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Entrevista al escritor inconformista y crítico Matías Escalera Cordero
A.P- ¿Desde cuándo escribe Matías Escalera?
M.E.C.- A escribir comencé con veintitantos años, relatos y poesía, pero una noche, de madrugada, me levanté y tiré a la basura todo lo que había escrito hasta entonces, pues veía las voces de los autores que había estudiado en la facultad o leído por mi cuenta, que me gustaban, pero no veía mi voz por ninguna parte. Así que a veintiocho o veintinueve años dejé de escribir literatura, con un solo cuento publicado en una revista de barrio, que, en parte, recuperé en uno de los relatos de Historias de este mundo; y me centré en la investigación y la crítica literaria universitaria, pues, desde Moscú, donde estuve un semestre, había llegado, por ese tiempo, a la Universidad de Ljubljana, la capital de Eslovenia, en donde estuve trabajando de profesor varios años, hasta que empezó la guerra en la antigua Yugoslavia. Había decidido escribir solo cuando tuviese algo realmente interesante e importe que decir y me hubiese hecho con una voz propia para hacerlo, y que solo pudiese ser dicho de un modo literario, claro, pues si podía ser dicho de otro modo no merecía la pena, lo hubiese dicho de esa otra forma, por ejemplo, mediante el ensayo o el artículo, como venía haciendo. Son vehículos, el ensayo y el artículo, que me encantan también. El caso es que, en uno de mis viajes a España, desde Yugoslavia, en las vacaciones de verano, me sucede algo que cambió todo. Una tarde, era el año 1990, me pasé escuchando en una terraza a mis antiguos colegas y camaradas del Partido Comunista, amigos todos de mi edad, cómo hablaban de dinero. Al principio, no le di mucha importancia; pero regresando a Eslovenia en mi coche, cuando atravesaba, en el segundo día de viaje, la llanura del Po, en Italia, yendo hacia Trieste, por donde pasaba la frontera, me acordé de aquella conversación y me pregunté cómo era posible que hubiésemos pasado toda una tarde hablando de dinero jóvenes que nunca jamás habíamos hablado de dinero entre nosotros, que ni nos había importado siquiera, y me pregunté cómo habíamos interiorizado de esa manera tan rápida, en España, los protocolos, valores y hábitos del Capital en tan poco tiempo. Y me dije, este sí es un tema que merece ser novelado, a ver si soy capaz de hacerlo y con mi propia voz; y, al llegar a Ljubljana, me puse a pensar y escribir la respuesta a aquella pregunta, mi primera novela, El tiempo cifrado, que no publiqué, luego, hasta su tercera o cuarta reescritura, tras la segunda novela, Un mar invisible y mis primeros poemarios, Grito y realidad y Pero no islas. La vida es así. Pensándolo bien, tengo tres cosas que me caracterizan en esto de la escritura literaria, no me importa romper y deshacerme de lo que considero que no vale, no soy de esos escritores que guardan todo, hasta sus primeros picorcillos juveniles. Además, nunca he tenido prisa en publicar y me tomo mi tiempo al escribir. Estuve muchos años escribiendo tranquilamente, antes de decidirme a publicar mi obra literaria, catorce años; por eso, cuando empecé en 2007, tenía tanta obra lista. Lo gracioso es que la primera fue un poemario, Grito y realidad, cuando yo lo primero que había escrito eran dos novelas. Pero ya te digo, la vida es así, extraña e imprevisible.
A.P- ¿Conserva recuerdos entrañables de su niñez?

M.E.C.- Ufff… Muchos y estupendos. Yo sí puedo decir que tuve una infancia feliz; hasta el cura de mi parroquia, don Severiano, era un limpio y santo varón, y no nos tocó ni un pelo; por cierto, sale en mi primera novela, El tiempo cifrado, tal cual, brevemente. Yo nací en Madrid, pero al morir mi madre, recién nacido, mi padre me llevó a criarme a Cáceres, capital, con mi abuela y mis tías. Quien conozca Cáceres sabrá que haber vivido la infancia en esa joya del Renacimiento, haber ido a la escuela allí, haber jugado en sus calles y escondido en sus recovecos, incluso en el aljibe, pues entonces eso de la seguridad infantil y del turismo de masas eran realidades desconocidas, afortunadamente, fue un regalo de la vida. Éramos seres libres en un espacio maravilloso, tranquilo, hermoso y en donde campo y ciudad no tenían solución de continuidad; supongo que como era la Córdoba de finales de los cincuenta y principio de los sesenta. A los niños nos resultaba ajena toda la oscuridad que rodeaba a nuestros mayores, que nos protegían celosamente de ella. Mi abuela era una de las lavanderas de La Madrila, allí, hoy, en un gran parque que hicieron, mucho después, con piscinas y restaurantes, tienen su monumento esas mujeres, a las que yo conocí, y con las que pasé horas, mientras mi abuela, con ellas, lavaban en sus pilas artesanales las enormes coladas blancas y yo jugaba, junto al pozo o cogiendo grillos con pajitas en sus nidos. Dios, qué recuerdos tan hermosos me vienen de golpe. Luego, a los siete años, regresé con mi padre, que se había casado de nuevo, y mis hermanos, a Madrid, en donde comenzó otra parte de mi vida, el final de la infancia, la adolescencia, la primera juventud, la Universidad, la militancia política en el PCE, hasta que decidí echar a volar por mi cuenta.
A.P- El crítico Francisco José Martínez Morán, dice de usted en Revista de Letras (01/05/19): «El ruido calla y escuchan los lectores. Escuchan más allá del verso y la palabra…/… Se sienten radiografiados por la escritura incisiva, lúcida y descarnadamente honesta de Escalera…» ¿Se siente representado por esas palabras?
M.E.C.- Bueno, es difícil opinar de lo que otros dicen de ti; pero, en este caso, de lo que realmente me siento orgulloso es del adjetivo ‘honesta’ aplicado a mi escritura; que alguien que es tan buen escritor y crítico como Martínez Morán, que ha hecho una lectura tan inteligente del libro y que conoce tan bien mi obra, haya destacado la honestidad de mi escritura, es para sentirse orgulloso, creo. Mucho más que de los otros adjetivos, ‘incisiva’ y ‘lúcida’, que también agradezco, por supuesto. Y algo que solo un lector atento apreciaría es esa intuición que tiene de la necesidad del lector atento, en silencio y en escucha. Sí, yo mismo lo he dicho muchas veces, mi escritura necesita, en efecto, de un lector dispuesto a escuchar en silencio y con tranquilidad, y ese es un problema, pues no hay muchos, hay demasiado ruido a nuestro alrededor, demasiadas cosas que nos distraen, demasiada prisa por llegar a ninguna parte. La mayoría está acostumbrada ya a lo ‘mini’ y a lo ‘micro’, a los ‘tuits’, a los ‘me gusta’, ‘no me gusta’, a las píldoras ‘feisbukianas’, como el gran Pedro Bermejo, dice. O a la imagen de usar y olvidar. Y, entonces, llegamos gentes como nosotros que les decimos, «No, chicos, chicas; hay que gastar tiempo en la lectura y en la escucha»; y, claro, es un problema, pues la mayoría responde, «Pues no, chatos, que no sois siquiera famosos y no salís en Babelia ni en la tele». Algunos amigos, y algún entrevistador también, me han preguntado y preguntan, «Pero por qué no tienes ni Twitter, ni Facebook, ni blog, ni página web, es como si no existieses» La razón que doy normalmente es que vivir lleva mucho tiempo y escribir mucho más; pero la razón de verdad, creo, es que detesto el ruido, necesito calma para escuchar el mundo, a mí mismo y a los demás. Observar, observarme.
A.P- En su último libro de poemas Recortes de un corazón herido, editado por la prestigiosa editorial Huerga y Fierro, hay contenido como un grito de impugnación; en él, me parece, asevera usted que la esperanza no debe ser boba o pueril, que, de existir, debe ser un punto de arranque válido, cimiento de construcción y no complacencia en el horizonte deseado o no logrado, ni un continente de ilusión trivial y mercantilizado.
M.E.C.- Así es. Un grito muy pensado y reflexionado. Contestar a la cuestión de la esperanza me llevó varios años de investigación, reflexión y escritura, y terminó siendo Recortes de un corazón herido: por la esperanza. Y me pasó como cuando me quise contestar a la pregunta sobre el amor y el poder, en Del amor (de los amos) y del poder (de los esclavos), el anterior poemario, que pensaba que la respuesta iba a ir en una dirección y al final esa dirección no estaba tan clara. Ese es un problema de la honestidad escritural, de la que hablábamos antes, que las respuestas no están preconcebidas, porque, si lo estuviesen, la escritura no tendría el menor sentido ni para mí ni para nadie. Al escribir me estoy escribiendo yo también a mí mismo, estoy aprendiendo también el mundo, ampliando mi área de conocimiento y experiencia de aquello de lo que escribo, pues estoy respondiendo, normalmente, a una pregunta que me he hecho acerca de mí mismo y de las cosas que me rodean. Y la inevitable inclinación a la esperanza que sentimos todos los seres humanos, queramos o no, lo reconozcamos o no, era un reto para alguien como yo, que se acerca a la realidad desde una perspectiva materialista e histórica. La relación entre el materialismo histórico y la esperanza, créame, no es fácil. Y la respuesta la encontré en Ernst Bloch y Walter Benjamin, dos de las figuras señeras del pensamiento crítico del siglo XX. El tiempo de la esperanza es el presente, no el futuro; el ‘principio esperanza’ es un principio activo, no pasivo. Los seres esperanza actúan en el presente para cambiarlo y hacerlo diferente, no esperan pasivamente a que venga ese futuro diferente por arte de birlibirloque. Y, desde luego, no es un sentimiento superficial ni trivial; es un principio profundo que atraviesa todo nuestro pensamiento y nuestro estar en el mundo. Así sí tiene sentido la experiencia y el sentimiento de la esperanza.
A.P- ¿De cuántas partes consta el poemario, y qué desea comunicar en cada una de ellas?
M.E.C.- El poemario consta de cuatro secciones y un epílogo. Cada sección es un bloque que posee unidad temática y de tono; las dos últimas incluidas en el libro fueron “La balada de los gilipollas” y “Homenaje a algunos hombres con esperanza”, que están constituidas por textos ya publicados, en revistas o difícilmente encontrables, pero que guardaban dentro, me parecía, un aliento que se convenía muy bien con el tema y el tono con el que estaba concebido y llevado a cabo el poemario. Así, pues, las secciones vertebrales son “La esperanza (… y el mundo tal vez…)”, que es la primera, “El mundo (… sin esperanza o no tal vez…)” y el epílogo constituido por “Recortes de recortes”, que es un poema que se construye a partir de versos y referencias a casi todos los poemas que constituyen el libro y que lo preceden (y esto es la primera vez que lo digo; así que es una exclusiva); y finalmente “Destino lunar”, que fue, de verdad, el último texto que incluí en el libro, una vez finalizado este.
A.P- Justamente de la sección que constituye ese sentido homenaje a algunos hombres y mujeres que nos han precedido, que escribieron o lucharon y que vivieron la vida de forma esperanzada: Celaya, Alberti, Hernández, Aminetu Haidar, etc., es de lo quería que hablásemos.

M.E.C.- Pues permítame que haga una observación muy importante, al respecto, si se da cuenta, solo hay una mujer, Aminetu Haidar, en ella; porque al integrar en el poemario estos poemas de homenaje a “seres esperanza” que me habían ido pidiendo al cabo del tiempo, para antologías o libros colectivos, para recordar a los que nombra y a otros, como Salvochea o el Che, por ejemplo; me di cuenta de que nunca me habían pedido un poema de homenaje o recuerdo a una mujer, que solo tenía uno y que este lo había escrito sin que me lo hubiese pedido nadie. El hecho no me sorprendió y no quise adulterarlo, por honestidad escritural, precisamente. Podría haber escrito varios poemas de homenaje a “seres esperanza” mujeres; las hay a cientos y algunas han sido fundamentales en mi vida, me crie entre mujeres y admiro y he admirado a muchas personalmente; podría haber cubierto así la famosa cuota; pero eso hubiese sido falsear la realidad y eso no va conmigo. En “La balada de los gilipollas”, lo dejo bien claro por qué. Solo las mujeres saben lo que es ser una mujer y tienen voz propia para expresarse. Yo solo podía hacer notar ese hecho, que habla por sí solo; por eso puse a la sección la entradilla que puse…
… también hubo mujeres con esperanza…
… ¿Dónde están…?
… dice ella…
… no seré yo quien llene ese hueco…
… con buenas intenciones…
… dice él…
A.P- Sus expectativas en cuanto a la condición de los trabajadores de todo el mundo no es nada alegre ni optimista. Cree que, tras la pandemia, se agudizarán aún más las condiciones precarias de semiesclavitud laboral debido a la pandemia que nos asola. ¿Qué aspectos de la realidad merecen nuestra indignación y nuestra reacción?
M.E.C.- Que no va a cambiar nada la condición de los trabajadores del mundo esta pandemia, creo que es un hecho incuestionable en sí mismo; es más, que se van a agudizar la precariedad general y la desregulación de las relaciones laborales que nos han devuelto al siglo XIX a los trabajadores, es algo que solo con mirar atentamente a nuestro alrededor puede apreciarse. La desaparición del lazo contractual empleador/empleado que logró el Movimiento Obrero moderno ha desaparecido, el despido libre es un hecho incuestionable, que un trabajador estaba mejor defendido por las leyes de la arbitrariedad patronal durante el Franquismo (descontadas la implicación de motivaciones políticas, y hay casos concretos que ni siquiera en esos casos: y podría poner algún ejemplo) que en la actualidad, es algo tan evidente, como bochornoso; pero real. Seamos sinceros, aunque nos duela, veamos qué sucede a nuestro alrededor y contestémonos a esta pregunta: ¿Qué preocupa a la mayoría de los trabajadores más, poder llenar las terrazas, los bares o las playas, o cambiar su condición, o, de un modo más modesto, defender, al menos, los servicios públicos? ¿Alguien ha pensado en esos esclavos modernos que son los riders sirviendo chuminadas a la gente en nuestras casas, engordando a Amazon, en los días más duros de la pandemia, jugándose la vida literalmente, sin contratos, por unos euros de miseria? No digamos nada de la implementación de la industria del plástico y en la dejación de las legislaciones medioambientales que se anuncian. Nada va a cambiar, todo va a empeorar, si no hay una reacción contundente de las mayorías. Y sinceramente no veo esa reacción ni ahora ni en un inmediato futuro; por una sencilla razón, porque la causa que debería motivar nuestra indignación y nuestra reacción, que no es otra que nuestra propia condición de seres explotados y sometidos por el capital, nuestra condición de clase, no nos preocupa demasiado; andamos distraídos por decenas de cuestiones que hacen de señuelos para desviarnos de lo esencial.
A.P- También cree, según su artículo en Infolibre (15/05/20) que el pensamiento y la escritura permanecerán iguales, y, de cambiar, lo harán de forma superficial y postiza, siguiendo un camino bienintencionado y sentimental, buscando exclusivamente réditos personales.
M.E.C.- De nuevo solo hay que ver lo que está apareciendo por ahí y se está viendo en los medios, en las redes, en las campañas publicitarias, artículos, etc. Si son el anuncio de lo que viene, ya ve, ahí tiene la respuesta a la pregunta; por lo general puro baboseo sentimentaloide y melodramático. Hay, y me temo que habrá, muy pocas respuestas políticas, en sentido amplio, esto es, críticas, al hecho y a la experiencia vivida. Y los intentos que he visto hasta ahora me parecen desnortados y desmadrados, fruto de automatismos ideológicos del viejo infantilismo izquierdista reciclado en términos conspiranoicos, unos. Y otros muy seriamente fundamentados y voluntariosos, pero muy inocentes. Lo del New Green Deal, por ejemplo, que son más deseos y buenas intenciones, que realidades posibles. Sé que soy duro y cortante en este y otros aspectos, pero creo que esta es nuestra función como trabajadores a los que se nos ha dado la posibilidad de dirigirnos a los demás con nuestros escritos y nuestra voz, provocar el pensamiento, la reflexión y la acción, incluso tomando el riesgo de equivocarnos.
A.P- ¿Qué rol, entonces, podemos desempeñar los que somos parte de una ciudadanía que pretende ser activa y que desea tener una incidencia real sobre el momento presente?
M.E.C.- Muy fácil, lo que le he dicho, la de Pepito Grillo; no resignarnos, no desalentarnos, a pesar del pesimismo que pueda invadirnos, resistir y resistirnos a perder nuestra conciencia de clase, lo que nos identifica y nos hace ser quienes somos. Tener claro quiénes son nuestros enemigos de clase y darles la batalla. Pero, sobre todo, darnos la batalla a nosotros mismos en nuestro interior, deshaciéndonos de la parte del enemigo que hemos interiorizado. Este, por cierto, es uno de los temas recurrentes de mi escritura, indagar qué parte del capital nos ha construido y permanece aún en nuestro interior.
A.P- En otro orden de cosas, en términos geopolíticos, considera que esta crisis ha confirmado la desaparición de Estados Unidos como potencia hegemónica a escala mundial y, por otra, la implosión a nivel continental y el papel subsidiario de la Unión Europea sobre el planeta. ¿Qué consecuencias tiene todo esto?

M.E.C.- Esto no es algo nuevo, pero se ha evidenciado y se está evidenciando en esta crisis, los Estados Unidos ya han dejado de ser una referencia subjetiva para la mayoría; ya nadie espera ninguna respuesta que venga de allí, y esto sucede por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Claro que mantienen su potencia militar y una buena parte de su potencia económica, pero se perciben los síntomas de agotamiento por doquier y sus intelectuales más lúcidos así lo están constatando. Y La Unión Europea, desde la última crisis financiera y la respuesta a la situación de Grecia es ya un ente moribundo, algo que se ha evidenciado también en la respuesta a esta emergencia sanitaria. Por contra, China ha emergido como referente la potencia mundial del próximo futuro. Al menos, eso me parece. Y, como le decía a un amigo, hace poco, esto no es ni bueno ni malo, es un hecho que debemos tener en cuenta y punto.
A.P- Finalmente, ¿podría nombrarnos a sus autores favoritos, sus libros predilectos?
M.E.C.- Ufff… No es fácil; nada fácil. Si tuviese que salvar, vamos a poner, una veintena de libros de mi biblioteca, no más, pero solo, entendámonos, de literatura y tan solo de literatura escrita en castellano, y solo hasta los años ochenta del siglo pasado; no libros actuales, o desde los noventa para acá. Es decir, solo libros de literatura en castellano que me impactaron o que sirvieron para formarme como lector y como futuro escritor, ¿cuáles salvaría? Es difícil, me pone en un aprieto; es tan injusta como la elección del padre que tuviese que decidir a qué hijos salvar en un naufragio y a cuáles no. Pero vamos allá. En cuanto a los relatos, el primero, indudablemente, El libro del buen amor, del Arcipreste de Hita, el primer relato moderno escrito en nuestra lengua. Luego, la Segunda parte de Don Quijote de la Mancha, claro, pues la novela moderna, desde el siglo XIX, no es sino una reescritura constante de esa primera novela fundacional. El tercer y cuarto libros serían Fortunata y Jacinta, de Galdós y La Regenta, de Clarín, dos monumentos de la novela realista crítica. Y, del siglo XX, hasta los ochenta, salvaría La voluntad, de Azorín; Imán, de Ramón J Sender, Año tras año, de López Salinas, Señas de identidad, de Juan Goytisolo, El Aleph, de Borges, La consagración de la primavera, de Alejo Carpentier, Rayuela de Cortázar y una novela española excepcional, prácticamente desconocida, El homóvil, de Jesús López Pacheco. En cuanto a libros de poesía que estuvieron en la base de mi formación y crecimiento, Los sonetos y canciones de Garcilaso y Acuña, por ejemplo; tengo buenas selecciones de poesía clásica, cualquiera de ellas me valdría; en segundo lugar, la obra de San Juan de la Cruz, el Cántico espiritual, por supuesto; también tengo varias ediciones, con lo que no habría problemas. Luego, una selección de poesía romántica del XIX, Espronceda, Bécquer y Rosalía; tengo varias buenas antologías también. En cuarto lugar, una buena antología de Rubén Darío, tengo una muy buena que me serviría, y otra buena antología de la obra de César Vallejo; en quinto lugar Diario de un poeta recién casado, de Juan Ramón Jiménez; una completa selección del 27, que incluyese Sobre los ángeles, de Alberti, Poeta en Nueva York, de Lorca, La destrucción o el amor y Sombra del paraíso, de Aleixandre, y Donde habite el olvido y Desolación de la Quimera, de Cernuda; y finalmente una buena antología, que tengo también, de poesía social española de los 50, con Hierro, Otero, Celaya y Ángela Figuera; y, finalmente, Poemas póstumos de Gil de Biedma y una antología de la obra de Leopoldo María Panero, por ejemplo, una antología que sacó en 1985, Libertarias; y así no me paso del límite temporal que me he impuesto. He sacrificado muchos hijos, pero creo que esta selección representa algo, es una breve muestra del abanico de lecturas de obras de nuestra lengua que contribuyeron a hacerme tal como soy.
https://www.lamarea.com/2013/09/05/memorias-de-un-profesor-malhablado/