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Fresh: Resistirse a ser un pedazo de carne
Por Salomé Guadalupe Ingelmo
Una joven con dificultades para entablar relaciones amorosas, al tiempo reacia a las violentas citas a ciegas, una noche topa por casualidad con un tipo atractivo y simpático que la aborda con notable gracia y delicadeza en —ironías de la vida— la sección de verduras frescas de un supermercado.
Para sorpresa e intranquilidad de su mejor amiga, tras solo una cita decide aceptar la propuesta del desconocido, que la invita a visitar su casa de campo. Lujosa, aunque, previene, sin apenas cobertura y, por tanto, escasamente comunicada.
Pero allí, en ese oasis de confort y elegancia, este cirujano plástico, refinado, rico y culto, se descubre un carnicero que amasa su fortuna a base de vender por piezas a otras víctimas como ella, chicas sin familia ni amigos a las que nadie echará en falta.
Y es que, naturalmente, uno no puede fiarse de las apariencias. Menos aún en los tiempos que corren. Hoy en día, con el triunfo de la superficialidad y el disimulo, vivimos de pura imagen. Un mal que ha ido creciendo exponencialmente con el afianzamiento y la expansión de las redes sociales, que el ciudadano medio no ha sido educado para usar con responsabilidad y precaución. Porque, por supuesto, todo parecido entre quienes fingimos ser en las redes y nosotros se puede considerar mera casualidad. Así que un sensible y educado profesional de éxito puede acabar siendo, perfectamente, un caníbal depravado, sin escrúpulos y, además, ya casado.
Fresh ofrece, por un lado, una crítica demoledora contra el capitalismo más brutal y carente de toda ética, que cosifica al individuo y promueve la desigualdad social, abocando a los más humildes a la exclusión y la marginalidad, a convertirse en víctimas, en pasto de los privilegiados. Pero, al tiempo y quizá incluso por encima de ese discurso, la película denuncia la desigualdad de género, el machismo enquistado en nuestra comunidad, aún asumido como natural e institucionalizado.
En efecto, todavía hoy —como pocos segundos de publicidad, apenas encendemos la televisión, ponen de manifiesto— la mujer toma parte, conscientemente o no, en una suerte de mercado de ganado donde ella se ofrece a un postor que no siempre se revela el mejor. Siguiendo con el caso concreto de la película, en las citas a ciegas la mujer acepta desempeñar el papel que todos esperan de ella: como quien ha de ganarse al “cliente” para colocar su “mercancía”, intenta mostrarse complaciente ajustándose al patrón, adivinar los gustos del hombre para así agradar al posible “comprador”. En este caso, además, encubierto destazador que ya está calculando por dónde cortar las piezas más apetitosas.
Y no solo se trata del cortejo. Más allá de las trampas vinculadas a los intrigantes juegos de seducción iniciales, también en la pareja consolidada la mujer, cual rehén aquejado del síndrome de Estocolmo, acepta el rol de sumisión que se le impone de forma permanente y sin esperanza de remisión. Muy elocuente al respecto, la magistral secuencia en la cual, en un plano/contraplano que sugiere un diálogo tan silencioso como perverso, se enfrentan el —turbador e inquietante— desnudo cojo de la esposa del cirujano caníbal entrando en la ducha y las piernas fornidas de él, corriendo libre mientras hace deporte y cuida de su cuerpo.
Es precisamente esa sumisión incondicional lo que persigue el sádico, lo único que consigue fascinarlo y hace caer sus defensas: la presunta empatía que finge la protagonista y su cándida docilidad. Porque eso es lo que ansía una sexualidad masculina insegura —propia del adolescente—, que solo se atreve a establecer relaciones “afectivas” con el otro género si ejerce el poder y el control sobre la mente y el cuerpo ajeno, el femenino naturalmente.
Por supuesto, no es casualidad que los degenerados que compran la mercancía de nuestro cirujano demanden carne únicamente de mujeres, prueba evidente de que, en esta sociedad aún patriarcal, el goce viene dado por el ejercicio de la supremacía —como en realidad sucede también, esencialmente, en el consumo de la prostitución y, por supuesto, en la violencia sexual—. De hecho, fetichistas como son, pagan suculentas cifras por obtener, además, como trofeos, objetos personales de las víctimas que ingieren.
Aunque limitado en sus intervenciones, especialmente interesante me resulta el personaje de la esposa, esa mujer que, por otro lado, ha interiorizado tanto el papel de víctima —superviviente, sospechamos a cuenta de su pierna amputada, de un destino similar al del resto de retenidas— que, sin conciencia de género alguna ni rastro de compasión, se ha convertido, a su vez, en verdugo de su propio sexo y toma parte en el rapto, tortura y asesinato de otras semejantes, de quienes también consumirá su carne. Porque consentir y participar en esa aberración le permite seguir disfrutando de su estatus y mantener su tren de vida. Y porque a menudo la mujer se ha revelado su peor enemiga. Si bien, en ese sentido, el mensaje de esperanza final es evidente: si las secuestradas se salvan y consiguen hacer probar su propia medicina al verdugo —que acaba, precisamente, sin la pieza que el recalcitrante machismo más valora y estima— es gracias al trabajo en equipo, a la solidaridad de género y a la ayuda que entre ellas se prestan.
La advertencia de Fresh está clara: en la sociedad actual puedes comprar cualquier cosa si tienes dinero suficiente, incluso a las personas. Ya no solo metafóricamente, sino también en el sentido más literal y brutal.
El atroz banquete genera esa sensación de ebriedad, de lascivia, de poder absoluto que da el control total, el saberse superior y al mando, el ser consciente de que otra vida está en tus manos y puedes decidir darla o quitarla como un antiguo césar solo con mover un dedo. El frenético torbellino de imágenes que pone rostro a esa antinatural orgía de carne no puede por menos que evocarme el hambre perpetua, la sed de un vigor sobrehumano —el adquirido mediante la ingesta del cuerpo de otra persona, como creían muchas culturas que hacían uso del canibalismo y consumían el cuerpo de los enemigos caídos para conquistar su fortaleza— que experimenta el wendigo en la injustamente olvidada Ravenous.
Con las polémicas declaraciones sobre las macrogranjas aún calientes en nuestro país, tampoco podemos pasar por alto que, de forma subliminal, Fresh nos advierte además sobre la dependencia que el consumo excesivo de carne está generando, sobre los problemas que —más allá de las posibles consecuencias sobre la salud de la demasiada ingesta— atender esa demanda está ocasionando en el medio ambiente y sobre el natural descontento de quienes más perjudicada ven su calidad de vida a corto plazo por culpa de estas infraestructuras.
La otra reflexión, no menos interesante, que propone la película es de índole más social: en nuestro mundo actual, plenamente virtual, hemos establecido relaciones no menos virtuales de las que uno no se puede fiar porque nunca sabe quién está realmente al otro lado del dispositivo. Así, las redes y plataformas se convierten en una jungla donde los más sinceros quedan expuestos y a merced de quienes disfrutan de más recursos para mentir en su beneficio. En consecuencia, las élites siguen disponiendo a sus anchas de las clases más humildes, alimentándose de ellas.
En ese panorama tan despiadado, resulta inevitable el guiño a American Psycho, un clásico del género, que se manifiesta a través de esa desconcertante música presente en las escenas de mayor intimidad entre víctima y verdugo, una intimidad por supuesto urdida para facilitar la huida.
En definitiva, creo que desde el principio de la pandemia no había vuelto a ver una propuesta cinematográfica tan interesante, tan sencilla en su realización y al mismo tiempo tan compleja y rica de contenidos. Mi aplauso para la directora, que desde luego persigue unos objetivos muy claros y sabe perfectamente como alcanzarlos.
Unas interpretaciones mucho más que dignas y la demostración de que se puede hacer verdadero cine de calidad con un presupuesto modesto y prescindiendo de artificios o pretenciosidad alguna. Porque en Fresh nada es fortuito, superfluo o banal. Interesa ante todo el fondo, un fondo de plena actualidad. Y es que nuestra sociedad tiene aún muchas cuentas pendientes por saldar, muchas tareas por abordar en el plano de las relaciones humanas y las relaciones de género, dentro y fuera de la pareja.
FICHA TÉCNICA
Título original: Fresh
Año: 2022
Duración: 114 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Mimi Cave
Guion: Lauryn Kahn
Música: Alex Somers
Fotografía: Pawel Pogorzelski
Reparto: Sebastian Stan, Daisy Edgar-Jones, Andrea Bang, Charlotte Le Bon, Brett Dier, Dayo Okeniyi, Jonica T. Gibbs, Sunghee Lapell, Alina Maris, Jojo T. Gibbs
Productora: Hyperobject Industries, Legendary Pictures
Género: Thriller. Terror. Drama | Thriller psicológico. Comedia negra
Fresh: Resistirse a ser un pedazo de carne