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Entrevista a la escritora María Luisa García-Ochoa
POR ANA PATRICIA SANTAELLA
Hoy tenemos la oportunidad y el placer de conversar con la escritora María Luisa García-Ochoa, hija del prestigioso y reconocido pintor y grabador adherido a las vanguardias radicadas en Madrid, Luis García-Ochoa Ibáñez. Pasemos a conocerla
A.P- Nacer en un hogar de intensa actividad creadora es un privilegio absoluto. ¿Qué recuerdos atesora de esta singular experiencia?
Fui consciente de haber nacido en una familia especial cuando iba al colegio, estableciendo diferencias con la dinámica de las familias de mis compañeros. Mis dos hermanas, mi madre y yo misma formábamos un núcleo en torno a mi padre, pero la verdadera cabeza de familia y la que organizaba todo era mi madre, que protegía de cualquier problema a mi padre. Fuimos conociendo un entorno de amigos de mis padres que eran todos artistas: pintores, escultores, poetas… Mi padre nos llevaba al museo del Prado muchos sábados, nos compró guaches para que pintáramos y escuchábamos poesía que él recitaba o que estaban reproducidos en discos que él compraba. Pero, la verdad es que mi padre nunca nos animó de verdad a que, de manera profesional, nos dedicáramos a ningún arte, a pesar de que teníamos señales de cierta creatividad que, quizá, por genética pudiéramos poseer. Mi hermana gemela y yo ganamos un premio de poesía en el colegio con catorce años, yo tuve un accésit de dibujo a tinta china en el Ayuntamiento de Madrid, además, estudié música tres años, examinándome libre en el Conservatorio, pero al no tener piano en casa tuve que abandonar.
A.P- Su padre ha sido también grabador y acuarelista. Mantuvo fuertes vínculos con la denominada Escuela de Vallecas, con Benjamín Palencia, en la que sus integrantes buscaban apartarse del academicismo tiránico, abrirse pictóricamente hacia nuevos horizontes. ¿Pudieron conseguirlo?
Mi padre fue, ante todo, pintor. Tuvo un estilo muy personal, basado en el expresionismo alemán. Las acuarelas, que pintaba al aire libre, tenían también una factura en las que el color y la luminosidad las hacián muy atractivas. Hasta que su pintura al óleo comenzó a tener éxito, al final de la década de los sesenta, la economía familiar se salvó con la venta de acuarelas. Como grabador también comenzó en los años sesenta, de la mano de Dimitri Pageoargiu y más tarde de Rafael Casariego. Este oficio lo mantuvo hasta casi el final de su vida. Logrando una colección fantástica que se centró, sobre todo, en la ilustración de grandes poetas: Quevedo, Rilke, Machado, José Hierro… Mis dos primeros libros de relatos están ilustrados con grabados de él.
Perteneció a la Escuela de Vallecas y a la Escuela de Madrid, todos sus componentes llegaron a ser muy buenos pintores, Agustín Redondela, Álvaro Delgado, Martínez Novillo, San José… Pero realmente eran amigos, no conformaron una escuela integrada como tal, cada uno tenía su estilo.
A.P- Su madre fue también un pilar fundamental, decisivo en los duros años de posguerra y durante la fecunda existencia de su padre
Mi padre no hubiera sido nada sin mi madre. Fue el pilar de la familia. Mantuvo a la familia con un negocio de reprografía de planos de arquitectos con unos métodos muy rudimentarios, que eran los que existían, con una cuba de amoniaco donde los revelaba. Cuando mi padre comenzó a vender y logró un contrato en la galería Biosca, mi madre dejó su negocio de planos y unos años más tarde trabajó en la galería Rayuela para crear, en el año 1975, su propia galería, La Kábala, desde donde promocionó a mi padre hasta su cierre.
A.P- En 1993 fundó la Escuela de pintores Figurativos de el Escorial. ¿Quedan pupilos continuando su estela?
Logró reunir a un grupo de pintores jóvenes en un centro cultural perteneciente al Ayuntamiento, pintaban juntos y escuchaban charlas de personas que llevaba mi padre, otros pintores, artistas, teóricos del arte… Se centraban en sus propios proyectos, con un interés común en recuperar principios como la sección aurea. Pasaron muchos artistas como Helena Ribeiriño, África Prados, Luis Antonio Robles, Belén Elorrieta, o Isabel Rivera entre otros.
A.P- María Luisa, usted se licenció en Geografía e Historia en la Complutense de Madrid, obtuvo también un Máster de Documentalista Especializada en 1981. Aprueba las oposiciones de Ayudante, y años más tarde la oposiciones de la Escala Facultativa y trabajará en distintas facultades: Farmacia, Ciencias de la Información, dirigiendo dicha Biblioteca, posteriormente dirigirá la de Económicas y Empresariales, y el Centro de Documentación Europeo y Ciencias Matemáticas
A.P- Tantos cambios y responsabilidades laborales exigen una gran capacidad de adaptación y versatilidad. ¿Cómo fueron para usted tales aprendizajes y exigencias?
En principio tenía la idea de estudiar arte, pero al comprobar cual era el plan de estudios, decidí licenciarme en Historia Contemporánea, cogiendo todas las asignaturas optativas de arte. Tenía claro que no me quería dedicar a la docencia y por azar cayó en mis manos un temario de oposiciones para acceder al Cuerpo de Ayudantes de la Universidad Complutense. Parte de los temas me interesaron mucho, como los referentes a la Historia del Libro y los de Cultura y Ciencia, así que me puse a ello. En 1981, en la Facultad de Farmacia, me peleé con las farmacologías, las farmacopeas y las botánicas, aprendí muchísimo. Luego en CC. De la Información y en CC. Económicas, y al final en Matemáticas ya con más tablas y con la posibilidad de entrar en equipos de investigación con proyectos de innovación concretos. En todos estos puestos desarrollé uno de los papeles que el bibliotecario universitario debe realizar como apoyo al estudio y la investigación y tareas transversales que dieron fruto en estos equipos y en asistencia a congresos. Colaboré en muchas revistas y obras colectivas y escribí tres monografías especializadas. Las responsabilidades en cualquier trabajo se llevan bien cuando logras hacer equipos eficaces.
A.P- ¿Desde cuándo escribe? ¿puede nombrar a sus autores y autoras favoritas?
Con doce años escribí e ilustré un cuento en un cuaderno, también escribí algunos poemas en el colegio. Luego, durante varios años, en la etapa de la universidad escribí poemas y un diario que dejé después de casarme. Durante mi carrera profesional he hecho muchos artículos que, aunque no forman parte de mi mundo creativo, pienso que coadyubaron, en un momento dado, hace doce años, a que irrumpiera en el mundo de la ficción de manera tormentosa. Cuando haces algún trabajo de investigación y consultas archivos, siempre encuentras una intrahistoria que puede servirte para escribir. Participando en un catálogo del Jardín Botánico, que trataba de la edición de la Flora Perubiana et Chilensis, una de las expediciones del siglo XVIII, descubrimos que Sancha, el editor, que tuvo grandes problemas para la publicación, se escapó con la sirvienta, locamente enamorado. Esto no lo pudimos contar en el trabajo, pero realmente puede servir como base de una novela. Quizás la escriba.
Es difícil establecer quienes son tus autores preferidos porque conforme vas leyendo vas cambiando listones. De mi época más joven eran poetas que estaban en la biblioteca de mi padre: López Anglada, Azcoaga, Salinas, Aleixandre, Neruda, Valery, Rilke, Machado, Alberti, Pepe Hierro, Borges, Cortázar, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Salinas, Octavio Paz, Quevedo… Más tarde descubrí a Eliot, Emily Dickinson, Bishop, Gloria Fuertes, Juana Castro, Silvia Platt, Ajmatova… Ahora estoy leyendo a Zymborska y a María Zambrano y acabo de leer a José Watanabe. Hay dos poetas que he conocido en esta última década que creo que su buen hacer ha influido en mi poesía, una es María Sanguesa y otra Isabel Miguel. Hay un gran poeta que, independientemente de que me guste su obra (sus amatorios, yerba y olvido…, hasta más de cien títulos), me enseñó a perfilar y a matizar mi poesía. Es mi maestro y uno de mis favoritos, Carlos Murciano.
A.P- ¿Por qué vincula la música como hacía María Zambrano, con la poesía?
Sólo la precisión da música… decía Zambrano. Estoy de acuerdo con ella. La poesía es precisión y ritmo. Para mí la poesía es la esencia. Tiene también vinculaciones con la filosofía. En ambas hay que pararse, observar, caer en la cuenta, sentir. Se diferencian porque la filosofía es conocimiento y la poesía, además, es intuición. En general en el arte está todo medido, consciente o inconscientemente, hablo del arte auténtico, claro.
A.P.- Ha escrito relatos, novelas, poesía y monólogos. Hablemos de su poesía, en primer lugar. Ha recibido el Premio Paul Beckett de Poesía en 2014, el Premio Alcaraván, en 2014, y el Premio Carmen Merchán Cornello en 2018.
Para mí la poesía, como ya he dicho, es la esencia. Es una poesía que expresa mi interior y que guarda equilibrio y armonía. No la escribo cuando quiero, sino cuando puedo, cuando me lo permite mi interior. Hay veces que es una necesidad interna a la que no puedo negarme. Mis temas son muy íntimos. Ahora, por ejemplo, estoy terminando un poemario sobre el exilio en el que hablo del exilio, del delirio y de la soledad. Me cuesta mucho escribirlos, pero luego es como un gozo cuando logro la idea y la imagen que pretendo. Además de estos premios, la última publicación que salió a la luz fue Para decir de ella, en la Editorial Lastura, en 2018. En preparación, a la espera su publicación aparecerá Érase una voz (Poesía para niños juntamente con la ilustradora Dinah Salama).
A.P.- En cuanto a sus relatos y monólogos
La prosa que escribo es muy diferente. Los temas de mis relatos suelen ser divertidos con temas en los que el sarcasmo, la ironía y el humor son los protagonistas, y, a veces policiacos. Cuando me pongo a escribirlos por cualquier idea que tengo fluyen sin más. Relatos locos y pervertidos, fueron publicados por la Editorial Complutense en 2013, José Antonio Nieto Solís, director de la misma y profesor de la Universidad me descubrió, le parecieron interesantes y se publicaron. Perdiendo la inocencia, también relatos, fueron editados por Huerga y Fierro en 2015. Ambos están ilustrados por mi padre.
En cuanto a los monólogos, tienen la misma filosofía que los relatos, suelen ser divertidos, pero están inéditos. Son como una incursión en teatro.
La primera novela, La clarinetista que no creía en dios, fue toda una aventura, una nueva experiencia. Tardé en escribirla tres veranos ya que todavía trabajaba y era complicado retomarla. Fue muy diferente a los relatos. Es una novela policiaca que empecé en primera persona, luego, en el segundo verano, cambié a tercera persona porque me faltaba información y en el tercer verano la cambié de orden. Me lo pasé muy bien, todo un aprendizaje. La prologó Rosa Pereda, la ilustró Dinah Salama y la publicó Huerga y Fierro en 2017.
La segunda novela saldrá en breve en la Editorial Lastura. Es también policiaca. Último maquillaje me ha costado menos escribirla. Aproveché una beca que me dieron en la Fundación Valparaíso en Mojácar.
A.P- Pertenece a Genialogías, ¿qué pretenden, ¿quién la pone en marcha y qué van logrando hasta la fecha?
La pretensión de Genialogías, fundada en 2015, es recuperar las voces de aquellas mujeres poetas de nuestro país cuyos nombres han quedado a la sombra. Para tratar de paliar este déficit cultural, la Asociación Genialogías, en colaboración con la Editorial Tigres de Papel, ha puesto en marcha un proyecto editorial en la que publican sus obras. Somos más de 60 poetas que buscamos un nuevo canon. Nuestro manifiesto es: Justicia poética ya. Estamos elaborando una obra en la que creamos palabras de interés para el universo femenino: Diccionaria.
Estamos logrando una mayor visibilidad en actos poéticos y en seminarios y, sobre todo, gracias a un estudio exhaustivo llevado a cabo por Nieves Álvarez sobre la composición de jurados y los poetas premiados en los certámenes más importantes. Demostrando con precisión la desigualdad numérica entre géneros. Hoy podemos afirmar que se ha logrado una equidad de género en muchos de ellos.
De la pena hice poesía, del desconsuelo hallazgo
y de tu amor olvido, un olvido catártico
que se desplomó lento por laderas de hinojos.
Ocupé la amargura con canto de sirenas,
profané el infortunio con coraje de pájaro
y cada madrugada es un trópico suave,
es un aire distinto que los ojos me cubre.
Llegó temprano el alba, qué lejos tu mirada.
Instrucciones de juego
No llego a entender cómo, siendo los niños tan listos, los adultos son tan tontos. Debe ser fruto de la educación.
Alejandro Jr Dumas
– ¿Para desenmarañar?
– Para desenmarañar, nada. Buscar lo que falta, destrozar y reparar. Eso es lo que viene en las instrucciones. Está bien claro.
– Si, si, vale: buscar lo que falta, está claro, ir buscando piezas y ver si se completa el puzle, vale, pero ¿destrozar el qué?
-Destrozar, destrozar, siempre se destroza al enemigo. Es la ley del juego, lo dicen las autoridades sanitarias…
– y ¿reparar?
– Lo lógico es luego reparar, no sé si lo dicen las leyes o las autoridades, pero siempre hay que reparar.
– Pero ¿QUÉ HAY QUE REPARAR?
– Pues lo que has destrozado. No se puede perder un amigo porque las leyes del juego digan que hay que ganar.
Sabemos que nunca más jugó a hacer puzles a contrarreloj, no estaba seguro de poder reparar siempre lo que había destrozado.