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El secreto de Charley Parkhurst, el mejor conductor de diligencias del Viejo Oeste
A los que nos gustan las películas del Viejo Oeste recordamos con cierta nostalgia las diligencias que eran asaltadas por bandas de famosos bandidos como Jesse James. Un dicho popular decía que estas “podían ser cargadas el domingo y ser disparadas toda la semana”, y es que viajar en ellas resultaba tan peligroso como saltar desde un avión sin paracaídas. Protegiéndolas, el cochero y un guardia armado con rifles y revólveres debían mantenerse alerta durante todo el trayecto para evitar ser sorprendidos por malhechores e indios, jugándose el pellejo por un sueldo de 50 a 75 dólares al mes, comida incluida. Conozcamos la historia, mejor dicho el “secreto” del conductor más famoso de diligencias de aquellos tiempos, su nombre, Charley Parkhurst.
La diligencia (conocida como Concord Stagecoach) comenzó a fabricarse en 1827, empleándose primero para el transporte de correo y después para el de personas. En 1852, Henry Wells y William Fargo, compraron varios carros de la empresa Concord Con con capacidad para 6 a 12 pasajeros y fundaron en el estado de California la empresa de transporte transcontinental Wells Fargo Co. Disponían de compartimentos de cuero a modo de maleteros y bajo el asiento del cochero había una especie de caja fuerte donde se guardaba el dinero pagado por los pasajes, así como otros bienes que debían transportarse entre ciudades. A pesar de los numerosos asaltos la compañía prosperó, y en 1880 era la más poderosa compañía del Oeste.
No penséis que el viaje en diligencia resultaba cómodo, todo lo contrario, el polvo, el traqueteo, dormir en insanas posadas…, además, los pasajeros debían cumplir una serie de reglas para ser admitidos como viajeros:
- Debían abstenerse de consumir alcohol, aunque si bebían debían compartir la botella con los demás pasajeros.
- Los hombres no debían fumar en pipa o puros al resultar un olor repulsivo para las mujeres. Si se mascaba tabaco debía escupirse por la ventanilla y nunca en contra del viento.
- Si hiciera frío, la compañía proporcionaría mantas de piel de búfalo que debían compartirse si no querían exponerse a viajar al lado del conductor.
- Si se duerme no se puede roncar fuerte ni usar el hombro de su acompañante.
- Pueden llevar consigo armas de fuego para protegerse en caso de asalto, sin embargo, estaba totalmente prohibido disparar a los animales salvajes que vieran durante el trayecto para no asustar a los caballos.
- Se rogaba que no se dijeran palabras malsonantes delante de las mujeres y de los niños, a la vez que se pedía que no preguntasen continuamente cuanto faltaba para llegar. Si resultaban pesados se arriesgaban a que se les echara de la diligencia.
- Y por último, pero no menos importante. Estaba terminantemente prohibido hablar de los atracos a diligencias durante el trayecto.
Finalmente llegó el ferrocarril, y entre 1900 y 1915 el servicio de autobuses, lo que representó el fin de las diligencias.
Charley Parhurst “One Eyed Charley”
Durante los años de la fiebre del oro se incrementó el tráfico de viajeros y mercancías, y si había un conductor de diligencias experimentado y conocido por su buen quehacer, ese fue Charley Parhurst, que durante tres décadas vivió numerosos asaltos y accidentes de los que salió siempre con vida, a pesar de perder en una ocasión un ojo a causa de la coz de un caballo.
En 1848, con 21 años de edad, comenzó a conducir diligencias, siempre tiradas por seis caballos, algo que muy pocos hacían al resultar más dificultosa su conducción y que le valió el apodo de “Six-Horse Charley”. De carácter reservado y arisco, nadie sabía nada de su vida privada y menos de su pasado, a excepción de que había quedado huérfano de niño y creció en un orfanato de Lebanon, en New Hampshire, escapándose a los doce años para ir a trabajar a una cuadra donde aprendió su oficio.
Se retiró al cumplir 50 años a una solitaria granja a las afueras de Watsonville, en California, donde subsistió de lo que cosechaba. Tampoco entonces se relacionó con sus vecinos hasta que en diciembre de 1879 lo encontraron muerto en su casa. Tras la autopsia se certificó que murió a consecuencia de un cáncer de lengua, probablemente debido a que era un consumado fumador. Y se descubrió su gran secreto: no era un hombre, sino una mujer.
La noticia corrió como la pólvora y se le investigó descubriendo que su nombre de nacimiento era Charlotte Darkey Parkhurs, nacida en 1812. Probablemente, tras escaparse del orfanato decidió travestirse de hombre para poder subsistir realizando un trabajo de hombres. Dado lo reservado que era no se le conocieron parejas ni relaciones que le delataran, pero en la autopsia se comprobó que había tenido un hijo. En su testamento dejó 600 dólares a un niño de doce años, George Harmon, que vivía en Watsonville, y en el baúl de su casa escondía un vestido rojo y un par de zapatos de bebé.
Existe otra anécdota que le señalan como la primera mujer estadounidense que votó en una elecciones, concretamente en las elecciones presidenciales de 1868, donde figura su nombre en el censo de votantes de Watsonville, cuando todavía no se había aprobado el sufragio universal. Por desgracia, las actas de votantes de esas elecciones se perdieron y nunca podrá comprobarse.
Franciso Javier Tostado El secreto de Charley Parkhurst, el mejor conductor de diligencias del Viejo Oeste