El Secreto de Adaline: Una Tragedia Legendaria Convertida en Trivial Melodrama

El Secreto de Adaline: Una Tragedia Legendaria Convertida en Trivial Melodrama

Salome Guadalupe Ingelmo
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El Secreto de Adaline: Una Tragedia Legendaria Convertida en Trivial Melodrama

Por Salomé Guadalupe Ingelmo

            En la despreocupada vida Adaline, una muchacha nacida en 1908, irrumpe la tragedia con la prematura muerte de su esposo. Poco después ella, con veintinueve años, sufre un accidente de automóvil que la lleva, mediante la caída en un lago congelado y según dudosos razonamientos científicos que habrán de descubrirse en 2035, a dejar de envejecer. Para no llamar la atención, pues teme ser considerada una atracción de circo y quedar sometida a acoso y estudio por ello, se verá obligada a cambiar de identidad cada cierto tiempo. Lo que también la empujará a permanecer al margen de la vida de su hija por largos periodos. Ya en la actualidad, con una hija anciana que comienza a necesitarla más que nunca, Adaline, que siempre ha huido de los compromisos amorosos temiendo el dolor de la pérdida que su naturaleza sin duda le obligaría a afrontar, se enamora de un joven. Llegado el momento de conocer a los padres de él, ella descubre que el progenitor de su nuevo amor es su antiguo amor, un muchacho al que en los años sesenta abandonó sin dar explicaciones cuando él estaba a punto de pedirle matrimonio. Como entonces, Adaline, presa del pánico, será demasiado cobarde para aceptar el desafío que significa afrontar una relación estable y madura.

El Secreto de Adaline
Ary Scheffer_El luto de Orfeo por la muerte de Eurídice.

            La historia que El secreto de Adaline propone encierra una metáfora del temor a la muerte propia y, sobre todo, a la desaparición de nuestros seres queridos. Implicarse en una relación afectiva, sea cual sea el tipo de amor que conlleve ‒el de pareja, el filial o el amor hacia una mascota, como el que Adaline nutre hacia su viejo perrito‒, exige siempre la valentía suficiente para superar ese natural miedo. Aceptar que merece la pena afrontar la pérdida que antes o después inevitablemente avendrá, porque de lo contrario viviremos eternamente aislados y en la indigencia emotiva; convertidos en seres infinitamente más pobres de lo que podemos llegar a ser gracias al amor, a la experiencia de compartirnos con otros seres humanos.

Sin embargo El secreto de Adaline, que trata argumentos tan trascendentes, es al tiempo un ejemplo perfecto de aproximación superficial y, me atrevería a decir ‒sin ánimo de ofender y sin rastro de prejuicio alguno‒, típicamente norteamericana al cine. Capaz de acabar con la hondura de una tragedia que arrastra una tradición de milenios a sus espaldas y convertirla en un rutinario melodrama, como aquellos que gozaron de tanto éxito en los años cincuenta y sesenta en Estados Unidos. Y los hubo incluso muy buenos en su género ‒baste pensar en maestros como Cecil B. Demille, Elia Kazan, Mervyn LeRoy, Henry King, Frank Borzage o Douglas Sirk entre otros‒, pero la cuestión no es ésa.

El secreto de Adaline carece del lirismo y la inquietante fascinación, de la desbordante imaginación de El curioso caso de Benjamin Button, y no tiene el encanto ni el sentido del humor que derrocha El hombre bicentenario. Ambas, no por casualidad, adaptaciones de autores indiscutibles como F. Scott Fitzgerald e Isaac Asimov respectivamente.

Una Tragedia Legendaria. John William Waterhouse_Una sirena
Una Tragedia Legendaria. John William Waterhouse_Una sirena

            No se me entienda mal, también a El secreto de Adaline hay que reconocerle alguna virtud. La esencial, diría yo, las constantes referencias literarias y cinematográficas que el espectador puede advertir en ella, que no en vano apelan a un bagaje cultural tenazmente arraigado en su cerebro. Algunas de ellas son muy claras, como las mencionadas anteriormente, y otras quizá no tanto. Así, en el fondo, Adaline comparte aspectos en común con cuentos de autores clásicos como La sirenita, de Hans Christian Andersen, o con cuentos de la tradición oral como Blancanieves, cuya versión más conocida en occidente es la que fijasen los hermanos Grimm ‒y que mantiene algunas semejanzas con La bella durmiente del bosque‒. En efecto Adaline camina sobre dos piernas y carece de escamas, pero lo cierto es que la situación del personaje y el propio desenlace de su historia mucho tienen que ver con las circunstancias de la muchacha acuática: Adaline, incapaz de envejecer, es diferente de las gentes del mundo donde pretende vivir, por quienes de hecho teme ser marginada y perseguida si se descubre su rareza. Y finalmente, como en La sirenita ‒o para ser exactos, como en la más recordada adaptación de Disney, no tan cruda como el original de Andersen, en el que la sirenita, que ha sacrificado todo por unirse al príncipe, quien al final se ha casado con otra, incapaz de matar a su amado según le exige un hechizo para poder volver a ser una sirena y recuperar su vida de antaño, desaparece y se convierte en una entidad del aire‒, se produce el milagro ‒discutiblemente explicado en la película con razonamientos pseudocientíficos‒: Adaline, liberada de la barrera que los separaba, adopta la misma naturaleza de su amado y vuelve a ser mortal. El final feliz de su historia se funde, de hecho, con el de Blancanieves. Así Adaline, sufrido un nuevo accidente de tráfico mientras escapa para no comprometerse, comienza a enfriarse bajo una inusual nevada hasta caer en letargo. Letargo del que en este caso no la sacará el beso de su amado, que llora desconsolado a su lado la presunta pérdida, sino el servicio de emergencias médicas y su tempestivo desfibrilador.

            La película, en definitiva, con sus personajes planos y su trama manida, llena de tópicos y abordada con frivolidad, despoja totalmente de la épica y la poderosa veracidad que ha acompañado desde la Antigüedad al problema alrededor del que gira su argumento central. Por eso no nos conmueve ni nos sobrecoge. El secreto de Adaline, que podría haber sido otra cosa bien distinta ‒lo que creo muchos esperábamos descubrir en ella al conocer su argumento‒, se convierte en una historia más para consumir y olvidar. Cuando, paradójicamente, el asunto que trata ha torturado desde siempre al hombre, y para siempre lo seguirá torturando. Sin embargo El secreto de Adaline parece no afectarnos, no nos produce ni calor ni frío.

Centrada en la típica historia de amor tan al gusto de Hollywood, la película desvirtúa el argumento original, haciendo que pierda toda su indiscutible fuerza. Y no es que el amor haya de ser considerado tema menor; es, sencillamente, que las dudas sobre el sentido de la propia existencia y el temor a la muerte lo superan y de alguna forma también lo engloban, pues justifican el miedo al compromiso relacionado con el pánico a la pérdida.

            Nada que ver, por lo tanto, con grandes epopeyas como la de Gilgamesh, escrita como muy tarde a finales del II milenio a. C., o la Odisea, que aunque de una forma menos directa y seguramente más sofisticada, también aborda las mismas inquietudes.

            Con todos los siglos que nos separan del texto, Gilgamesh y su desconcierto, su terror y su desesperación al ver morir a su amigo ‒significativamente creado idéntico a él físicamente‒, su alter ego, sin poder hacer nada para evitarlo, está mucho más vivo y genera mucha más empatía en nosotros que la más moderna Adaline. La búsqueda de la planta mágica que podría devolverle la vida, con los riesgos que ello implica, supone un desesperado intento de recuperar al ser amado ‒de hecho los estudiosos, basándose en determinados pasajes del texto, plantean que entre Gilgamesh y su amigo Enkidu existiese una relación sexual como las mantenidas por algunos griegos con compañeros de armas‒; pero también de salvarse a sí mismo, de conquistar una salida ante el aparentemente inevitable destino de muerte que espera a todo hombre.

            Porque, como plantearán las grandes obras que han tratado el argumento desde la Antigüedad hasta la maravillosa Blade Runner, sólo los dioses poseen la vida eterna, y es precisamente ese privilegio que guardan celosamente para ellos lo que les define, diferencia y separa de los hombres. La mitología greco-romana, que nos es tan familiar, abunda, como por otro lado los mitos del resto del mundo, en esa idea. Intentar el asalto y conquista de ese tesoro sólo puede llevar al fracaso y la frustración: la única solución posible para evitar la amargura es que el hombre aprenda a aceptar su sino y a disfrutar de la vida a pesar de él. La única solución satisfactoria no es la mera resignación, sino la sana convivencia con la propia naturaleza. Lo que, en el fondo, también significa abandonar la pasividad y el pesimismo y adoptar una actitud dinámica: comenzar a construir nuestro propio destino, sin dejarlo ya en manos de unos seres inescrutables.

El Secreto de Adaline. Cilindro-sello con Etana ascendiendo a los cielos
Cilindro-sello con Etana ascendiendo a los cielos

            El poema mesopotámico Etana, en el que el homónimo protagonista sube al cielo montado en un águila para buscar la “planta de los nacimientos” con el fin de curar la esterilidad de su esposa, de alguna forma trata el mismo argumento presente en el Gilgamesh, si bien entendiendo la vida eterna como una prolongación de la vida propia en la de nuestros hijos. Es decir proponiendo ya entonces una fórmula para solventar satisfactoriamente un problema que parecía sin salida. Que de hecho queda sin solventar en el mito griego de Orfeo y Eurídice, donde Orfeo, a pesar de todos sus esfuerzos, finalmente no consigue rescatar a su esposa del Hades.

            Ciertamente el cine ha tratado en múltiples películas el argumento de la eterna juventud, y desde luego El secreto de Adaline no será recordada como una de las más brillantes ni de las más conmovedoras, ni tampoco de las más originales.

Si uno quiere ver una película sobre la inquietante convivencia entre el amor y la muerte, puede acercarse, además de a las cintas mencionadas anteriormente, a La fuente de la vida, que con su riqueza y lirismo visual ‒y sonoro‒ y su compleja y articulada trama, desarrollada en distintos planos temporales ‒porque, en efecto, el argumento es atemporal y afecta al hombre de cualquier periodo‒, sí consigue implicar al espectador, haciéndole sentir que efectivamente la historia le concierne y no puede permanecer indiferente.

            En definitiva, ver El secreto de Adaline me ha servido para admirar si cabe aún más mi ya muy admirada Blade Runner, que para mí sigue siendo la gran obra maestra del cine sobre la búsqueda del sentido de nuestra existencia y nuestra mortalidad. Quizá hayamos de considerar ésta como otra de las virtudes de El secreto de Adaline.

John Roddam Spencer Stanhope_Orfeo y Eurídice en las riveras del Estigia, El Secreto de Adaline
John Roddam Spencer Stanhope_Orfeo y Eurídice en las riveras del Estigia

 

Ficha Técnica

Título original

The Age of Adaline

Año

2015

Duración

112 min.

País

[Estados Unidos]  Estados Unidos

Director

Lee Toland Krieger

Guión

Salvador Paskowitz, J. Mills Goodloe

Música

Rob Simonsen

Fotografía

David Lanzenberg

Reparto

Blake Lively, Michiel Huisman, Harrison Ford, Ellen Burstyn, Kathy Baker, Amanda Crew, Richard Harmon, Anjali Jay, Lynda Boyd, Peter J. Gray, Lane Edwards, Alison Wandzura, Aaron Craven, Jane Craven

Productora

Lionsgate / Sidney Kimmel Entertainment / Lakeshore Entertainment

Género

Romance. Drama. Fantástico

Web oficial

http://www.TheAgeOfAdalineMovie.com

 

Estreno en USA: 24/04/2015

Estreno en España: 31/07/2015

 

Imágenes

1. Ary Scheffer, El luto de Orfeo por la muerte de Eurídice.

2. John William Waterhouse, Una sirena.

3. Cilindro sello mesopotámico con Etana ascendiendo a los cielos. Segunda mitad del tercer milenio.

4. John Roddam Spencer Stanhope, Orfeo y Eurídice en las riveras del Estigia.

 

Descargar (PDF, 353KB)

 

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