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Elementos de rotación de Ferrán Destemple, el signo que encierra la mirada escindida
El poder enunciador de esta obra, vinculada a la evocación de Juan Eduardo Cirlot, comprime la descripción visual con la discursiva con un lenguaje de libérrima vindicación.
La depuración de la palabra -entendida como decantación última antes de ser emitida como hecho y principio creador- tiene como fin el silencio. La palabra poética es, ante todo, ensordecedor silencio. De ahi parte el sentido abisal de la poesía. La etimología griega de la palabra “abisal” nos encamina a un lugar “sin fondo“. Es decir a la determinación de adentrarse en el vacío infinito y experimentar su arcano designio, que no es otro que la capacidad de enunciar, de nombrar, de reconocer. En definitiva, de ser y existir desde el silencio y hasta el silencio: el ciclo vital de la palabra oscila entre ambas latitudes. “La palabra es raíz de toda creación“, afirmaba José Ángel Valente tras recibir el VI Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1999. Y punzar en esa raíz, en ese sedimento primero, nos embarga de cierta zozobra, pues como reflexiona el poeta gallego en franca pugna entre palabra pensante y poética, la quiebra entre ambas “se intepreta en el sentido de que la poesía posee su objeto sin conocerlo y la filosofía lo conoce sin poseerlo“.
Elementos de rotación -Editorial Palimpsesto 2.0. Colección de_Sastre. Prólogo de Eva Gallud. 2014- amplia el reconocimiento en la percepción de esta dicotomía con las imágenes que integran los textos, a modo de ráfagas incendiadas de elocuencia. Versátil propuesta afín a la percusión de los términos, con los que el autor nos invitar a trazar el entendimiento circular: la fuerza centrípeta generadora de introspección creativa. La inmersión del lector en los círculos que se extienden por toda la obra, incide en ese espacio creativo y reflexivo que cada cual necesita para sumirse en la mudez más aleccionadora, la que nos empuja a la libertad, “Los elementos de rotación dividen el tiempo en fragmentos equivalentes. Espera a que te indiquen el momento. Entonces actúa“. El poeta, impresor y editor desde hace más de cuarenta años de Corona del Sur, Francisco Peralto, que junto al también poeta Francisco Vélez Nieto ha obtenido recientemente el I Premio Mecenas de la Literatura Andaluza “Manuel Altolaguirre“, promovido por la Asociación Colegial de Escritores de España, sección autónoma de Andalucía -ACE-Andalucía- aventura el proceso de descubrimiento y revelación, “el poema, antes de leerse, es un cuadro en la página“. El veterano creador andaluz alumbra que “todas las artes se van conectando y el conocimiento se va trasvasando a diversas disciplinas“. En esta obra el perfil discursivo y su trasfondo lírico se vincula intimamente con la propuesta visual de sencillez compositiva pero interesante y atractiva interacción con el lector. Cada página es una interpelación directa y a propósito, como así confiesa el autor, “La poesía debe ser hija de su tiempo y a la vez crítica consigo misma y con el entorno que la contiene“.
Ha llegado la hora de arrancarme los ojos, es el verso que entorna la puerta de entrada a este poemario, a modo de declaración de intenciones. Las siglas J.E.C. -reveladas en el último verso de la obra- personalizan a Juan Eduardo Cirlot. Este verso del que también fuera crítico de arte, mitólogo, iconógrafo y músico, abre paso a la concavidad de lo extraño y enigmatico que lo caracterizó, y que Ferran Destemple recoge como devocionario, “Como salvajes los versos: juventud turgente y balas de plata“. Una apuesta decidida por la contradicción que le procura su evocación de Cirlot y la presencia de Bronwyn, “Lo que llamo Bronwyn es el centro del lugar que dentro de la muerte se prepara para resucitar, es lo que renace eternamente“, manifestaba el poeta barcelonés. El desencadenante de esta interiorización, que le llevó a centrar su producción y plasmarla en dieciséis obras, fue la visión de la película “El señor de la guerra“, dirigida en 1965 por el director estadounidense Franklin Schaffner. El personaje femenino, una hermosa campesina protagonizado por Rosemary Forsyt, es Bronwyn. Charlton Heston interpreta a un noble caballero normando que se ve turbado por la aparición de aquélla: mito del amor imposible que convierte en obra poética.
Ferran Destemple alienta la posibilidad de protegerse de la miseria que nos envuelve, “Esta esfera es mi centro de residencia y sólo ella puede elaborar una iconografía minuciosa y detallada de la infección“. Es un acto en primera persona que se reafirma en la moral individual y anónima, “Una espada sin nombre“, y con el que resiste la prevención ante los futuros acontecimientos, y carácter estricto de las reglas que lo someten al sino incontrovertible de la sobremodernidad, “A oscuras crece el día: / ángeles de éxtasis de furia / de mis párpados“. La trasposición de este dato, no decrece la sensación de lo sobrepuesto, de lo sobrevenido como amenaza, “Una luz artificial / que se impone en / todo el territorio“. Pero el poeta es rotundo en su quehacer vital y lírico. No hay rendición de cuentas consigo mismo. Y sí la total y absoluta comunión con la palabra, “Arde el texto. Su sintaxis transforma su piel en mi piel y convierte toda literatura en carne. / Arde el texto con una precisión casi científica. Me desplazo líquido y calmo por entre su biología. Ésta se convierte a sí en mi destino“.
Cartografía de las reflexiones emotivas, centro mismo del verso, cuyo objetivo es “(…) depurar las palabras y luego su contenido, su significado, para conseguir finalmente una simple imagen“. La construcción de la obra se referencia en ese incesante murmullo de veleidades a las que el autor hace caso omiso desde el corazón del poema. Así no hay lugar a dudas o acertijos sin resolver. Es la explicitación de lo íntimo pero con el tacto de lo cotidiano, de lo aprensible, de lo determinado por el efímero delirio “Escribiré entonces como si solamente fuera / tu sexo y no conociera otro lenguaje“.
La palabra escindida responde al utilitarismo como estrategia ante la orfandad. Esa sensación de desamparo que necesitamos mitigar para sobrevivir, y que como autoengaño nos procuramos con todo tipo de elementos artificiales y tecnológicos. Kennet Goldsmith manifiesta, “La nueva escritura consiste en no escribir, la nueva lectura, en no leer. Nuestra relación con el lenguaje ha cambiado (…) Con el bombardeo de información al que estamos sometidos, nadie es capaz de mantener la atención fija durante mucho tiempo. El déficit de atención es una nueva forma de vanguardia. En un contexto de hiperabundancia textual, carece por completo de sentido inflingir nuevos textos al mundo”. La poesía, como otras Artes, se ha visto postergada por la intermediación de elementos ajenos a su propia naturaleza espiritual que la han explosionado virtualmente. Apostilla el poeta estadounidense, “La poesía es un espacio muerto del que hay que apoderarse, y el lugar donde hay más posibilidades es la Red. En realidad, siendo rigurosos, la misión del poeta hoy es no escribir poesía“. La presunta resurrección de la poesía se halla en la evocación del silencio al que aspira, no a dejar de hacerla fehaciente en la escritura. Oficiar su liturgia no significa obligatoriamente renunciar a aquél. Como complemento a este proceso la obra amplia su influjo incorporando un desplegable serigráfico, así como dos elementos digitales giratorio y sonoro, a través de un código de respuesta rápida o código QR.
Editorial palimpsesto 2.0, fiel a su ideario cultural y editorial, el primero de ellos con una propuesta decidida y contumaz en la confluencia de intereses humanos que se alían para festejar ámbitos de creación y recreación de la palabra, y el segundo con un marcado acento en la calidad y veneración por cada obra, un trabajo serio y riguroso que es indicio inequívoco de amor a los libros y a sus destinatarios, los lectores. Un proyecto diferenciador que aboga por otros entendimientos culturales más allá del puro mercantilismo, donde la honestidad y la transparencia tengan cabida y ejercicio. Una editorial joven con ambiciones lozanas y fecundas circunscritas exclusivamente a su noble labor.
La palabra ha de llevar al lenguaje al punto cero, al punto de la indeterminación infinita de la infinita libertad. La reflexión de Jose Ángel Valente nos encamina hacia lo que esta obra es en esencia, un espacio de libertad que se resiste a perder su identidad personal. El lenguaje discursivo enhebra en el visual la concentración atomizada del hecho poético, “Bronwyn, ¿es posible que una única palabra explique el universo“. Por supuesto que sí, “Hay libros extintos que deshojan / tu gozo, que deshojan tu nombre” y en ellos se encuentra el signo que encierra la mirada escindida.
Pedro Luis Ibáñez Lérida