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Eli Tolaretxipi. Nació en San Sebastián en 1962. Ha escrito los libros de poemas Amor Muerto – Naturaleza Muerta (1999), Los lazos del número (2003), El especulador (2009, Edgar (2013) e Incidental (2017). También ha traducido a poetas como Sylvia Plath, Elizabeth Bishop, Menna Elfyn, Tess Gallagher, Aurelia Arkotxa o Patti Smith
CON MARTHA ARGERICH
La música sabe a desagüe
de lavadora en verano
directo al mar: depósito azul
verde turbio caliente.
A su piano lo mueve como a un barreño
los grifos abiertos, las cortinas corridas
descorridas, la tela frotada a remojo.
Resiste al cansancio contorsionada,
con saltos repentinos, luego descargas
sacudidas, pendiente abajo
con los pies posados sobre los pedales
el paladar frío, los labios irritados:
tamarindo espeso a punto de quebrarse
en la galerna.
En la melodía se reconocen el teatro,
el órgano al borde de la feria,
los intercambios falsos.
(Inédito)
Melancolía y razón industrial
Se ha abierto una ventana en la frente
y sólo come eso, lo que sobresale.
No llega hasta el final.
No deja que se llene del todo,
sólo hasta donde se puede empezar,
hasta el inicio, el borde.
No deja que la gravedad la arrastre.
Lo toca sólo con los dedos,
no se mancha,
no quiere acribillar ni agujerear
ni profundizar.
Deja de pedir indicaciones
de preguntar direcciones.
Nada en el paseo llega a ser anotación.
Sigue buscando el método.
No le interesan los comentarios contemporáneos
ni la narración cronológica de la nostalgia.
Busca una impresión,
sin números, sin toponimia.
Cómo va a sentir nostalgia
del hambre, de la humedad.
La mancha es anónima.
Se mueve como el mercurio
como un manto de lava
o de agua lenta, espesa.
Manto animal uniforme, unísono,
sin hueco para lo singular, sin hueso,
donde no hay quiebro, ni grieta, ni afonía.
El agujero
Se asoma al pozo.
Su belleza rebota indiscernible.
Tos y flemas se estrellan contra el fondo
del agujero, el eco de las llamadas
la presencia inasible.
Al lado, el río, hediondo, asalmonado
como la fachada del hotel, afrancesada
entre fábricas encogidas, insomnes
la escuela de los aprendices de la moral mecánica
tapiada. Prohibido hacer fotos de ese
monumento a la ética automática,
a la brillantez sin brillo, lisa.
Un poco apartada, la casa de los locos.
Nadie osa hablar de ella.
No pertenece al pueblo.
Al borde del agujero
la montaña escabrosa, aserrada,
iluminada a medio día
como dibujada por un niño romántico.
En los habitáculos obreros
entre coches, el futuro asesinado
empozado en sangre.
(De Destrucción y construcción del territorio, Memoria de lugares españoles, Editorial Complutense, Madrid, 2009)
Morella
Morella’s erudition was profound. As I hope to live, her talents were of no common order —her powers of mind were gigantic.
Edgar Allan Poe
El movimiento del brazo dibuja círculos, espirales,
signos de infinito, de interrogación,
interceptado por un rayo de luz espectral
colado en el sótano del museo
como si fuera el fondo del mar.
Su reflejo la vuelve abisal,
confiere a sus labios un tono morado,
perfila la nariz recta,
la frente despejada,
la expresión de una mujer
que viene de otra época,
que regresa con sus pensamientos brutos
a atormentar al poeta,
a agitarlo en su sueño narcótico,
ordenarle otra historia,
dictarle otro final.
Edgar, esto no es la morgue,
es el almacén de un museo,
y Morella, a la que no encontraste
en la tumba cuando fuiste a enterrar a tu hija,
es la mujer con la luz
en el vientre de este buque
en el fondo de las aguas,
la mujer con la maleta llena de zapatos
y el vestido abigarrado.
Edgar, Morella nunca yació en su tumba
ni dio a luz a la niña Morella. Despierta.
Es la mujer con la blusa de hojas y algas,
la que deja un rastro de carmín en el borde de las tazas,
la que con los dientes
te ha marcado la lengua.
(De Edgar, Editorial Trea, Gijón, 2013)
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