El túnel

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Francisco Velez Nieto
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El túnel: Cualquiera sabe quién era Ernesto Sábato…

La novela del inolvidable Ernesto Sábato tiene un contenido, en parte, policial, dentro de la trama de la historia. Toda ella envuelta en una pasión amorosa donde los celos del protagonista  Juan Pablo Castel, pintor buscador de lo inverosímil.

Me pregunto si los jóvenes lectores se acercarán a la novela El túnel. Bueno, tal vez digan: “Cualquiera sabe quién era Ernesto Sábato…” (Argentina 1911-2011). No es un desdén hacia la juventud, es una desoladora realidad. Ellos se encuentran en otro siglo. Ignoran que el túnel, su túnel, se halla en todos los tiempos, fijo, permanente. ¿Entonces,  para quién escribo? Para todo el que me lea. Lo más posible es que a ellos, no les diga nada que esta inquietante narración sobre una pasión amorosa que termina  en crimen pasional fruto de los celos.

La edición  actual conmemora  el septuagésimo de su primera edición en Buenos Aires en 1948. Incluye el expediente  completo aplicado por la censura en España, donde la primera edición definitiva y revisada por el autor vio la luz veinte años después de su aparición en Argentina.  ¿Pero qué saben los jóvenes lectores españoles de lo que significa en la vida cultural de una nación la censura de una dictadura? Fortuna es, que varias generaciones no la tuvieran que soportar.

La novela El túnel tiene un contenido, en parte policial, dentro de la trama de una historia. Toda ella envuelta en una pasión amorosa donde los celos del personaje Juan Pablo Castel, pintor, creador exigente consigo mismo. Busca lo absoluto en las formas ocultas del misterio en el ser humano, en la sociedad en  que vive y se desvive, cuando no se es un alienado objeto que come y anda. Y ese drama íntimo  terminó por llevarlo a la demencia, al asesinato de María Iribarne. Todo comienza un día cuando en una exposición de su obra pictórica observa como una extraña joven que es María, parece extasiada contemplado uno de sus cuadros. La ventana plasmada sobre el lienzo que parece adentrarse, buscando precisamente esa necesidad que el propio pintor imperiosamente desea poseer. Esto lo lleva a intentar conectar con ella, pero cómo abordarla, explicarle el impacto que ha recibido y su emoción desmedida viéndola  contemplar, mirar por esa ventana, que invita a escapar hacia algo más allá. Hasta la esquizofrenia del asesinato pasional poseído por un volcán de celos, erotismo punzante, dentro de una estructura cerrada.

Y uno vuelve atrás la mirada del recuerdo de cuando era joven y  leyó por primera vez este Túnel literario envolvente y demoniaco, en el que el amor y los celos son pasiones, desmesura que salta desde la ternura de sus personajes hasta el maltrato en esta pareja que en el fondo se ama. La lluvia del tiempo ha inundado la memoria de la existencia vivida, la comparación de las dos lecturas, ayer a hoy, sin que los valores de su contenido no hayan perdido tensión narrativa ni los planteamientos que en ella se exponen. Aquí pues la pregunta que me hago al principios sobre si los jóvenes lectores leerán esta novela tan de Sábato. Conocer qué impresión le ha producido la lectura en esta sociedad totalmente manipulada donde el maltrato hasta el propio asesinato de la mujer por el hombre es el luctuoso pan de cada día. Y a que algunos de ellos me dieran su opinión tras el estado que han vivido durante  su lectura

“Mi idea inicial era escribir un cuento- nos cuenta Sábato-, el relato de un pintor que se volvía loco al no poder comunicarse con nadie, ni siquiera con la mujer que parecía haberlo entendido a través de su  pintura. Pero al seguir al personaje, me encontré con que se desviaba considerablemente de este tema metafísico para “defender” a problemas casi triviales de sexo, celos y crímenes” Al propio autor no le gustaba el giro que  estaba tomando la narración, pero le fue imposible detenerle. Esto le llevo al logro de una gran novela corta. Espléndida, desesperante, actual. Y de la que Graham Greene escribió: “Tengo gran  admiración por El túnel, por su magnífico análisis psicológico. No puedo decir que lo haya leído con placer, pero sí con absoluta absorción”.

Francisco Vélez Nieto

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