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Esperando a Grenouille
Por Francisco Vélez Nieto
Rosa Díaz
Esperando a Grenouille
Ediciones Carena
De siempre me he negado a aceptar, ni siquiera el mero comentario, de quienes sobre la poética de Rosa Díaz pretenden señalar que busca la originalidad premeditada de su personalidad. Más bien se puede asegurar, sin error o elogio gratuito, que es la propia personalidad que posee, su carácter, manera de partir de lo subjetivo y lo común del brazo de sus interiores, lo que estimula la poesía que desde una permanencia continua se va adentrado de manera semejante a una aclaración de principios sin necesidad de interrogantes y con sencillez transparente ausente de desmadres feministas:
Que lejos yo de esa mujer
que anda con sus hijas y sus nueras,
levanta la yurta, masculla mantras
y gira una rueda de oración.
Soy de la opinión que buscar las triquiñuelas de ser originalidad en la gran imbecilidad de muchos seres humanos deshumanizados por estos tiempos de contagios y peligroso virus del impacto mediático. Lo originalidad auténtica nace como la espontaneidad propia de la personalidad nata de la persona. Y Rosa Díaz es una serena muestra especialmente para los que conocemos esa valiente personalidad desde sus inicios poéticos, que el tiempo con el correr de los años la ha consolidado, elevándola a la altura que la propia obra creada se merece por los correctos valores que transmites sin necesidad de maquillajes y falsas posturas de desfigurada feminidad.
A la hora en que se extienden las alfombras
y acuden las nubes de mosquitos.
Cuando las mujeres portean el agua
para precario aseo.
Cuando con ellas como la carne del sacrificio.
Y con el acierto y mesura que caracterizan los juicios críticos sobre literatura y poesía de Rogelio Reyes Cano autor del prólogo de este poemario nos describe, como Roza Díaz en “su ya larga trayectoria poética, su fidelidad por encima de modas y etiquetas del espacio lírico español, a un concepto muy original y distintivo del quehacer literario, a una voz interior que ha hecho de su obra” Esa habilidad sentida al saber mezclar lo más cotidiano con la noticia de un suceso acaecido, o bien el comentario sobre una novela, sin olvidar el aburrimiento de la verborrea política, mientras escucha la V de Beethoven y saca la referencia que Goya está pintando, para saltar de súbito a Groucho Marx, que cada día se hace más necesario en nuestra más que pestilente sociedad. La variedad sorpresiva en su poesía es un ejercicio que se impone e inquieta al lector favorablemente.
Ahora vivo con el río debajo de los pies,
y la losa que piso, sea cual sea,
es la puerta de un Aleph o de un Todo,
por donde una sinopsis de mi vida me desplaza
los rostros, los flashes, los episodios del tiempo
que llegan a las vísceras.
De aquí esa sorpresa que señalo de sus hileras de versos de calculada cadencia rompedora, nada de un estilo que se pueda considerar ortodoxocia propia de la poesía formal, pero cuidado que tampoco es espontánea su lírica, lo puede aparentar, más es fruto de una mesurada digestión de las cosas ante de convertirlas en secuencias y metáforas poéticas. Es lo que considero igual al venero desde donde la sumergida constancia emerge insobornable, frente a la prisa que calma su sed a la par que los va regando sus versos meditados y sorpresivos.
De mi propio animal corté la libra exacta,
la maceré con las especies oportunas
y las estofé lentamente a la caída del sol.