Felipe García Quintero (Colombia, 1973)
Docente titular de Comunicación Social de la Universidad del Cauca, en Popayán, Colombia. Autor de siete libros de poesía, compilados en La piedad (1994-2013), publicado por Mantis Editores en Guadalajara. Valparaíso México acaba de publicar Algún latido en su colección Nueva Biblioteca Hispánica. En Argentina publicó Mirar el aire (El Suri Porfiado, Bs As, 2016). Obtuvo por concurso los premios Encina de la Cañada (España), Iberoamericano Neruda 2000 (Chile), y Eduardo Cote Lamus (Colombia).
Caminos y otros poemas
Felipe García Quintero
CAMINOS
1.
A tumbos el viento monta el corazón bravío, y ninguna sombra lo derrumba.
El aire corrige mis pasos, el polvo hollado los perfila.
Colma la noche de tañidos quien abre sus manos y palpa todo cuánto el agua designa.
Y por la sangre que late adentro sigue el cielo tendido a lo lejos. Entre tantas cosas, este camino elige el eco.
2.
Resuena el nombre del viento en las formas perdidas, donde palpita el corazón encumbrado. Igual el tiempo, vacío y pleno, tras el cristal roto de los recuerdos.
La mirada busca tanto que el aire es descubierto.
Y en las ramas de otros labios o en el puño de otro cuerpo, pasta el animal cautivo del miedo.
3.
La sangre sigue su viaje, no la detiene el pensamiento o la voz si son heridos.
Cuando el aliento parte, atrás queda el camino.
Ante lo indecible se despide el viento. Y frente al abismo es lengua el aire.
Pese al ruego, el corazón carga a cuestas el latido, como la hormiga el sendero, cuando levanta cien veces su propio peso:
ÁRBOL
1.
Tan raudo el árbol que las hojas mecen los párpados con su prisa.
A esta hora ya la sombra vigila el día. Cuando los frutos prodigan destellos, en la luz pastorea sus dudas la dicha.
Mientras sea hierba el aire furtivo, como una flor en los labios, el rastro de esa mirada descubre las llanuras del sigilo.
Al ayer va llegando el decir del latido constelado.
2.
En la distancia palpita, sumergido, el instante.
Poco a poco las raíces asoman entre los huesos, y la sabia tañe de brotes el horizonte del sueño.
Camina la noche, próximo de la orilla el primer nombre. Como otro leño más ardiera la infancia desde entonces.
Porque la luz no dura en las manos para llegar entera hasta los labios, el aire de la sombra es más hondo a cada paso.
3.
Allá, donde abre sus párpados el misterio, lo visto de la soledad, tras el follaje, revela sus secretos.
La voz no abarca el todo de nuestra ceniza, ni alcanza el eco en que suele navegar el latido luego, acaso lo cavado hasta el silencio:
DEL HUERTO
1.
No es fácil ser árbol, sospecho.
Siempre a la misma tierra va el insondable rostro del eco, y en su corteza cada vez más profunda la cumbre solitaria de lo secreto.
Y parece fácil, en verdad, seguir así de quieto para danzar con el viento o los pájaros, y tras la tarde no echarse a andar con ellos.
Sin embargo, tantas hojas hubo en la mirada antes del vuelo.
A solas con las horas, muy al fondo del día, la raíz llega a ser leño, cuando el aire agita la sombra de sus ramas.
2.
Donde el agua nace, discurren otras batallas.
Ya tiemblan las nervaduras del aliento, y el puño de la mano señala la flor erguida del alma, donde la luz quemara el cabo de cada mañana.
3.
Las últimas piedras, aún jadeantes, persiguen el horizonte y cercan el azul cautivo del aire.
La ceniza da la señal sin detener la gota más próxima de lo distante.
Mas no es fácil ser árbol, sospecho; crecer en el silencio:
SIEMBRA
1.
Tantos árboles tomaron la mano del viento, y sin apartar ninguna otra sombra, recorren la calzada que guarda aún el cielo.
Las hojas del horizonte anidan en los párpados abiertos. Y las palmas colman el hollado aliento de hollar la tierra de cada nombre.
Sin abrigo, ya el sueño posado en la mirada toma la piedra, y la ver irse desnuda por el cauce del bosque.
Cuando ese rumor bebe silencio y duerme en la carne, no basta el corazón para acallar los latidos del aire.
2.
En tanto la sombra espera florecer cada día, no ser solo broza del cuerpo, ni piel de la distancia cuando es lo único mirado.
3.
Ahora la voz tienta los murmullos del patio que la infancia sembró con sus pasos.
Y las hojas entre latido y ceniza, donde el adiós del madero se posa.
En el aire arraiga sus raíces el beso, lo cercado por la intemperie del metal en los labios es su secreto:
DE UNA RAMA
1.
Por qué no decirlo.
Si por entonces bastaba con abrigar el latido del sol, y avivar el cuerpo exhausto de la tierra pisada, para viajar junto a los pájaros otra mañana.
Luego el alma ya no pudo jugar a las escondidas con el viento ni ser lo mirado del agua; este paisaje aún distante en la mano cerrada.
Entre leños y ramas, oteo el huerto cercado de la infancia.
2.
Cuando es siembra lo dicho por el campo, el fruto caído da su aliento al sueño que tanto reposo buscara en los huesos.
Tras el horizonte desnudo, el camino del cielo cubre cada mirada.
Mas la ceniza aquieta lo lejano del aire. Y ahora es lengua el pensamiento que no levanta ninguna otra muralla.
3.
Incluso muertas brillan las estrellas, su luz gana el costado con la visión de los pasos.
Es cuando el sueño vence la noche, y la claridad del día boca abajo inclina la piedra del tiempo.
Por la sombra habla la mañana; a cada pisada sigue lo cercano más callado.
Felipe García Quintero (Colombia, 1973)