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ENTREVISTA A LA ESCRITORA ANA MONTOJO. XX PREMIO NICOLÁS DEL HIERRO DE POESÍA
POR ANA PATRICIA SANTAELLA
A.P-¿Desde cuándo escribe Ana Montojo, provocó algún hecho o circunstancia su iniciación?
He escrito desde niña, pero como desahogo personal sin ningún afán de ser leída, aunque en el fondo siempre tuve el sueño de ser escritora. Escribía en prosa, pequeños relatos o impresiones personales de los temas que en la adolescencia me motivaban. Ya desde el colegio tuve algún pequeño éxito en concursos interescolares.
Pero a la poesía no me acerqué hasta el año 93, cuando fui al taller que por entonces dirigía el poeta Enrique Gracia Trinidad en Majadahonda. Fui para aprender a escribir, con mis textos en prosa, pero Enrique me dijo que aquello era poesía aunque yo no lo creyera. Y sí, coincidió con que acababa de fallecer mi hijo pequeño, a los ocho años. Y empecé a escribir poesía tratando de canalizar mi dolor. Y pronto descubrí que me encontraba más cómoda en la poesía que en la narrativa para expresarme.
A.P- El otro día cuando paseábamos por el Retiro madrileño, evocó algunos recuerdos infantiles relacionados con este mágico lugar al que iba de pequeña.
Sí, yo vivía en la calle de Claudio Coello, muy cerca del Retiro, y mis padres nos llevaban a mí y a mis hermanos. Cuando íbamos con mi madre sola paseábamos por el Parterre o la Rosaleda, el Paseo de las estatuas, el estanque. Pero cuando venía mi padre —los domingos porque entonces trabajaba hasta los sábados— nos sentábamos en algún kiosko y me encantaba. Él y mi madre tomaban una cosa que se llamaba “vermú” y pedía aceitunas y mojama y patatas fritas. Era un lujazo. También a veces íbamos a La Chopera, un lugar que ya no sé si existe allí, en el Retiro, donde alquilaban bicicletas y montábamos por el paseo de coches. Me acuerdo de los guardas y de los barquilleros, con aquella especie de tambor que daba vueltas y sacaban los barquillos.
A.P- ¿Qué le ha supuesto la concesión de este premio, el XX Premio “Nicolás del Hierro 2018” ¿Cómo se titula su libro y de qué trata?
La concesión de un premio siempre es una satisfacción porque supone un reconocimiento a la obra y un acicate para seguir escribiendo, pero no me considero ni mejor ni peor poeta que antes del premio. El poemario se titula Un solo de saxo y son poemas que hablan de soledad. El título viene del primer poema, que se titula Charlie Parker en recuerdo al gran saxofonista. Me encanta el jazz, es una música viva, como la poesía.
A.P_ ¿Quién fue Nicolás del Hierro, puede citarnos varios poemas suyos que le gusten especialmente?
Fue un poeta manchego, nacido en Piedrabuena en 1934 y fallecido en Madrid en 2017. Tiene una extensa obra, que he de confesar que no conozco muy a fondo aunque sí he leído poemas suyos, y colaboraciones en prensa de Castilla La Mancha. También ejerció como crítico literario.
Tuve el placer de conocerle en su Piedrabuena natal, cuando el poeta Franciso Caro me hizo el honor de llevarme como poeta invitada a “Los Mayos” hace tres o cuatro años, y me impresionó su cordialidad, su sencillez, su humildad. La humildad de los grandes.
Es una poesía como a mí me gusta, entendible por cualquiera, con un lenguaje claro y no cultista, fácil de leer hasta por aquellos que dicen que no les gusta la poesía. Íntima, de sentimientos reconocibles y universales, profunda y a la vez elemental. Y cargada de emoción. Cómo ejemplos puedo citar Este baúl, Perdidos en la sombra, Hoy estoy triste, Al borde casi…
A.P- Asistimos impasibles a ingentes oleadas de mediocridad que están invadiendo el arte, la literatura, la prensa, la televisión… incidiendo negativamente en estos ámbitos, ¿qué opina al respecto, cómo nos podemos zafar?
Pues sí, estoy de acuerdo, vivimos una época en la que reina la confusión. En concreto en la literatura, que es mi campo, creo que las redes sociales han hecho mucho bien en cuanto a la difusión y el conocimiento de muchos poetas que de otra manera tenían —o mejor dicho, teníamos— muy difícil llegar al gran público, porque la poesía era y sigue siendo un género muy minoritario y poco rentable para las grandes editoriales. Yo personalmente he conocido grandísimos poetas a través de ellas. Pero también tienen su lado negativo y es esa confusión a la que me refería. Quiero decir que se “vende” como poesía algo que en mi opinión no es sino el primer vómito que le viene al supuesto “poeta” a la cabeza o al estómago. Lugares comunes amorosos o supuestamente sociales o políticos, sin el más mínimo trabajo ni arte poético, que suscitan un montón de “me gusta” y de adjetivos inabarcables, inmensos, entre un cierto tipo de lectores que hinchan como un globo al supuesto poeta. Pero no todo es poesía, la poesía requiere un respeto y un trabajo. Los sentimientos o las motivaciones para escribir pueden ser universales y muy válidos, pero hay que saber decirlo si se quiere hacer poesía. No todo es poesía. Esto que estoy diciendo no es muy conveniente para hacer amigos, pero es lo que pienso. Hay que hacer un esfuerzo de humildad y estar dispuesto a aprender siempre de los buenos. Hay que aprender a distinguir y eso solo se consigue leyendo, leyendo mucho.
A.P- Enumere sus pequeños placeres cotidianos
Despertarme sin tener prisa por levantarme. No me levanto tarde, pero me gusta remolonear entre las sábanas hasta que me espabilo. Sobre todo ahora, en verano, sentir el fresquito que entra por la ventana, arroparme un poco y volver a entredormirme. Un placer.
Desayunar con mucha, mucha calma, mirando por la ventana y oyendo, que no escuchando, la radio. Observar a la gente que va a sus cosas, intentar meterme en su pellejo, imaginar su vida.
Darme un gran paseo con mi perra por el campo, ver los cambios de las estaciones y volver cansada a casa. En estos paseos pienso mucho y se me ocurren muchos poemas posibles.
Fumar. Ya sé que no debería, pero es así. Y a estas alturas no tengo planes de dejarlo.
Me gusta salir con amigos, pero también estar en mi casa sola, leyendo o escribiendo o escuchando música. He aprendido a disfrutar de la soledad, aunque a veces se hace dura.
Tomarme un gin tonic por la noche, con una buena película. Y no tener prisa por acostarme. Me encanta trasnochar. Son las ventajas de estar jubilada.
Y claro, mis hijos y mis nietos. Pero cuando esto se convierte en obligación ya no tiene tanta gracia. Las abuelas y los abuelos, además, somos personas que no dejamos de tener nuestra propia vida por el hecho de tener nietos. Y a veces esa vida propia la siento invadida. (Otra cosa que no debería decir).
A.P- Esta pregunta no la he formulado nunca: ¿Son extraños o complicados los poetas?
Pues como el resto de las personas. Serán extraños o complicados desde el momento en que se crean distintos a los demás, con más sensibilidad, con no sé qué facultades para mirar la vida. Yo no puedo con eso. Los y las poetas somos como todo el mundo, con las mismas angustias, con los mismos enamoramientos, con las mismas penas, con las mismas carencias, con los mismos dolores. Lo único que pasa es que padecemos una verborrea desatada, un exhibicionismo brutal, a veces una vanidad repugnante. Y además tenemos la suerte de escribir lo que nos pasa, lo cual no deja de ser una válvula de escape. Pero en el momento en que nos creamos distintos al resto de la gente sí seremos extraños o complicados o inaguantables. Perdón por citarme a mí misma, pero en mi libro Plantas de interior tengo un poema que se titula Casta de poetas que habla de esto, porque he observado que es un mal que aqueja a algunos y nunca lo he entendido.
A.P- ¿Utiliza algún método o estrategia para inspirarse? ¿A qué puede comparársele el proceso creativo, cómo lo vive?
No, no utilizo ningún método, soy absolutamente caótica. Yo no busco la inspiración, el poema se me cae encima, me golpea o me aprieta por dentro y entonces lo escribo. Pero nunca me siento ante la página en blanco sin nada que decir previamente; si no tengo nada que decir, nada que me esté absorbiendo, que esté ocupando mi mente o doliéndome, no me siento a escribir. Hago otras cosas, siempre tengo mucha plancha.
No sé qué es eso del proceso creativo. Para mí la escritura es una necesidad casi física y si no siento esa necesidad no escribo, igual que no como si no tengo hambre. Luego, claro, una vez que echo fuera lo que me está apretando, pues le doy forma poética, lo modelo, intento hacer poesía. Pero si no tengo nada dentro, ni me pongo a ello, prefiero escuchar, leer, llamar a algún amigo, recibir lo que me llega de fuera.
A.P- De la amistad díganos lo que adora y lo que detesta. ¿Cuáles virtudes humanas aprecia en especial y cuáles aborrece?
Esto de la amistad es un tema complicado, porque a veces parece muy intensa y luego se diluye como un azucarillo y deja un sabor amargo. Porque seguramente nadie sabe tanto de nosotros como nuestros amigos, a nadie nos mostramos tan desnudos como a ellos, mucho más que a la familia. Y luego, cuando se acaba, se queda una colgada de la brocha. No es culpa de nadie, pero pasa a veces. Pero en fin, yo no cambio por eso mi manera de relacionarme, cuando tengo feeling con una persona y me siento bien con ella, voy a tumba abierta, entre otras cosas porque me gusta que la persona que está conmigo sepa quién soy, cómo soy. Si no ¿para qué sirven las relaciones humanas? Además no sabría hacerlo de otra manera, digamos que no me llama Dios por el camino de las artes escénicas.
Y es verdad que la antigüedad es un grado. Tengo amigas y amigos desde la infancia y aunque no nos veamos mucho porque la vida nos ha llevado por diferentes rumbos, siempre estamos ahí, con esa sensación de decíamos ayer.
Lo que adoro es precisamente eso, la autenticidad, la ausencia de postureo, el mostrarse cada uno como es. Y lo que detesto, claro, pues lo contrario. La falsedad, la superficialidad, los abrazos vacíos, los halagos huecos, esas cosas.
Otra cosa que ocurre con la amistad —o mejor dicho, con sus sucedáneos— es que al amigo, a la amiga, con frecuencia no le pasamos una, le exigimos la perfección. Cualquier mínimo detalle negativo o que no coincide con nuestra forma de pensar, lo apuntamos en el Debe y nos empieza a alejar de esa persona, muchas veces sin dar tiempo a que se consolide una verdadera amistad.
En cualquier caso, la amistad es algo muy etéreo, muy frágil, algo que si nos interesa hay que cuidar como un objeto precioso. Pero incluso aunque se acabe, se diluya o se rompa de una forma brusca, yo, pasado un cierto tiempo, siempre recuerdo lo que tuvo de bueno.
A.P- ¿Cuáles autores relee, ya sea en narrativa o que pertenezcan al género poético? ¿por qué razón?
En narrativa no suelo releer, salvo alguna novela que leí de muy joven o incluso de adolescente y de repente la cojo para ver cómo ha envejecido, si me sigue produciendo el mismo efecto que entonces o ya no. Hay un libro de Wenceslao Fernández Florez, Tragedias de la vida vulgar, un conjunto de relatos que cuando lo leí hace muchos años me dejó impresionadísima. Luego lo he vuelto a leer y no ha sido lo mismo; aunque las situaciones seguían siendo dolorosas, pero no sé, el lenguaje me resultaba arcaico, el costumbrismo también, y me distanciaba bastante. Otras, como El Jarama, de Sánchez Ferlosio, me sigue maravillando.
En poesía sí releo. Tengo libros subrayados una y otra vez y vuelvo de nuevo sobre ellos. Las personas del verbo, de Gil de Biedma, es uno en el que siempre me encuentro a mí misma. Ángel González, Elvira Daudet, siempre tienen algo nuevo que decirme aunque los haya leído mil veces. Y otros vivos, que no quiero nombrar porque se van a poner muy tontos. ¿Qué por qué razón vuelvo sobre ellos? Pues por eso, porque me hacen vibrar, porque me siento reflejada en sus versos, porque es como si sus versos me leyeran a mí. Son esos que te hacen pensar ¿y por qué no he escrito yo esto? Como si cada verso lo hubieran escrito pensando en mí, en la situación por la que estoy pasando en cada momento. Y me siento acompañada.
A.P- ¿Le preocupa la situación actual de España, podremos levantar económicamente cabeza, lo ve posible?
Sí, claro ¿cómo no va a preocuparme? Pero me preocupa la economía real, la de la gente, la desigualdad obscena entre los ciudadanos, los empleos precarios, los abusos, los “o lo tomas o lo dejas porque tengo una cola de gente esperando”, la insolidaridad que nace de la misma pobreza, las personas que no pueden pagarse la calefacción, los fondos buitre que dejan a la gente en la calle. Cuando todo eso se haya solucionado podremos decir que hemos levantado la cabeza. Porque la crisis no ha sido una crisis, ha sido una estafa mayúscula que han pagado los de siempre, mientras las grandes fortunas han aumentado de forma escandalosa.
A.P- ¿Cuántos libros ha publicado hasta la fecha? ¿se ha adentrado en la novela?
Hasta la fecha he publicado seis poemarios, en este orden: La niebla del tiempo (Premio Blas de Otero 2010), Plantas de Interior (Cuadernos del Laberinto 2012), Vivir con lo puesto (Huerga y Fierro 2015), Este atronador silencio de los pájaros y Jaime (Lastura 2016), Las horas contadas (Escritores en Red 2017). No sé si cuando se publique esta entrevista se habrá publicado ya Un solo de saxo, porque el premio conlleva la edición; en ese caso serán siete.
He hecho una incursión en la novela con Memoria secreta de una niña bien, en la colección Netwriters de la editorial Atlantis, en 2013.
A.P- ¿Enseña el amor?
No, el amor no enseña nada. Por la sencilla razón de que al amor hay que llegar virgen, sin que las experiencias anteriores sean un lastre que te llene de recelos ni de desconfianzas, ni de déjà vu. Cada experiencia es una e independiente y cada vez que llega es la primera. Si no, no es amor, es otra cosa distinta. Amistad, necesidad de compañía, hartura de soledad, incluso un cálculo un poco mezquino de que la vida es más fácil entre dos. Pero no es amor. El amor no se planifica, simplemente ocurre, es algo irracional que cuando aparece te transforma y resurges de tus cenizas aunque no sea correspondido. Si es correspondido, ya es para nota. Pero no, no se aprende nada del amor. Se vuelven a cometer los mismos o parecidos errores. Hablo por mí, claro, que en esto como en casi todo soy bastante desastre.
A.P- ¿Le parece terapéutico escribir, afloja la herida ante un gran dolor?
Las heridas realmente graves no se cierran por el hecho de escribir, siguen ahí, abiertas, y se van cerrando o dejan de sangrar simplemente con el paso del tiempo. Pero escribir sobre ellas sirve para analizarlas, quizá para lavarlas, quizá para enfrentarse a ellas. Yo soy partidaria de enfrentarse a las heridas, de plantarles cara. Cuando murió mi hijo la gente venía a mi casa de visita y lo que hacían era hablarme de otras cosas para distraerme. Yo les dije una vez a un grupo de amigas que quería hablar de Jaime, que no me hablaran de otras cosas que no me importaban nada, que me consolaba mucho más que me hablaran del niño o me dejaran hablar a mí, aunque llorara a lágrima viva todo el rato. Pero cuando algo te duele tanto hay que llorar, hay que gritar lo que te pida el cuerpo. Yo entonces tenía una pareja que se portó muy bien, me acompañó, me soportó. Pero llegó un momento en que me dijo que si no había llorado ya lo suficiente. Le dije que no, que me quedaba mucho que llorar y que ahí estaba la puerta. Y escribir es una forma de seguir llorando cuando la gente opina que ya has llorado demasiado. Y sí, es bueno.
A.P- ¿Le ha conmovido algún comentario o gesto relativo a sus libros por parte de los lectores?
Procuro no cegarme con los halagos y ser autocrítica. Soy muy crítica con los demás, pero soy aún más autocrítica. Pero sí confieso que me conmovió y me hizo sentir muy bien una persona que yo no conocía, un día que estaba yo en la Feria del Libro de Madrid, no recuerdo con qué libro, y vino a la caseta a comprar el libro en cuestión, pero además llevaba todos los libros que yo había publicado hasta entonces para que se los firmara. Algunos, los primeros, le había costado encontrarlos porque ya estaban casi fuera del mercado, pero los había buscado y encontrado. Eso sí me emocionó, la verdad. Es bonito que haya una persona, desconocida además, que tiene tanto interés en tu obra.
A.P- Nos aconseja algún libro, película, experiencia o ciudad para no pasar de largo
¡Uff, qué difícil! Sobre todo en los libros depende mucho del gusto de cada cual. Pero voy a recomendar por ejemplo, en narrativa, La vida perra de Juanita Narboni, de Ángel Álvarez, una obra maestra a mi modesto entender, y los relatos de Medardo Fraile. Y en poesía, aparte del ya citado Gil de Biedma, toda la obra de Vicente Martín. Es impresionante.
En películas me voy a remitir a un clásico: la trilogía completa de El Padrino. La he visto mil veces y siempre descubro algo nuevo y dentro del cine de gánsters Érase una vez en América. Y una película japonesa muy poco conocida que se titula Despedidas, que es un prodigio de sensibilidad, poesía pura. También me gusta mucho el cine argentino. Y el cine social de Ken Loach.
En cuanto a las ciudades, no he viajado tanto como yo quisiera, pero aparte de Florencia o Paris —que es obvio— recomiendo Buenos Aires, me gusta mucho la variedad de sus barrios, lo distintos que son unos de otros, como si fueran diferentes ciudades; San Telmo, La Boca, Palermo, Recoleta. Y también Annecy, que es como una pequeña Venecia en Francia, al pie de los Alpes. Y no puedo por menos que recomendar mi pueblo de adopción, Sigüenza, en la provincia de Guadalajara, que es una maravilla en todos los sentidos, tanto por su entorno natural como por la ciudad en sí, llena de misterio, de historia, de cultura: Y no me ciega la pasión.
Muchas gracias por haber participado en Luz Cultural
HOY ESTOY TRISTE
Hoy estoy triste.
No me lo sé explicar, pero estoy triste.
Quizá la culpa…
Qué sé yo…
…Esta mañana de nubes bajas;
quizá esta mesa
no demasiado grande
para que coma el mundo;
quizá estos hombres
que hacen el hormigón para mi calle;
no sé si, acaso, aquel muchacho
que juega con la arena,
o la mujer que viene de la compra…
…No sé, sinceramente.
Es todo tan sencillo a simple vista…
Aquí, sentado, casi
pegado a mi ventana,
y la vida en la calle, como un río…
Y yo mirando, solo,
con la pluma en la mano
diciendo que estoy triste,
como
si a nadie le importara mi tristeza,
como
si no fuera la vida una serpiente…
Nicolás del Hierro
LA LUNA COMO SIEMPRE
Ladran algunos perros a lo lejos
y los grillos desgarran el silencio
con descaro de niños malcriados;
el reloj de la torre
se empeña en dar los cuartos cada cuarto
recordándome el tiempo.
Pero a mí no me importa qué hora marca
porque a según qué horas ya no hay horas,
solo queda
la soledad sonora de esta noche,
una luna imposible y un gin-tonic.
Y una pereza inmensa para pensar en nada
porque quizá me sobran cosas en que pensar.
Una se agarra al vaso y a la luna
y se deja llevar y acaso llora
sin saber bien la causa,
por el placer malsano de llorar
sin dar explicaciones.
Explicaciones hay más que de sobra
pero han dado las tres en el reloj,
será mejor dejar las cosas como estaban.
Ocurre que la noche de mañana
esta luna infinita empezará a menguar
si no viene algún dios a remediarlo.
(De Vivir con lo puesto)
CHARLIE PARKER
Desgrana Charlie Parker sus notas como lágrimas
o como carcajadas de borracho
—quién puede descifrar lo que esconde la música
que nace del infierno más íntimo del hombre—.
Yo me dejo enredar en la madeja
de emociones antiguas,
ese desbarajuste de la vida y la muerte
y no sé por qué lloro.
Ya no tengo memoria de mí misma,
me parecen de otro los versos que escribí
hace un millón de años,
cuando aún era capaz de estremecerme.
Sé que todo ha pasado,
que a mi lado se acuesta
la ausencia de un fantasma
sin nombre y sin semblante.
Quisiera echar de menos
una voz, unas manos, un abrazo o un rostro,
algo que me recuerde
que alguna vez fui cuerpo.
Y es que solo me queda
una cruel soledad intransitiva
sin nada que añorar, que se deshace
en las notas de un saxo drogadicto.
(De Un solo de saxo Premio Nicolás del Hierro 2018)
ABUELA
Cuando miro las fotos de hace tiempo
descubro que tenía unos ojos más grandes,
con un brillo distinto
que creo que venía de un futuro
repleto de promesas, y mi boca
era roja y jugosa e invitaba a los besos.
Tenía un cuerpo elástico, apenas de muchacho,
que nunca fue gran cosa,
-me faltaba algún kilo y alguna que otra curva-
pero aún así soñaba con caricias
a poder ser que no fueran pecado.
Todo eso quisiera regalarte
pero ya solo tengo
una vida cargada de dolores,
unos huesos que crujen como madera vieja,
un mordisco que duele en la mañana
donde antes estaba mi cintura
y un par de cervicales de titanio.
Y me quedan seis nietos,
que ignoran que su abuela
fue una vez la princesa de los cuentos.
Y eso no es lo peor: tampoco saben
que también se enamoran las abuelas.
(Inédito)
Galeria fotografica
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Estupendo para conocer nuestras motivaciones al escribir.