Elisa Rueda

Elisa Rueda

Carlos J. Rascón
Últimas entradas de Carlos J. Rascón (ver todo)

Elisa Rueda,  Natural de Markina-Xemein, Vizcaya. Se traslada desde edad muy temprana a Vitoria-Gasteiz, ciudad en la que reside y trabaja en la actualidad.
Estudió magisterio, trabaja en la enseñanza desde 1981 y desde 1998 es profesora de Euskera en el Instituto Ekialdea de la capital alavesa.
Creadora y directora del Festival Internacional de poesía en Vitoria-Gasteiz “Poetas en Mayo / Poetak Maiatzean.
Entre sus obras se encuentran:
2010 Escalada libre.
2012 Cuento en verso ‘Cumpleaños en Salburua’.
2013 Escaleras hacia el Sur( Premio Internacional de poesía Ernestina de Champourcín.)
2014 El refugio. 30 escritores ante un refugio de guerra.
2015 Vitoria-Gasteiz en acuarela y verso. Obra compartida con otros autores.
2016 Tentación Botánica (Premio Internacional de poesía Paul Beckett).
Sus poemas han aparecido en numerosas revistas literarias y antologías.

El PIANO
                                                               Rosa

Elisa Rueda                                                         

Entonces, nada teníamos.

Veníamos de no tener nada,

de ser uno más en la familia,

de salir a flote respirando anfibiamente.

Los estudios eran para otros
que no tenían que ayudar en casa.

Entonces, teníamos trabajo sin estudios,

teníamos amigos,

teníamos la afición de subir a las montañas.

Pero no teníamos nada.

Según la memoria, que siempre decide

cambiar las historias,

el piano llegó de una casa situada en el pantano.

La mujer que allí vivía tenía miedo a las tormentas

y se encerraba en la cocina,
-todas las persianas bajadas-

hasta que los truenos desaparecían.

Los nuevos cambios

obligaron a desterrar el piano,

que subido entre amigos

llegó hasta un cuarto piso sin ascensor. Mi casa.

¿Por qué meter un piano Maristany serie 11467

de madera negra,

con el teclado de marfil

desprendido en la mayoría de las teclas,

si nadie sabía tocar el piano?

Entonces, nada teníamos,

veníamos de no tener nada,

pero soñábamos con un futuro en el que nuestros hijos

sí podrían descifrar el secreto de los pentagramas.

El piano fue parte de nuestro paisaje de hogar,

sobre él colocaba jarrones de flores,

protagonizados por rosas amarillas,

porque es la flor que amo,

hasta que los cambios en el pequeño salón,

ocupado por su silente y gran presencia

obligaron a desterrarlo.

Bajado entre unos pocos amigos,

ya difíciles de encontrar,

llegó hasta una casa donde el bosque era dueño

de todos los puntos cardinales.

Los hijos ya eran presente.

Descifraron los secretos de los pentagramas

y otros códigos,

pero sus dedos solo jugaron

a palpar el marfil desprendido

de la mayoría de las teclas.

Alguien trajo a la memoria

la verdadera historia del piano,

que no vino -de una casa del pantano donde la niebla despierta al día-,

sino que perteneció a un amigo que no recordaba

qué hacía aquel piano en su casa.

Entonces, nada teníamos,

veníamos de no tener nada,

pero teníamos ante nosotros toda la juventud.

Todo era posible.

¿Qué tenemos ahora?

A los amigos ya no se les puede pedir

que trasladen el piano.

Ese sentido común

-el sentido de que ya casi nada merece la pena-

no permite cambiar nada,
mover nada

que cueste más esfuerzo que el solo hecho de pensarlo.

Hace unos años que el piano y yo
compartimos la casa del bosque.

Alguna vez he intentado desalojarlo del salón,

he pensado regalarlo, pero no he podido.

Centinela del paso de los años, defiende su espacio.

No saldrá música de sus desafinadas teclas de marfil,

pero ha salido victorioso de todos los traslados,

y nadie lo ha podido dominar.

Así que, querido piano Maristany serie 11467

que llegaste de una casa

que iban a derribar junto al pantano,

-prefiero elegir esa historia-

no temas,

decido que me quedaré contigo el resto de mis días.

De vez en cuando, pasaré mis dedos

por tus teclas desgarradas,

te arrancaré sonidos que perfilen

el silencio de esta casa de pueblo

y esperaremos a que alguien

que conozca el secreto de los pentagramas,

algún día, con las yemas de sus dedos,

interprete en nuestros cuerpos su música.

Elisa Rueda
Del libro “Tentación Botánica”

0 0 votes
Article Rating
Subscribe
Notify of
guest
0 Comments
Inline Feedbacks
View all comments
0
Would love your thoughts, please comment.x
()
x