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Desacreditar, menospreciar, infravalorar, etc., a los profesores es algo que sucede en los centros educativos por parte de algunos alumnos. A mi juicio, deberían ser sancionadas este tipo de manifestaciones verbales, y no quedar impunes. Es cierto que la mayoría de los estudiantes respetan a sus profesores, y les obedecen, y valoran su esfuerzo y enseñanza. Y es que ya dice la LOMCE que los docentes son autoridad pública.
Esto supone que se otorga a los profesores presunción de veracidad, entre otras cosas. Algo lógico por numerosas razones. Ciertamente, existe una crisis de autoridad en la sociedad. Los profesores ya disponen de autoridad también por sus acreditados conocimientos a través de sus titulaciones, y por su esfuerzo docente y pedagógico.
Como también escribe el catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid Francisco J. Laporta: «La situación en muchos centros parece ser la siguiente: las reglas se cumplen a regañadientes, y parece natural desafiarlas. Se dice con frecuencia que todo profesor pierde una buena cantidad de su tiempo en forcejeos sobre ellas». Esto lo dice en 2009, pero la situación no ha cambiado sustancialmente, más bien ha empeorado de modo general.
Una de las posibles soluciones a este estado de cosas sería, en mi opinión, que los equipos directivos de los centros educativos aplicaran más sanciones, y más graves para hacer respetar el principio de autoridad de los docentes, que no debe ser objeto de disputa o discusión, por parte de los alumnos, ya que está afirmado por la LOMCE, y está vigente.
Que en la realidad social actual exista una crisis de valores morales, y también un relativismo creciente, no es algo que justifique el que se tenga derecho a desobedecer a los profesores, a su autoridad reconocida legalmente.
Se debe partir de una actitud de respeto y consideración, y existen cauces de diálogo profundo sobre posibles cuestiones que vayan surgiendo en el ámbito académico y formativo. Esto puede sonar a música celestial o a algo utópico, pero entonces las leyes y normas, y su cumplimiento en el ámbito educativo, pueden parecer algo relativo y, en realidad, no lo son.
Probablemente la sociedad tiene que ser más consciente de la necesidad de un universalismo moral frente al relativismo que ya existe. Porque el respeto, por ejemplo, es un valor moral universal que es exigible a todos, y no está sujeto a condiciones.
José Manuel López García