EL PERRO NO QUIERE DISCURSOS

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Antonio Costa Gómez
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EL PERRO NO QUIERE DISCURSOS

    Un avión con niños se estrelló en la jungla de Colombia y estuvieron 40 días perdidos y solos. Pero sobrevivieron bien. Falló la visión pesimista de William Golding en “El señor de las moscas” donde unos niños ingleses se caen y los más fuertes acaban sometiendo a los más débiles. Ahora la niña de 13 años protegió a sus hermanos más jóvenes. Alguien, como hizo García Márquez con un naufragio hace años, debería escribir un libro sobre ello. Con experiencias de verdad, no con discursos encargados.

    Dicen que los niños sobrevivieron porque eran indígenas y conocían mejor la jungla. La civilización tal como la entendemos ahora en muchos casos solo aleja a las personas de la vida y la naturaleza y de sus propias capacidades. Pero también sobrevivieron porque todavía eran humanos de verdad y no entes aplastados por artilugios y tecnologías. Si fueran así no serían capaces de afrontar nada. El tecnologismo apabullante solo nos atrofia y nos hace perder facultades, nos convierte poco menos que en disminuidos.

    Pero sobre todo un perro llamado Wilson los encontró. Y cuando fuer la hora de las celebraciones el perro desapareció. Lo andan buscando, pero yo creo que no quiere que lo encuentren. Le fastidian los discursos y las retóricas de los hombres. No quería que los políticos manipularan y manosearan su actuación con ideologías y lecturas sesgadas. No quería que lo utilizaran. Hizo su trabajo de manera genial y los dejó con sus palabrerías.

    Así ocurre tantas veces, ya no vemos la realidad y los hechos,  nuestras ideologías  nos encierran y no nos dejan ver nada.  Nos enjaulamos en doctrinas y nos confundimos con palabrerías. Pero detrás sigue estando la realidad y la vida. Y ese perro estaba vivo y conocía la vida.

     Me hace pensar en algún personaje de Humphrey Bogart en alguna película, que tampoco quiere palabrerías, hace su trabajo en silencio y luego se marcha a tomar su whisky. Y se queden a otro lado los profesionales de la manipulación y del explotar las palabras. Los que solo hacen las cosas para poder declararlas después.

    Y también deberían aprender de ese perro y de su tenacidad y su olfato. Que sin tantas tecnologías ni complicaciones infinitos todavía está vivo y sabe moverse por la vida. Y siente el latir de otros seres vivos y se pone a ayudarlos. Sin discursos en las plazas, sin manoseos. En silencio y en el interior de su cuerpo. Con su mirada limpia y callada, con su olfato oscuro y callado.

    Todavía los seres vivos, con su instinto y vitalidad ancestrales, pueden lo que no pueden las máquinas con sus fórmulas y sus programas rígidos. Y la solidaridad entre los vivos puede más que los acomodos políticos y las legislaciones. Y de verdad en ese perro amigo hay un contenido y hay algo que celebrar. Me imagino tomándome algo con él y que me mira con sus ojos secretos sin bla bla. Y jadea a mi lado en un tono confidencial.

       El perro se fue porque le hartaba tanta falsedad y rebuscamiento de los humanos actuales. Y también que lo manoseen todo y lo diseñen todo. No es un perro de diseño para un local de diseño. Quiere su hueso o su trozo de jamón y que se dejen de gilipolleces. Tampoco quiere condecoraciones.

    Le importaba mucho más ese momento en que los niños lo vieron venir y lo abrazaron. No lo hizo por los discursos, lo hizo por la sonrisa de los niños.

   ANTONIO COSTA GÓMEZ

 

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