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Entrevista al escritor Manuel Moyano
Manuel Moyano es un escritor afincado en Molina de Segura y habitual, en verano, de nuestras playas mazarroneras. Es de sobra conocida la delicada exposición de vivencias que ha narrado en sus libros de viajes, en donde la combinación entre la investigación y el refinamiento literario se dan la mano en cada una de ellas. En su última obra, La frontera interior, este nos lleva de la mano por esa “frontera mental”, como él la nombra, entre el centro y el sur de España. Paisajes, personajes muy variopintos y costumbres, muchas costumbres, nos vamos a encontrar en esta premiada obra.
Antes de nada, felicitarte por tu obra La frontera interior, la verdad es que la lectura ha sido bastante grata. He visto aquí al Manuel Moyano escritor viajero en toda su esencia ¿Por qué este recorrido por esa frontera interior?
Gracias por tu felicitación. La expresión “frontera interior” del título hace referencia a Sierra Morena, que realmente actúa como una frontera física (u orográfica), histórica e incluso mental entre el centro y el sur de España, una barrera que separa y que por tanto hay que salvar. Me atraen esos lugares casi despoblados, que no son exactamente ninguno de los territorios que separan, sino algo distinto de ambos. Cuando se me pasó por la cabeza la idea de recorrer Sierra Morena a todo lo largo, descubrí que nadie lo había hecho jamás; al menos, desde un punto de vista literario. Hacer algo que nadie ha hecho antes es siempre un estímulo. A todo ello hay que añadir que estoy personalmente ligado a Sierra Morena, puesto que nací en la ciudad de Córdoba y, por tanto, a sus pies. Además, de niño y de joven la recorrí bastantes veces, al menos por la parte más próxima a Córdoba.
Has escrito varios libros de viajes, respecto a este último libro, ya en la introducción, veo que se compara tu obra con esas particulares visiones caleidoscópicas del escritor gallego, aunque, no sé, quizás esté equivocado, veo que en la manera de narrar ambos vais por senderos narrativos distintos ¿cómo lo ves?
Una de las lecturas que más me gustaron de joven, aparte de Verne, Asimov y compañía, fueron los viajes de Cela. Viaje a la Alcarria sigue pareciéndome una obra maestra, que de algún modo recoge la tradición viajera del 98 (Azorín, Unamuno, Machado) y la actualiza y moderniza, empleando además ese oxímoron irónico en su título al oponer las palabras “viaje” (que sugiere lo lejano) y “Alcarria” (que sugiere lo más próximo). La cuestión es que Cela luego repitió esa fórmula en sus demás libros de viajes, y que los demás escritores que después han practicado el género en nuestro país han seguido aplicándola. Una fórmula que abusa quizá del costumbrismo, del gracejo y todo eso. Mi idea con este libro era escribir un libro de viajes por España totalmente distinto, más al estilo de los escritores anglosajones (Colin Thubron, Bruce Chatwin), en el que dotara al paisaje y a la narración de un aliento épico y, en cierto modo, intemporal. Imaginé por tanto que no me disponía a recorrer un paisaje cercano y consabido, sino que iba a surcar las cordilleras del Asia Central, o las llanuras remotas de la Patagonia.
Según vamos avanzando la lectura vemos una mirada que se para tanto en el presente como, también, en el pasado, no te limitas a describir los paisajes, ni los adornas, los narras mostrándonos el sentido transformador que han dejado las historias en cada lugar, de una manera sencilla, que absorbe la atención del lector. Un buen narrador de viajes no solo cuenta lo que ve también debe dejar constancia del espíritu que impregna eso mismo que ve y, lo mismo, oye ¿qué piensas sobre eso?
Pienso exactamente lo que has dicho. Si un libro de viajes se limitara a ser una galería de descripciones de paisajes y monumentos, como si estuviésemos pasando diapositivas en un salón a oscuras, sería algo demasiado pobre. Hay que penetrar en el alma de los lugares, captar su espíritu y mostrárselo al lector para que sienta también ese espíritu. Para ello, es fundamental mantener conversaciones como las que yo mantengo en La frontera interior. Por otro lado, no fue una idea preconcebida mostrar el peso de la historia, no pensaba que fuera a tener tanta importancia en el libro cuando inicié el viaje. Pero descubrí (o quizá confirmé algo que ya sabía) hasta qué punto la historia impregna a las personas y los lugares en los que habitan. La historia vive y sobrevive en nosotros. Naturalmente, en un libro de viajes esto debe introducirse o sugerirse de un modo profundo, pero a la vez liviano, en el sentido de que el libro no puede convertirse en un tratado de historia. Hay que saber contarla con unas pocas pinceladas.
Una última pregunta, por curiosidad ¿de dónde te viene la vena como escritor de viajes?
Supongo que la semilla la sembraron mis padres, ya que siendo niños recorrimos con ellos la mayor parte de España y algunos países de Europa. Del mismo modo, mi mujer y yo hemos sembrado la semilla en nuestros hijos y ya estamos viendo sus frutos. Y si viajar es algo que se transmite, que se contagia, es porque uno, al hacerlo, descubre que le produce placer, así de sencillo. ¿Y por qué escribirlo? Porque, de alguna manera, uno quiere compartir ese placer con los demás, compartir esa felicidad que ha sentido durante el acto de viajar, de modo que puedan experimentarla incluso sin moverse del sillón.
Entrevista al escritor Manuel Moyano
Por Francisco José García Carbonell