Flavia Cosma

Flavia Cosma

Carlos J. Rascón

Flavia Cosma, Poeta canadiense de origen rumano. Se graduó en Ingeniería Eléctrica en el Instituto Politécnico de Bucarest, y en teatro en la Escuela de Artes de Bucarest. Es directora de la Residencia para Escritores y Artistas de Val-David, provincia de Quebec, Canadá y del Festival Internacional de escritores y artistas de Val-David.

Ha recibido numerosos premios de poesía y como productora independiente de documentales para televisión, directora y guionista.

Publicó más de 40 libros de poesía, novelas y  libros para niños. Su trabajo forma parte de varias antologías en diversos países e idiomas.

www.flaviacosma.com

flaviacosma9@gmail.com

 

El sendero del amor

Flavia Cosma

El día se enfría con el  hielo de la muerte

las nubes con puños apretados me oprimen el pecho

por el camino velado voy a ciegas infinitamente

las flores, las abejas, los pájaros

corren en todas las direcciones, asustados.

La risa desnuda, excitada, se queda

recorriendo las grandes habitaciones

subiendo los escalones altos, bajando

pegándome al pasar con su mordaz respiración

invadiendo los rincones del corazón.

 

¿Por qué caí nuevamente

en esta trampa?

Más allá de rejas doradas

el ángel me muestra silencioso

el sendero del amor.

Pero su brazo, manco

y triste,  cojea.

 

 

En una cama de hospital

Afuera brillan los depósitos blancos y

grandes  de nieve, detrás del sol de las cuatro

horas PM.

Adentro, pulula la unidad de emergencia

y una escabrosa amenaza de muerte.

Los médicos, con sus cuadernos en las manos

preguntan si aún quieres o no que te resuciten.

Se mueven a ciegas entre múltiples diagnósticos

esgrimen teorías, hacen suposiciones, el negocio

con la muerte es próspero, debes comprarlo

quieras o no, para no enfadar a  los curanderos

o a los verdugos.

 

Añoras partir, huir lo más lejos posible

pero ellos te atan a la cama, te culpan de

insensibilidad cuando no presentas los síntomas

de los libros, las paredes fluyen, crujen

amenazantes,  la gente gime, vomita,  dispersa

los microbios, algunos pierden su razón y deliran.

 

Sueño con mis ojos abiertos en el pan dorado del

horno, en las cartas aún no escritas, en las  añoranzas

por ese hombre a quien se le han olvidado mis

direcciones y no sabe dónde buscarme más, o no quiere

o no puede.

 

 

El amor al mediodía

El calor agobiante sacude la mañana.

Una mujer mata a su vecina

por amor a un perro.

Dime que te fue bien conmigo

quiero saberlo

quiero escuchar las flores susurrando

en tus labios.

 

Buscamos estremecidos algo que retenga

este presente inalterado

por la eternidad.

Tu brazo aprieta fuertemente mi pecho

tu mano, donde brilla otro anillo

tiembla sobre mi rostro.

El sol salvaje arroja la llave suavemente

dentro de trampas redondas.

 

“¡Detente!”,  grita la muchedumbre

siguiendo desde la lejanía

mi vuelo vertiginoso hacia el abismo.

 

El colérico amor del mediodía

pasa rápidamente  frente a nosotros

como unos paracaídas multicolores

que nunca se abren.

 

 

Respuestas

La noche se llena de torbellinos de estrellas

(a ti te habría gustado esta cosa, Vincent Van Gogh).

Conocemos las respuestas

antes de preguntar.

La luna aparece pesada por entre los pinos

turbado, el triste borracho

empieza a mascullar

perdiendo su cordura.

La gente se apura, hace colas

para ver a los psicólogos, psiquiatras

mediadores, chamanes, gurús, curanderos

evitando con cierto disimulo

aquello que está sangrando en la cruz

por nuestros pecados, por los poemas que hemos

alejado de nosotros o nos negamos a escribir.

 

Porque todo agobio conduce más temprano

o más tarde a la no existencia; el único logro

exitoso en la vida es engañar al  tiempo.

 

 

Caminos prohibidos

Tomaba la piel del gato

envolviéndome en ella.

Tomaba el rostro del gato

bebiendo su misterio.

Tomaba los ojos hondos de carbones encendidos

y me calentaba con sus luces.

 

Tomaba la luna en mis brazos

y viajaba.

 

¿Adónde van hoy las naves azules

hacia cuáles orillas, hacia cuáles sueños?

El camino hacia ti está cerrado

hundido en sí mismo.

Llamados a ser salvajes, unos gatos menudos

investigan las habitaciones, temprano por las mañanas

queriendo saber si alguien sigue viviendo por aquí.

 

 

Tiempo de cosecha

Llega un momento en que los demás

se convierten en magos sabios,

en videntes,

en jueces justos.

 

Les crecen barbas blancas, sus ojos brillan

con la luz de la verdad eterna,

sus palabras ruedan por el aire hacia ti

como pesados bultos de nieve:

 

“La vejez es la antesala de la muerte”,

ellos declaran, y no puedes no creerles.

 

“No sé cómo lo piensas tú”

dice el doctor, mirando cuidadosamente

los gráficos inquietantes de mi corazón

“pero yo,

prefiero la muerte súbita

que tartamudear  golpeado

por una congestión cerebral .”

 

Todos expresan sus opiniones

sabiendo muy bien lo que dicen,

porque tienen entrenamientos

en estas profesiones.

 

Si todavía tienes unas preguntas más,

ellos te calmarán

asegurándote de que la muerte

no duele.

 

Es solo un paso más,  como llegar a  alcanzar

el sueño.

 

Image by Peter H from Pixabay

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