EL JUGADOR, LA NOVELA DE DOSTOYENVSKI
(Qué nos aprisiona)
Autor: Francisco José García Carbonell
En El jugador, la novela de Dostoyevski, el autor nos presenta a un personaje singular que es inducido a apostar, en un casino, un dinero que no le pertenece. En esta novela corta, nos encontramos unos hombres soberbiamente retratados en donde confluyen la intensidad sicológica y una vehemencia narrativa. Todo lo que oímos y sentimos son, en su mayor parte, los pensamientos de un protagonista que, de alguna manera, se siente al margen del mundo que le rodea.
En El jugador nos parece encontrarnos con un loco. Un simple anecdotario, casi autobiográfico del autor, de los excesos de la ludopatía. El jugador es un hombre aislado que lo mismo gana desorbitadas cantidades de dinero que igual lo pierde. Pero las exorbitantes cantidades de dinero que van y vienen en el casino, las deudas exageradas del general Zagorianski que no terminan de satisfacerse, el amor pasional y la utilización cruel de esta pasión que siente el protagonista de la obra por parte de Polina no son, pienso, el asunto principal de la trama. Estas creaciones tienen algo en común con las obras de Tolstoi, y es la soledad existencial del individuo. Vemos, por ejemplo, en la última escena de El jugador, cómo después de que se le preste una cantidad de dinero para que el protagonista vaya en busca de su amada, el prestamista piense, y ahí se queda la novela, que el dinero lo va a desaprovechar en volver a apostar en el juego. Nos encontramos con un hombre que, a su modo, se atiene a la soledad mística que impone un dios desencarnado, y que los lleva a abstraerse del mundo en el que viven.
Alekséi Ivánovich, tutor de los hijos del general Zagorianski, es una interiorización del propio Dostoyevski. La narración de este va, cada vez, buscando un yo interior más allá de las acciones de los propios personajes. Todos los personajes de Dostoyevski representan una vorágine sicológica que se escapa, muchas veces, a las consecuencias de unos actos racionales. Son personajes con una doble cara. En el personaje principal, pues, se produce un desdoblamiento entre el propio yo del autor y la sociedad que el mismo pretende criticar.
Los personajes del escritor ruso son como ese cuadro de Georges Bataille, El lenguaje de las flores, y que Umberto Eco, analiza en su Historia de la fealdad:
«Tras un periodo muy breve de esplendor, la maravillosa corola se marchita impúdicamente al sol, convirtiéndose para la planta en una vergüenza espantosa. Una vez alcanzado el hedor del estiércol, aunque hubiese dado la impresión de escaparse en un impulso de pureza angélica y lírica, la flor parece volver bruscamente a su suciedad primitiva: el sumo ideal queda reducido rápidamente a un pingajo de estercolero aéreo. Porque las flores no envejecen dignamente como las hojas, que no pierden ni un ápice de su belleza ni siquiera después de muertas; las flores se marchitan como remilgadas envejecidas, y demasiado empolvadas, y mueren ridículamente en los tallos que parecían elevarlas hasta las estrellas».Y eso son los personajes de El jugador, personajes que eclosionan como una flor, e, igual que una flor, termina por marchitarse.
Las narraciones de Dostoyevski participan de esa interioridad sin desdeñar, desde luego, el desarrollo de la acción exterior. Esta tiene esa crítica social externa. El jugador es una crítica a la forma de vida de la aristocracia; en esta se da ese juego de interiorización del personaje que trata con desdén las cosas mundanas. Podemos ver en Alekséi y la tía del general ese desdén, patológico, por el dinero que pierden en el casino de Ruletenburgo. En definitiva, esta ofrece un desahogo interior, sincero y espontáneo de los personajes, como una expresión de sus emociones más personales. La culpa, la rabia, la desesperanza que asolan a un Alekséi que sabe qué es lo que le perjudica y, en cambio, no puede controlar esa voluntad de seguir jugando. Esto, por último, lo podemos comprobar en una conversación con Polina, en la cual el protagonista desnaturaliza el amor romántico y lo convierte en una suerte de esclavitud y dinero:
—Fíjese en que no hablo de esclavitud porque me guste ser un esclavo. Hablo de ella como de un simple hecho que no depende de mí
(…)
—No puede usted aguantar la teoría de la esclavitud pero exige esclavitud: «¡Responder y no razonar!». Bueno, sea. ¿Por qué necesito dinero, pregunta usted? ¿Cómo que por qué? El dinero es todo.[1]
Más luego el autor prosigue, en la misma conversación, el sermón que le echó en la mesa el general y cómo le ha tirriado el desprecio del marqués de Grieux. Le dieron ganas, en ese momento, le cuenta a la amada, de tirarle de la nariz a este en presencia de ella. Y aquí, tras un reproche de ella sobre el comportamiento digno, este le contesta con unas palabras reveladoras sobre lo que antes he expuesto:
«Eso viene derechito de un manual de caligrafía. Usted supone sin más que no sé comportarme con dignidad. Es decir, que podré ser un hombre digno, pero que no sé comportarme con dignidad. Comprendo que quizá sea verdad. Sí, todos los rusos son así, y le diré por qué: porque los rusos están demasiado bien dotados, son demasiado versátiles, para encontrar de momento una forma de la buena crianza. Es cuestión de forma. La mayoría de nosotros, los rusos, estamos tan bien dotados que necesitamos genio para lograr una buena forma de crianza…».