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Elías Gomis Martín
¿Por qué hago fotos?
Esta es una pregunta que nos planteamos hace unos meses un grupo amigos aficionados a la fotografía y que supongo se harán otros fotógrafos. Realmente, la respuesta es complicada y necesariamente compleja. En unos minutos, expusimos un amplio espectro de motivos, aunque nos quedamos con la sospecha de que no éramos capaces de encontrar el motivo exacto, si bien, muchos de los expuestos formaban parte en mayor o medida de ese porqué. La respuesta esta vez no estaba en el viento pero parece a la vez tan invisible y tan etérea como él.
Personalmente, y a modo resumen amplio y elemental, mi respuesta sería la misma que dio un gran alpinista, que al ser preguntado por qué subía a las montañas, dijo que “porque están ahí”.
Pero eso una aproximación muy elemental. Cuando hago fotografías interpreto el mundo por un visor, a veces reproduciéndolo íntegramente, otras creándolo directamente o modelándolo a mi antojo. Es un universo siempre efímero y subjetivo, diferente cada vez. Me permite mostrar una nueva dimensión del mundo, distinta e irrepetible, el mismo universo de mí alrededor que puedo ver a simple vista, pero resaltando su belleza o su aspecto más desagradable, intentando crear un vínculo que supera lo más racional para llegar al alma. O, simplemente, puedo deformarlo intencionadamente hacia un lado u otro de la balanza buscando ese sentimiento.
Ese momento, ese sentimiento, queda reflejado e inmortalizado, antes en haluros de plata y ahora en bits digitales, de forma que puedo privarlo de su instantaneidad y añadirle longevidad, casi eternidad. Sea cual sea el soporte, la imagen ha quedado retenida y puede comprobarse y mostrarse a otras personas, formándose un enlace invisible de sensaciones con quien la contempla. Ese momento mágico en que el fotógrafo “descubre” la foto, no siempre se produce ni tampoco siempre esa magia llega a establecerse entre la imagen y el espectador. Cuando ocurre, la fotografía alcanza su objetivo máximo: comunicar sensaciones.
Decía el gran fotógrafo Henry Cartier-Bresson que “Fotografiar es colocar la cabeza, el ojo y el corazón en un mismo eje”. Estoy absolutamente convencido de ello. Es el resumen del sentido de la fotografía.
Por ello, cuando cojo la cámara, no sé nunca si habrá algo que captará mi atención o si volveré a guardarla con la sensación de que esa visión especial no ha llegado a producirse. Otras veces, un tema o un lugar que parecía resultar aburrido me muestra sorpresivamente un aspecto amable y productivo. Lo mejor es cuando te viene la idea de la fotografía que quieres hacer antes de tener la cámara entre las manos. Es cuando la inspiración te ilumina. Esas son unas imágenes especiales, aunque los resultados puedan no ser tan buenos como pudiéramos haber imaginado.
En eso también reside el encanto de fotografiar, en no tener certezas absolutas y en saber que puedes esforzarte y disfrutar de aquello que pretendes plasmar. Después podrás conseguir buenos resultados o decepcionarte, pero eso robustece tu capacidad y experiencia artística mucho más que el hecho de comprarte una nueva y más cara cámara. Le podemos añadir el afán por aprender unos buenos métodos fotográficos, estudiar todo aquello que va ser nuestro sujeto, una gran dosis de diversión, imaginación y amigos, mucho trabajo antes, durante y después de la toma y tendremos una afición que se transforma en forma de vida.
Hacer fotos me permite ver otras cosas, sucesos y objetos que están ahí pero que sólo la sensibilidad y la imaginación pueden determinar y descubrir. La experiencia y la preparación hacen que sea capaz (o, seamos sinceros, que lo intente, más bien) de atrapar esa imagen que he sabido “ver”.
Mi cámara hace la foto pero yo quiero mostrar el alma de la imagen que veo.
Galería fotográfica:
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Excelentes fotos. Elias, la máquina que llevas parece la máquina del tren (por el tamaño del objetivo-chimenea. Es una broma.
Muchas gracias por los comentarios, amigo Vicente.