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José de María Romero Barea
“¿Qué aconsejaría a los lectores que se quejan de no entender lo que usted escribe, incluso después de haberlo leído dos o tres veces?” “Leerlo cuatro veces”, sugirió el escritor William Faulkner, en su entrevista para el Paris Review, en 1956. Tal vez en ese consejo pensaba el autor argentino Juan José Saer (Serodino, 1937 – París, 2005), gran admirador del creador de Yoknapatawpha, al escribir Glosa (1986, reedición de Rayo Verde editorial, 2015), una novela que lleva al lector a través de la misma historia en varias ocasiones, desde la perspectiva de varios personajes diferentes. Sólo con suerte y perseverancia logra el lector reconstruir la narración.
“Es, si se quiere, octubre, octubre o noviembre, del sesenta o del sesenta y uno, octubre tal vez, el catorce o el dieciséis, o el veintidós o el veintitrés tal vez, el veintitrés de octubre de mil novecientos sesenta y uno pongamos – qué más da.” El narrador, al igual que el lector, no entiende hasta bien avanzada la trama qué está sucediendo a su alrededor, por lo que se limita a dejar constancia de los acontecimientos. Ficción de índole detectivesca, Glosa impulsa al lector a seguir leyendo, reduciendo al absurdo el acto de lectura en sí mismo. Saer nos obliga a averiguar qué está pasando, basándonos en pistas e indicios, “los recuerdos falsos de un lugar que nunca han visitado, de hechos que nunca presenciaron y de personas que nunca conocieron”.
Toda lectura requiere que el lector infiera el significado de lo que lee: el segundo capítulo de Glosa, “Las siete cuadras siguientes”, convierte dicha inferencia en un deporte de riesgo, al moverse a través de momentos diferentes y periodos distintos, a menudo sin señal de cambio evidente, al avanzar a través de “una actualidad íntegra, palpable, que se despliega en ellos y que ellos despliegan a su vez, organización fina y móvil de lo rugoso que delimita y contiene en lo exterior, durante un lapso imprevisible, la deriva del todo, ciega, que desalienta y despedaza”.
Glosa se asemeja a un diálogo platónico, y cuenta su historia desde el punto de vista de sus protagonistas, cada uno de los cuales se encuentra, al igual que el lector, perdido. La fiesta de cumpleaños de Jorge Washington Noriega actúa a modo de centro ausente de la novela, de foco de todos los personajes, a pesar de ser inalcanzable y desconocido, como la verdad misma. La novela, sin embargo, se aferra a lo que Faulkner denominó “contrapuntos”, es decir, patrones cuidadosos de palabras e imágenes, para crear una unidad artística que trasciende las perspectivas fragmentadas en exhibición.
Notoriamente intransigentes y difíciles, las novelas de Saer (La pesquisa, El entenado, Nadie nada nunca, entre otras) toman su espíritu de la reflexión de Macbeth que a su vez retomaría Faulkner en su célebre relato de 1929: “la vida es un cuento / contado por un idiota, lleno de ruido y furia, / que no significa nada”. Saer utiliza el discurrir de la conciencia de dos amigos, Leto y el Matemático, para sugerir la forma en que la mente fluye a través del tiempo. La memoria, la realidad y la emoción se encuentran, por turnos, y se recombinan en un fascinante caleidoscopio.
Sevilla 2016