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El mundo invisible de Robert Graves
José de María Romero Barea
En estos días aciagos en que la realidad nos reafirma en la intuición de que la guerra sigue firmemente establecida en nuestro inconsciente colectivo como uno de los mitos definitorios del nacionalismo, nada mejor que volver a estos escritos del siglo XX, que reflejan, como pocos, nuestra contemporaneidad. En la biografía de la académica Jean Moorcroft Wilson (1941) Robert Graves: From Great War to Good-Bye to All That, 1895-1929 (Bloomsbury, 2018), recién publicada en Reino Unido, se nos muestra a un autor que no puede desahogar su ardor guerrero a través de la poesía, o tal vez sería más exacto decir que no se siente lo suficientemente apasionado para lidiar con él en verso.
En otras palabras, odia el erudito Robert Graves (Wimbledon, Londres, 1895 – Deyá, 1985) demasiado el enfrentamiento como para escribir sobre él. Dichos sentimientos de exclusión informan una lírica que se esfuerza por huir mucho más que por acercarse, sostiene Nicola Shulman (1960), en el número de septiembre de la revista The Oldie, una poesía “que fue la primera víctima de la I Guerra Mundial”. En el artículo “Back to the Front”, se ocupa la periodista inglesa de un poeta al que era indiferente el furor colectivo; más bien, argumenta biógrafa, ex modelo y aristócrata, los aspectos que más lo conmovían eran los personales.
La dificultad de su estilo radica en otorgar credibilidad, por no mencionar impulso dramático, al lento y cerebral negocio de escribir. Si entre 1916 y 1918 la deflagración mundial logró arrojarlo de sí mismo hacia un mundo más vasto de amor y piedad, sacrificó, al mismo tiempo, su interés privado por una causa mayor, una guerra que lo condujo a lo más profundo de sí mismo y sus propias preocupaciones, mientras “la muerte se asentaba inmisericorde en la imaginación del supersticioso y absolutamente aturdido Graves”. Denuncia el británico la guerra y sus crueldades en poemas que son declaraciones pacifistas, anota la periodista, “donde los viejos motivos e imaginería – labios y ojos y níveos brazos; separaciones, seducciones, quejas y agonías – se muestra ensombrecida por su terrible alter ego al fondo de la trinchera”.
Logra la británica crear una delineación atractiva entre dos conceptos completamente diferentes, unidos por una vocación común y una experiencia infernal. En medio de la prelapsariana luz del sol, la poesía del autor de La diosa blanca (1948) se sumerge en la oscuridad. Escribe el londinense sobre su anhelo de una inocencia perdida y un mundo antes de la gran caída. Su versión es solo una pequeña parte de la imagen que ha de incluir por fuerza el barro, los soldados, el hedor de la muerte. La impresión que nos deja la lectura de su poesía bélica, apostilla Shulman, es la de alguien que ha sobrevivido a su tiempo: “Se apaga la luz de la razón/ pero con un destello que revela/ el mundo invisible” (mi traducción).
Sevilla, 2018