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Física elemental es el primer poemario de María AR, publicado en Torremozas, aunque su autora lleva ya un largo recorrido. Está incluida en las antologías Anónimos 2.2 y Anónimos 2.3, que se publica por motivo de Cosmopoética, diversas revistas han publicado sus poemas y obtuvo el premio de poesía “Proyecto rojo de vino y poesía”.
La poesía de María es un susurro, como el murmullo del mar en calma, que ella tanto ama y que lleva consigo. Sus versos son dulces, delicados y contenidos, aunque podamos encontrarnos otros, mayormente en el capítulo del fuego, bravíos, tempestuosos, pasionales: Como un Saturno loco/ me devoro las manos/ para que no te toquen. Qué imagen más potente. Pero no os asustéis, porque predomina en su escritura la serenidad, el sosiego, la discreta rebeldía a todo lo impuesto. Así en el poema “Actos heroicos”: Cometo cada día Actos Heroicos. Cuando el despertador toca a retreta/ me pongo el uniforme que me asignan/ repito como un mantra sus verdades/ me afano en recortar/ las alas de los vientos. La batalla que hay que librar cada día y parece que trabajamos contra la felicidad, cuando en sus versos María reivindica otro orden más libre y armonioso.
Esa armonía que ella anhela la tiene en su poesía, en la que funde la palabra con lo vivo y con la naturaleza. El mar está muy presente, se identifica con él: “llevo el rumor del mar en los adentros”; igual que se identifica con el bosque, con la lluvia, el otoño, la hojarasca, con la naturaleza en su plenitud: “Mujer de lluvia soy/ mujer de bosque. / Y cuando tú me llamas/ emerjo de la tierra…”. Somos naturaleza parece decirnos, formamos un todo, nos fundimos con ella y se puede cumplir en nosotros también sus propias leyes y estaciones. Y creo que esto es lo que decía Aristóteles en su Física: el ser humano forma parte de un todo y está compuesto por los mismos elementos que conforman la Tierra, que son los 4 elementos de la naturaleza. Esta idea aristotélica puede ser la causa del título del libro.
¿La física dará explicación al misterio de la vida, a nuestro propio misterio? La física, ciencia que estudia las propiedades y transformaciones de los cuerpos, debe saber lo que dice la canción de Drexler, citada al inicio del libro: “Nada se pierde/ todo se transforma”. Un plácido modo de concebir la vida. No como un hueco por el que caen nuestras vivencias. No como ausencia o carencia donde las personas sean un tránsito pasajero. NO como UNA PÉRDIDA, sino como un continuum que abrigamos y guardamos en nosotros y en nuestra memoria, al menos las vivencias gratas. Una suma más que una resta.
María ha estructurado su libro conforme a los 4 elementos, que según Aristóteles, habían formado la Tierra: Tierra, Fuego, Aire y Agua. Cada elemento arrastra una simbología en la tradición literaria y cultural, que seguro sugerirá al lector. Por otro lado, esta estructura supone un armazón coherente y unitario, relacionando todos los poemas con su título.
La tierra nos evoca las raíces, el origen, la familia. Este capítulo está dedicado a ellos, en sus versos aparece la entrañable figura de los abuelos, la infancia, la hermosa casa de la infancia y sus bellos recuerdos, que retrata con emoción y cariño. Estos poemas parten de la memoria que va construyendo nuestra identidad. Resalto en este capítulo una interesante perspectiva de María, pues se aparta del punto de vista común de la mayoría de los poemas, que retratan la infancia como el paraíso perdido. Para María parece que no hay paraíso perdido, porque también en el otoño se puede disfrutar del cielo, todo tiempo aporta su felicidad. En este sentido subyace en su poesía el vitalismo y la alegría de vivir y de disfrutar en el presente, como podemos comprobar en sus poemas “Castañas asadas” y “Oración de Otoño”.
En lo terrenal encontramos también la realidad y los actos cotidianos, el día a día, y su poema “Lista de cosas que llevo en el bolso”. María hace lo mismo en su bolso como en su memoria, todo aquello hermoso lo guarda, tal vez para así afrontar con más fuerza algún revés que pueda darle la vida.
En el capítulo dedicado al Fuego- que siempre lo asimilamos a la pasión y al deseo-, los poemas son más expresivos, fuertes, doloroso alguno, pero trazan un camino que se encauza hacia una memoria azul. Azul como metáfora de serenidad y reconciliación con lo vivido, y es hacia ese puerto sosegado al que se dirige el libro, como indica en su poema “Ceniza”: Tu recuerdo /inevitablemente/ se está volviendo azul.
En cuanto al aire, a mí el aire siempre me ha sugerido despreocupación, ligereza y libertad. Con el aire se reverdece una, te lleva el aire del azul a la amanecida, a la blancura, al paisaje de mar, al despertar de la primavera, te regresa al Sur. Cumple su poesía un ciclo, como las estaciones, un viaje desde el dolor al nuevo despertar de la vida. Así este haiku:
Para mis ansias
su corazón sereno
estanque en calma
Y en el último capítulo, Agua, la calma y la alegría, el mar, la Casa Azul, el goce de una dulce vida. De todos los elementos, ella se compone más de agua y el mar forma parte indispensable de su paisaje interior.
Es un libro intimista, sentimental, que parte de sus vivencias y de la memoria y las comunica en versos calmados y reflexivos. A veces en un dulce lamento, otros en una discreta rebeldía, o en breves ráfagas líricas, versos en los que vuelca la belleza y el ímpetu de la vida.
Ana Isabel Alvea Sánchez
https://amarandaalvea.wordpress.com/