Francia, un problema que nos debe atañer a todos
Por Yuviana Hernández
Continúan las protestas en París y más ciudades de Francia por la consabida reforma de las pensiones. El fenómeno de las huelgas o manifestaciones puede ser habitual para algunas mentes, aunque para muchas otras no, e incluso resultar escandaloso y aterrador. Por ejemplo, si se vive en Chile o casi cualquier otro país latinoamericano, el formato de la protesta como medio de comunicación con el gobierno regente es prácticamente el más típico y hasta por antonomasia. En cambio, naciones más septentrionales del continente americano y sus pobladores, como Canadá o Estados Unidos, toman el suceso de las manifestaciones o llamadas “marchas” como un hecho inquietante, perturbador y que desvela serios y graves problemas en la misma esencia social de sus países. Pongamos por caso el Black Lives Matter. Las protestas para defender los derechos de los afroamericanos contra la brutalidad policial se tornaron tema de interés nacional en Estados Unidos, en el sentido de que atañía a todos y cada uno de los habitantes, ciudadanos de a pie, intelectuales y lo más importante, gente muy visible, como son las celebridades e influencers. Cierto que esto podría diezmar la “credibilidad” del movimiento, pero contrario al resto del mundo, en América los famosos tienen un gran valor político y social (no olvidemos que una de las industrias más rentables y que aporta mayor dinero al PIB americano es precisamente la del entretenimiento, ergo, las celebridades contribuyen a la riqueza de su país, o sea, son patriotas). Y así vimos a Timothée Chalamet o Ariana Grande abrazar la causa y entremezclarse con la inmensidad de gente que pedía justicia en las calles de Los Ángeles. Algo que resultaría un evento aislado y que incumbe solo a una minoría se convirtió en un hecho histórico e indubitablemente un precedente, junto con la desatención de los casos de COVID, de la caída del imperio Trump en 2020. Pero ¿Por qué Francia no decanta en un proceso así de fácil? Es decir, uno, que se exponga el mal social y las vejaciones gubernamentales a los derechos civiles esenciales de la población (brutalidad policial, recortes y omisiones de servicios básicos, etc.), dos, la sociedad y sus demás sectores, privilegiados y los que no, se unan para la exigencia de la reivindicación por cualquier medio incluidas las protestas, y tres, se castigue desde la punta a los responsables, aunque eso signifique que, en verdad, la cabeza (el presidente) se precipite. La respuesta a la pregunta es compleja y profusa, tal vez insondable. Aunque se intuye que debe estar muy relacionada con el carácter de los mismos protagonistas. ¿Cuántos famosos o líderes mediáticos franceses han alzado la voz por los excesos o ataques de la policía francesa y demás disposiciones arbitrarias emitidas desde el Palacio del Elíseo? ¿Cuántos franceses están felices con el statu quo porque este los favorece? En fin, Francia posee una estructura social tradicional en que al que bien le va la consciencia no se le despierta y cada quien defiende individualmente lo suyo, principalmente aquellos que son ricos o acomodados. Para que ocurra algo extraordinario necesitamos a personas realmente extraordinarias. Y en Francia no las hay actualmente, al menos en el sector de la gente próspera que mira de soslayo las necesidades humanas más esenciales y se escudan en que los “revoltosos” deben ser aplacados. Con prontitud la cúpula social francesa ofrece sus recursos económicos para reparar los vestigios de una catedral incendiada pero no para ayudar a su prójimo. Queda pues en el basamento de la sociedad francesa la solución a este peregrinaje en el derrotero de la vicisitud. Sea que la gente del pueblo se vuelva introspectiva y busque alternativas más pacíficas para la obtención de sus fines sociales, siendo Gandhi un paradigma, o que deje toda la carne en el asador, es decir, vaya de frente y arrostre sin miedo a las autoridades omisas y transgresoras (una medida eficaz es plantarse ante el mismísimo Palacio del Elíseo para ser escuchado, entre más directo el sonido de la voz menos puede ser obviado). Aunque no se negará que es la búsqueda constante de la paz la real panacea de no solo los problemas sociales sino de todos en general. Cuánto más bendita la empatía, en que los de arriba (autoridades) pueden sentir lo asfixiante de los gastos diarios y corrientes con pagos exiguos y a su vez, los de abajo (población general) entender lo complicado que resulta llevar una nación, aumentar los ingresos del PIB y sufragar sin déficit el aplastante gasto público. Aunque per se el gobierno de Francia o cualquier país debería estar capacitado para satisfacer las necesidades de sus pobladores y a su vez aumentar la inversión y evitar la inflación, no podemos ser tan severos pues la ineptitud sobre la felonía resulta ser un verdadero atenuante al hacer los señalamientos. Nosotros como observadores externos al entramado debemos continuar suspicaces y celosos de salvaguardar los derechos civiles de los franceses pues somos compañeros del mundo y de esa valiosa y sagrada categoría llamada humanidad.
Foto portada: Manifestante noqueado por la policía durante marcha por la reforma de las pensiones en París.
Foto: GERARD CAMBON
Francia, un problema que nos debe atañer a todos