenta nada linealmente, nos ofrece una sucesión de cuadros sueltos, los actores imitan a las marionetas. A Parajánov le gustaba fabricar muñecos.

Me alucinó ese chorrear de las granadas encima de un mantel, como cae su jugo por la boca de los monjes. Baja el agua de lluvia por unas paredes, el viento azota la ropa tendida de los monjes. Se prepara el cordero asado, balan miles de ovejas dentro de una iglesia, baila un caballo. Aparece una princesa como un cuadro de Klimt en el interior del monasterio. Baila un gallo de madera reflejado en un espejo, se mueven los rostros igual que tallas de madera.

Pero el colmo es cómo el viento mueve las hojas de los libros en la biblioteca del monasterio cuando los ponen a secar después de la lluvia. Sentimos esa sensualidad de los libros, esa comunicación íntima con los libros que se tocan y huelen. Eso no pasa con los ebooks de esta histeria tecnológica.

Sergei Parajánov nació en Tiflis, de familia armenia, en 1924. “La infancia de Iván” de Tarkovski lo dejó deslumbrado y decidió dedicarse al cine. Consuelo y yo lo vimos en su museo en Yerevan, en mitad del Cáucaso. Vimos recuerdos de Fellini y de Orson Welles, fotogramas de “Las sombras de nuestros antepasados” y “La leyenda de la fortaleza de Suram”,  imágenes  de cuando estuvo en la cárcel por homosexual.

Y lo vimos flotando en un monumento en Tiflis.  Para nosotros era el ángel gordo que se liberaba de todo, que se soltaba de todas las ataduras, que se transfiguraba en la Gioconda, que hacía películas como poemas chorreantes. Era como Dalí alucinado y flotante.  Stalin imperialista y todopoderoso se lo tragaba todo pero a veces algo se le quedaba en la boca. Como Parajanov con  sus granadas chorreantes.

Le contaba en mi casa a un estalinista como puteaban a Parajanov en la cárcel por ser gay y por ser incorrecto. Y el estalinista se reía. Le caía la risa de hierro por la boca. Putin con la grandeza de Rusia  se tragaba a Parajanov con sus granadas vitalistas. O Stalin, qué más da. Y el estalinista se reía en mi casa con risa de hierro.

 

Antonio Costa Gómez       Foto: Consuelo de Arco

 

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