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Flavia Cosma, Poeta canadiense de origen rumano. Se graduó en Ingeniería Eléctrica en el Instituto Politécnico de Bucarest, y en teatro en la Escuela de Artes de Bucarest. Es directora de la Residencia para Escritores y Artistas de Val-David, provincia de Quebec, Canadá y del Festival Internacional de escritores y artistas de Val-David.
Ha recibido numerosos premios de poesía y como productora independiente de documentales para televisión, directora y guionista.
Publicó más de 40 libros de poesía, novelas y libros para niños. Su trabajo forma parte de varias antologías en diversos países e idiomas.
El sendero del amor
El día se enfría con el hielo de la muerte
las nubes con puños apretados me oprimen el pecho
por el camino velado voy a ciegas infinitamente
las flores, las abejas, los pájaros
corren en todas las direcciones, asustados.
La risa desnuda, excitada, se queda
recorriendo las grandes habitaciones
subiendo los escalones altos, bajando
pegándome al pasar con su mordaz respiración
invadiendo los rincones del corazón.
¿Por qué caí nuevamente
en esta trampa?
Más allá de rejas doradas
el ángel me muestra silencioso
el sendero del amor.
Pero su brazo, manco
y triste, cojea.
En una cama de hospital
Afuera brillan los depósitos blancos y
grandes de nieve, detrás del sol de las cuatro
horas PM.
Adentro, pulula la unidad de emergencia
y una escabrosa amenaza de muerte.
Los médicos, con sus cuadernos en las manos
preguntan si aún quieres o no que te resuciten.
Se mueven a ciegas entre múltiples diagnósticos
esgrimen teorías, hacen suposiciones, el negocio
con la muerte es próspero, debes comprarlo
quieras o no, para no enfadar a los curanderos
o a los verdugos.
Añoras partir, huir lo más lejos posible
pero ellos te atan a la cama, te culpan de
insensibilidad cuando no presentas los síntomas
de los libros, las paredes fluyen, crujen
amenazantes, la gente gime, vomita, dispersa
los microbios, algunos pierden su razón y deliran.
Sueño con mis ojos abiertos en el pan dorado del
horno, en las cartas aún no escritas, en las añoranzas
por ese hombre a quien se le han olvidado mis
direcciones y no sabe dónde buscarme más, o no quiere
o no puede.
El amor al mediodía
El calor agobiante sacude la mañana.
Una mujer mata a su vecina
por amor a un perro.
Dime que te fue bien conmigo
quiero saberlo
quiero escuchar las flores susurrando
en tus labios.
Buscamos estremecidos algo que retenga
este presente inalterado
por la eternidad.
Tu brazo aprieta fuertemente mi pecho
tu mano, donde brilla otro anillo
tiembla sobre mi rostro.
El sol salvaje arroja la llave suavemente
dentro de trampas redondas.
“¡Detente!”, grita la muchedumbre
siguiendo desde la lejanía
mi vuelo vertiginoso hacia el abismo.
El colérico amor del mediodía
pasa rápidamente frente a nosotros
como unos paracaídas multicolores
que nunca se abren.
Respuestas
La noche se llena de torbellinos de estrellas
(a ti te habría gustado esta cosa, Vincent Van Gogh).
Conocemos las respuestas
antes de preguntar.
La luna aparece pesada por entre los pinos
turbado, el triste borracho
empieza a mascullar
perdiendo su cordura.
La gente se apura, hace colas
para ver a los psicólogos, psiquiatras
mediadores, chamanes, gurús, curanderos
evitando con cierto disimulo
aquello que está sangrando en la cruz
por nuestros pecados, por los poemas que hemos
alejado de nosotros o nos negamos a escribir.
Porque todo agobio conduce más temprano
o más tarde a la no existencia; el único logro
exitoso en la vida es engañar al tiempo.
Caminos prohibidos
Tomaba la piel del gato
envolviéndome en ella.
Tomaba el rostro del gato
bebiendo su misterio.
Tomaba los ojos hondos de carbones encendidos
y me calentaba con sus luces.
Tomaba la luna en mis brazos
y viajaba.
¿Adónde van hoy las naves azules
hacia cuáles orillas, hacia cuáles sueños?
El camino hacia ti está cerrado
hundido en sí mismo.
Llamados a ser salvajes, unos gatos menudos
investigan las habitaciones, temprano por las mañanas
queriendo saber si alguien sigue viviendo por aquí.
Tiempo de cosecha
Llega un momento en que los demás
se convierten en magos sabios,
en videntes,
en jueces justos.
Les crecen barbas blancas, sus ojos brillan
con la luz de la verdad eterna,
sus palabras ruedan por el aire hacia ti
como pesados bultos de nieve:
“La vejez es la antesala de la muerte”,
ellos declaran, y no puedes no creerles.
“No sé cómo lo piensas tú”
dice el doctor, mirando cuidadosamente
los gráficos inquietantes de mi corazón
“pero yo,
prefiero la muerte súbita
que tartamudear golpeado
por una congestión cerebral .”
Todos expresan sus opiniones
sabiendo muy bien lo que dicen,
porque tienen entrenamientos
en estas profesiones.
Si todavía tienes unas preguntas más,
ellos te calmarán
asegurándote de que la muerte
no duele.
Es solo un paso más, como llegar a alcanzar
el sueño.