FREDY MERCURY CONTRA LOS TAPAMUJERES

FREDY MERCURY CONTRA LOS TAPAMUJERES

Antonio Costa Gómez
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FREDY MERCURY CONTRA LOS TAPAMUJERES

     Está ahí, en una plaza de Montreux, lleno de dinamismo y de pasión por vivir. Tuerce un poco el cuerpo y levanta el brazo, se extiende en el espacio. Contra toda estrechez.

   Cuando Consuelo y yo fuimos a Montreux visitamos a Lord Byron en el castillo de Chillon, caminando un kilómetro por el lago. Era otro símbolo de la libertad que cantó al prisionero de Chillon encerrado allí por su lucha contra la opresión.

    Íbamos desde la adusta Ginebra, que siempre me ha traído malas resonancias, porque allí mandó Calvino quemar a Miguel Servet. Calvino el que lo consideraba todo pecado, el que dio origen al puritanismo más enemigo de la vida. El que patrocinó otro integrismo segador de la vida. No importa que allí también estuvieran Rousseau  o Borges, para mí no deja de ser la ciudad de Calvino y el calvinismo.

    Ahora hacen una subasta en Londres con las cosas de Freddy Mercury. No sé si me alegra eso. Mejor harían creando un museo con sus cosas. Los amigos de Mercury parecen más peseteros que amigos.

    Pero en Montreux le hacen un homenaje. Porque esa ciudad resuda alegría de vivir y refinamiento. Porque es alegre sutilmente por sus calles y plazas. Porque allí va la gente a vivir.  Recuerdo cuando veíamos la ciudad desde lo más alto con sus calles bajando como precipicios hacia el lago.  Con las casas con jardines casi volando. Con su toque de sensualidad tan novelesca. Allí escribió Pere Gimferrer uno de sus poemas más fascinantes.

    Pero se organizó un homenaje hace tiempo en la playa de Stone Town en Zanzíbar y los integristas lo prohibieron. Los mismos que echaron ácido a dos muchachas británicas.  Los que consideran todo pecado y tapan a las mujeres. Y tapan de paso la vida entera. Basándose en interpretaciones mezquinas y sordas de su libro. Basándose en una doctrina que encierra al universo entero.

    Eso ocurrió en Zanzíbar, de donde era Freddy Mercury. Una mezcla gozosa de razas y de culturas. Que era británico pero también indio y de origen persa. Que era de todo y no se encerraba en nada. Igual que en esa estatua de Montreux extiende su cuerpo y no admite encierros. Que extiende su brazo como extiende la vida. Como extendía sus canciones en los años ochenta que hicieron vibrar al planeta entero.  Y a mí me gusta recordarlo porque también me hizo vibrar. Y me hizo disfrutar del entusiasmo volante de la vida.

   Está encantado en su estatua, porque para él la vida aún tenía encanto. Un encanto rítmico y desenvuelto que contagiaba a las personas. Más allá de todos los integristas. De los calvinistas que prohíben el teatro y todo lo demás, y de los que tapan a sus mujeres con su doctrina sorda.

    Y sigue ahí danzando e invitando a destapar a las mujeres y a destaparlo todo. A decir las cosas y a vivir las cosas. A convertir la vida en ritmo y en contagio de entusiasmo. A no ser amargado y a extender la vida hasta sus contornos. Como decía Albert Camus citando a Píndaro: “Oh alma mía no aspires a la inmortalidad / pero agota el campo de lo posible”.

    Pero el cuerpo de Freddy Mercury en Montreux incluso invita a la inmortalidad. A la inmortalidad de esa vida latente, de esa música invencible, que no podrán tapar del todo los amargados y los integristas. Se esa alegría de vivir que no estropearán los negadores como intenta hacer Melmoth el Errabundo para pasarle su maldición a una muchacha ingenua y viva.

      Ellos maldicen la vida, pero Freddy Mercury exaltaba la vida. E hizo cantar a millones de personas en los años ochenta. Y todavía ahora lo escuchan tantos nostálgicos cuando la nostalgia es rebeldía y es desacuerdo. Cuando pretenden convertir todo en fórmula y en mecanismo y en ganancia de las empresas tecnológicas. Él no era un producto ni el diseño de rombos actual, era un contagio de entusiasmo.

    Y da igual que lo prohíban en Zanzíbar los integristas que le tiran ácido a la vida y tapan a sus mujeres. Da igual que lo persigan todos los calvinistas y los integristas del mundo. Él sigue agitando el cuerpo en esa plaza de Montreux. Y en todas las plazas de los corazones del mundo. Y hace bailar a todos (incluso a mí, que no bailo) y hace agitarse a todos. Y desmiente todas las doctrinas. Y dice: no tapes a las mujeres, no tapes la vida.

   Suiza será rígida en ciertas cosas, pero también surgió como un canto a la libertad y la independencia. Y en sus montañas escribió Nietzsche su vitalismo y mostró su encanto de sueño Claudia Chauchat en “La montaña mágica” de Thomas Mann. Y muchas de sus ciudades son enclaves de disfrute refinado y de sabia decadencia.

    Y Montreux ahora es la ciudad de Freddy Mercury. Mucho más que Zanzíbar donde lo prohíben y persiguen su memoria. Consuelo y yo estuvimos muy a punto hace unos años de ir a Zanzíbar. Incluso tenía pensado ya en hotel donde nos alojaríamos y el café bohemio al que iríamos. Stone Town es muy bella y sugerente en sus cariadas nostalgias.  Pero que prohibieran celebrar a Freddy Mercury en la playa me echó atrás. Así no tienen de verdad ni playa.

    Ni disfrutan el mar, solo les falta prohibir el mar. Que tapen a las mujeres y al mar. Pero Freddy Mercury siempre destapará a las mujeres y el mar de la música.

ANTONIO COSTA GÓMEZ                    FOTO: CONSUELO DE ARCO

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