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Eternamente presente T. S. Eliot
José de María Romero Barea
Leemos sus versos y siguen siendo premoniciones de nuestra atribulada realidad: faccionalismo, violencia, opresión. Difícil, sin embargo, pensar en un intelectual más alentador, cuya obra es cuestión de sentimiento, por encima de las palabras. “Es el poeta moderno cuyas líneas me vienen a la mente con mayor frecuencia”, afirma el escritor Douglas Murray (1979), traducido por mí, “al que recurrimos cuando deseamos encontrar significado a lo que nos ocurre”. Su horror no siempre es aterrador. Sus poemas fueron escritos para inspirarnos: nos instan a parar, a alzarnos, a abrazar a nuestros semejantes con su emoción contenida, destilada en libertad. Nos referimos “[al poeta, dramaturgo y crítico literario británico-estadounidense T. S.] Eliot [(San Luis, Misuri; 1888 – Londres; 1965)], quien no solo reflejó sus tiempos”, según el periodista, “sino que nos muestra cómo salir indemnes de ellos. De hecho, su obra muestra una salida de todos los tiempos”.
Cada emblema encaja en la página, cada símbolo lucha deliberadamente contra sus limitaciones. Como si de un profeta (pos) moderno se tratara, forcejea con las restricciones del momento. Al revisar la publicación de la correspondencia del creador de Los hombres huecos (1925), para la edición de mayo / junio de 2020 de la revista inglesa Standpoint, el ensayista de Neoconservatism (2006) constata que cada página encarna la fuente de la verdadera independencia. Todo encaja en la feroz simetría del estilo eliotiano: sus profecías cambian de forma, visibles debajo de las predicciones transparentes. Sus composiciones son la transcripción visual de fragmentos en una página aireada, a base de arquetipos intercambiables, distribuidos uniformemente por todo el espectro moral.
“He aniquilado deliberadamente mis sentidos”, relata en una de las misivas, reeditadas por la editorial londinense Faber, citada por el prosista de Bloody Sunday (2011), “he muerto a propósito, para continuar con una forma exterior de vida. Todo eso en 1915”. Ilegible, Eliot se oculta entre sus confesiones. Sus palabras son una exhortación indeleble a evitar la esclavitud de la opinión dominante. Y sin embargo, su arte sigue siendo irreductiblemente oscuro, “aprendió no solo cómo una persona o cultura pueden ser destruidas, sino también cómo se pueden volver a unir”. En ocasiones se muestra torturado por un arrepentimiento interminable, se siente desarraigado: “Nunca hubiera imaginado que la muerte hubiese deshecho a tantos”, escribe en su largo poema La tierra baldía (1922), donde las ilustraciones del Infierno en la Tierra se parecen demasiado al Londres de la época.
“En Cuatro cuartetos (1943)” apostilla el autor de The Strange Death of Europe (2017), “se encuentra y expande al completo una metafísica cristiana que justifica su intuición temprana de la posibilidad de recuperación temporal: que todo pueda estar eternamente presente y ser redimible”. En sus obras se despliega “un hábil basurero de la cultura: lo queda después de que todo se haya desmoronado”, concluye el Premio Literario Lambda Sappho Award 2018, “pero no solo se nos presenta el revoltijo, sino que se nos invita a excavar en él. Se nos invita, de hecho se nos enseña, a sacar enseñanzas de la ruina”. En su defensa de la Razón, el espíritu prelapsario del Premio Nobel de Literatura 1948 preconiza liberarse a través de una escritura tradicional, que encapsula vanguardismos, “logrando no solo caminar a través de ese siglo, sino además, con ocasionales resbalones, extraordinario equilibrio y gran valentía, emerger al otro lado del fuego con una visión en alto”.
Sevilla, 2020