EL VIEJO Y EL MAR, LA NOVELA DE ERNEST HEMINGWAY

EL VIEJO Y EL MAR, LA NOVELA DE ERNEST HEMINGWAY

Francisco josé Garcia Carbonell
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EL VIEJO Y EL MAR, LA NOVELA DE ERNEST HEMINGWAY

El viejo y el mar es una obra llena de falsedades, algo extraño en un escritor que detestaba las mismas. Pero ,  no es que el autor quisiera copiar con esto las formas narrativas de  Faulkner o un Melville, pues pienso  que este lo que en realidad pretende , a través del circuito falso de la narración ,  es absolver el mito del crucificado en el viejo pescador y luego hacerlo estallar por los aires.

Lo que importa del camino que el pescador emprende está  en el proceso de sacrificio, pues es en el camino hasta el martirio que los valores del cristiano salen a la luz. Porque la novela de Ernest Hemingway es indudablemente cristiana hasta decaer en cierto punto. Un hombre abandonado por todos camina en la soledad del desierto. Lleva, como Job, lo desesperante de su situación como puede, nadie quiere saber de un viejo fracasado que no lograr pescar hace tiempo. Aún así, no pierde las esperanzas y se echa a la mar. Y he aquí, cuando menos se lo espera, que un Marlin de enormes dimensiones se cruza a su vista.

Poniendo toda la carne en el asador, e igual dejándose la vida en ello, logra atrapar al grandioso pez tras tres días de dura batalla, consiguiendo, con esto,  resucitar de modo simbólico la dignidad que había perdido.

Todo se quedaría, si la obra hubiera terminado ahí, en algo incompleto. La misma ahonda más en la tragedia de los seres humanos, los cuales tienden a reescribir su historia, la de cada cual, según lo que hubieran deseado y no en calidad a lo ocurrido de verdad, todo a un modo de defensa psicológica.

Unos demonios en forma de tiburones van  arrancando, con sus fuertes mandíbulas,  un trozo de carne del gran pescado. Con cada dentellada, y pese a los esfuerzos del pobre hombre por evitarlo, se van comiendo también los sueños del mismo. A partir de entonces, el relato nos aleja del sueño cristiano para sumirnos en el infierno del otro.

Cuando al cabo del tiempo, y ya regresados al puerto con lo que queda del Marlin, el viejo pescador se diriga a su hogar, dejándose caer triste y abatido sobre su silla, sin siquiera reparar en la mano amiga de un niño, difuminado todo sentido cristiano, el lector puede comprobar que el bien es siempre algo dividido.

Francisco José García Carbonell

 

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