EL LENGUAJE COMO ARMA DE DESTRUCCIÓN

EL LENGUAJE COMO ARMA DE DESTRUCCIÓN

Antonio Costa Gómez
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EL LENGUAJE COMO ARMA DE DESTRUCCIÓN

   El lenguaje no sirve para comunicarse. Sirve para aniquilar a otras personas. Para convertirlas en nada o en algo apestoso. Es un arma de destrucción masiva. Y lo usamos de modo caprichoso, como niños feroces. Lo retorcemos y lo manipulamos como queremos. Sobre todo lo usan los poderes. Ya que demuestran su poder en todo, también lo muestran en el lenguaje.

   Como los diseñadores que lo diseñan todo a su capricho, y lo convierten todo en rombos y triángulos. Y en oficinas de comisaría con luz despiadada, sin ninguna sombra donde esconderse. Diseñarán los Pirineos y los convertirán en un rombo. Y te diseñarán a ti y te convertirán en un rombo. Pero ante todo diseñan el lenguaje.

    Tiramos las palabras como granadas. No tenemos boca, tenemos lanzagranadas. El tirachinas de los niños se convierte en lanzapalabras. Pero con veneno y destrucción de verdad. Y no tenemos ningún cuidado con las palabras. Las usamos como nos da la gana, hacemos con ellas lo que queremos.

   El lenguaje no es una creación viva de siglos. Es lo que a nosotros nos dé la gana.

    Ahora mismo si no estás de acuerdo eres de extrema derecha. Eres de super extremísima derecha. Eres un monstruo comeniños de derecha infinita. Si no estás de acuerdo te joden con la palabra que ellos creen más dañina y ofensiva.

    En otros momentos si no estabas de acuerdo eras un rojo sangriento y rojísimo comecuras. O un comunista degenerado y salvaje. O un terrorista a destrozar. Las palabras lanzan una red sobre ti y te marcan para fusilarte, escarnecerte, eliminarte. Pero sobre todo ningunearte. Y acallarte.

   Debería decir también “el lenguaje como campo de concentración”. Porque el lenguaje te mete en unas cajas a la fuerza y no puedes salir de ellas. Estás encerrado en esas cajas de por vida. Existen unas pocas categorías y entras en ellas lo quieras o no. Y si no te gusta tu caja te aguantas.

   Así, eres de izquierda o de derecha. Eres bueno o malo. Eres progresista o reaccionario.  Eres de Reus o del resto del mundo. Eres rojo o verde. Y si niegas ser de alguna de esas categorías te dicen: entonces no eres nada. Porque fuera de esas categorías para ellos no hay nada.

    El universo entero lo meten en tres o cuatro cajas, conceptos. Y si no cabe en ellas, que se joda el universo. El lenguaje desde el principio ha sido simplificación y coacción. Dicen que sirve para estructurar el mundo. Pero lo que llaman estructurar es simplificar. Y poner una camisa de fuerza. Todos somos esos locos a los que nos quieren desactivar como en la película “Alguien voló sobre el nido del cuco”.

   Unamuno no estaba ni con la república sectaria (lo reconoció el mismo Manuel Azaña en “La velada de Benicarló”) ni con el franquismo. No era ni lo uno ni lo otro. Y entonces, dicen, no era nada. Porque no hay más opciones. El mundo entero tiene que caber, a la fuerza, en esas dos opciones.

   Estamos en el tiempo de los simplismos, de los extremismos fanáticos. Y nuestro lenguaje sirve para imponer eso.  Ya decía Zagajewski que la vida compleja y creativa estaba fuera de los extremismos fanáticos. Pero ahora estamos en el tiempo del desprecio, como decía Sábato. Y con el lenguaje lo despreciamos todo. Y lo marcamos para su ejecución.

    Los nazis lo clasificaban todo como ellos querían. Usaban el lenguaje de manera despiadada. Eliminar a los judíos era “resolver el problema judío”. Los estalinistas hacían lo mismo. Pero actualmente lo hace todo el mundo.  Las palabras son vallas de acero que encierran a la gente sin piedad. Y que impiden escucharla. Si marcamos a una persona con tal palabra ya no queremos escuchar nada de ella. Pero también podemos eliminar razas enteras, culturas.

    No queremos escuchar, solo meter al otro en una palabra armada para no tener que escucharlo. Para aniquilarlo del todo. Y así no escuchamos nada. No escuchamos al universo entero ni a la vida.

    Ocurre que todo el mundo está encerrado en su ideología y lo tiene todo resuelto. Y entonces ya no quiere saber nada más, lo tiene todo resuelto y no quiere que le muevan esa certidumbre.  Tiene su casa mental y no le muevas su casa.  Pero eso ocurre por el lenguaje.

    El lenguaje es un arma, un muro, un lanzallamas. Es una forma de parapetarse y de disparar desde lejos. Es convertir a los demás en leprosos o en apestados. Los conviertes en derechistas con forúnculos o en rojos con cuernos. O en lo que tú quieras. Y te quedas tan tranquilo. Ya no quieres saber nada más.

    El lenguaje no sirve para comunicarse. Tal vez les sirve para eso a los poetas o a los niños. Pero no a la gente en general. Por eso muchas veces uno tiene que atender también al lenguaje no verbal. O se refugia en la literatura, que si es genuina y viva escapa de los encierros del lenguaje, y muestra lo que el mismo autor tal vez no quiere ver. La literatura muestra el dinamismo misterioso e incontrolable que ninguna mezquindad lingüística puede destruir.

    El lenguaje sirve para aniquilar y destrozar. Y para encerrarte en una cárcel. El lenguaje sirve para que te calles.

    No sé quien inventó un país donde la literatura se castigaba con pena de muerte. Así los escritores tendrían mucho respeto a cada palabra. La usaría en lo que vale. Cada palabra tendría un valor revelativo infinito. Solo los poderes las usarían para encerrarnos y aplastarnos.

    Pero ahora las usamos para encerrarnos y aplastarnos unos a otros. Y para no enterarnos de otro.  Deberíamos callarnos todos por un tiempo. Tienen razón los trapenses. Y volver a inventar el lenguaje poco a poco. Y que no fuera un arma sino una maravilla. Eso que es en las páginas de Rilke o de Proust. Que nos revelan el mundo, que nos regalan el mundo en sus más vivos extrañamientos y matices. En toda su riqueza infinita.

    Un gobierno tuvo sus dudas en tirar la bomba atómica sobre Japón. Pero nosotros no tenemos duda en tirar palabras desintegradoras sobre otros. Y nadie habla, todo el mundo se tira granadas. Y aprendemos de los poderes la prepotencia. Y nos encerramos en nuestros conceptos tan simples. Y los muros de la prisión se volverán cada día más cerrados, como dice Sábato al final de “El túnel”.

ANTONIO COSTA GÓMEZ

 

Image by Jörg Vieli from Pixabay

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