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EL HUMANISMO SOLIDARIO
de “CAMINOS CRUZADOS”
Por José Sarria
“Caminos Cruzados”
Lorenzo Martínez Aguilar
El ojo de Poe (Jaén, 2019)
El escritor verdadero no es un ser nacido para generar literatura de ocio o esparcimiento; al contrario, el suyo es un discurso incardinado en un espacio público, como es el texto poético o narrativo, desde donde el escritor participa de un proyecto de emancipación humana destinado a constituir la identidad de un sujeto incardinado en su historia.
La vocación de todo escritor, de todo verdadero escritor, está al servicio del establecimiento de la educación sentimental de su tiempo, de la fundación de una subjetividad encaminada a la reconquista permanente del ser, contribuyendo, decididamente, a elevar la capacidad transformadora de pensar y de reflexionar, sin dejarse vencer por una sociedad volcada en el simple entretenimiento, como ha dicho el filósofo Zygmunt Bauman: “En el mundo actual todas las ideas de felicidad acaban delante de un escaparate”.
Y esa, es la esencia del movimiento Humanismo Solidario, en cuyo seno establece, Lorenzo Martínez, el centro nuclear de su novela “Caminos Cruzados”. La dedicatoria es todo en tímpano catedralicio que va a mostrarse, ante el lector, como un faro guía, como una estrella polar: “A todas las mujeres que viven la amarga realidad de estar perseguidas, maltratadas, prostituidas…”.
Ha escrito el poeta Jorge Riechmann que “la vida, carece de sentido sin resistencia al mal”. Hoy, más que nunca, ante la radical transformación social que el mundo está experimentando, los poetas, los narradores y los creadores, en general, no deberían quedar al margen de la construcción del nuevo paradigma social que se está edificando y trabajar por recuperar de la historia las corrientes de pensamiento que aúnan lo individual y lo colectivo en un mismo sentimiento, para elevarse como una de las grandes conquistas del ser humano de nuestro tiempo. Y así, lo manifiesta, abiertamente, uno de los dos protagonistas de la novela, Luis Sandoval, el escritor, cuando casi en la recta final de la novela, una vez concluido el trabajo que le había llevado a Linares (escribir una novela sobre la trata de mujeres), dice:
“Empezaría, en otra ciudad, otro proyecto literario nuevo, tal vez con la misma necesidad de recuperar la esencia de los valores humanos en el discurso literario, para intentar trasformar aquella realidad con la utopía de lo colectivo por encima del individualismo, el desprecio, la corrupción, la degradación y el narcisismo que estaba oxidando a los hombres…”.
…/…
“Si hay algo que de verdad merezca ser contado, más allá de la superficialidad y la banalidad que corroe el presente, es la indefectible obligación de denunciar la locura egoísta y atroz que amenaza nuestro planeta con los métodos que se han enquistado en la podredumbre y la miseria moral de los poderes económicos y políticos. Si hay de verdad alguna heroicidad, alguna historia, algún testimonio que de verdad merezca ser contado, son precisamente las historias de esos héroes anónimos, hombres y mujeres que sufren y luchan contra situaciones que no han elegido, impuestas por un desorden inmoral que tanto y tan alarmantemente nos deshumaniza, arrastrando a millones de seres humanos al fondo de la pobreza más absoluta, la marginación, la persecución, la prostitución, la trata, la emigración…, en las que late la cercanía del sufrimiento y la muerte”.
Lorenzo Martínez ha decidido con “Caminos cruzados” poner la literatura, su obra, al servicio del ser humano, empeñando todos sus esfuerzos literarios en la elaboración de un sentimiento profundo de identidad compartida, siguiendo la formulación del sujeto de Franz Hinkelammert: “yo soy, si tú eres”, convencido de que el otro no solo existe, sino que nos constituye.
Para ello, toma como marco escenográfico la ciudad de Linares, que Lorenzo conoce y describe con perfección de taxidermista, pues sus calles, sus plazas, sus iglesias o casas patricias, constituyen un espacio que confiere a la novela un singular territorio que al lector se le hace familiar, participado por la belleza de su descripción plástica, que Lorenzo detalla con excelente verbo.
Desde ahí, desde ese espacio, Martínez Aguilar va a construir su propio universo a partir de elementos o fragmentos de una realidad conocida y que reutiliza para elaborar y componer su mundo imaginario y en él levantar una extraordinaria alegoría sobre las escabrosas relaciones humanas, pero también sobre los más elevados sentimientos del ser: amor, lealtad, fraternidad o libertad, que adquieren una dimensión épica en el libro.
Comienza la novela con la llegada a España de Lena Kedzierski (protagonista principal de la novela), una joven ucraniana (de Kiev), de veinticinco años, “que tenía mirada de frontera” y que es engañada y atrapada por una red de prostitución. Ella creía haber sido contratada como traductora de ruso-español (su madre era uno de aquellos niños que fueron llevados a Rusia en 1939 con motivo de la Guerra Civil española). En realidad, la ha captado una organización criminal para ejercer, de manera forzada, la prostitución junto a otras compañeras, en el “V… night club”, un prostíbulo de carretera, en las cercanías de Linares que, adornado como un carrusel de feria, abría cada anochecer, bajo la atenta custodia de Juan Alfaro, el despiadado lugarteniente del dueño del lupanar, Uribe Andrada.
“Caminos cruzados” se estructura como una especie de novela de novelas, ya que en el texto conviven varias historias paralelas, afluentes literarios que convergen en el relato principal: el romance que mantendrán Lena y el escritor Luis Sandoval, las historias de las diferentes prostitutas: Juliet la nigeriana que había llegado en patera a las costas de Rota, Ana, la colombiana o Rosa, que se convertirá en la gran confidente de Lena y que terminará por descubrirle su gran secreto: haber sido víctima de abusos sexuales, por parte de su padrastro, cuando aún era una niña:
Allí, se abren y cierran sucesivos portillos y ventanas, por donde entran y salen evocaciones o pasajes, surcos y rastros de mujeres sin rostro, sin nombre, sin identidad, junto a las volutas del humo, al olor a alcohol barato o al sudor de un cuerpo que ha de soportar el peso y el aliento de hombres anónimos cuyas púas atraviesan la carne y las alas de mujeres prisioneras, mientras la ciudad vive, hipócritamente, ajena a una realidad que se prefiere inadvertida, cuando no inexistente.
Paula, hija de Lena, con quien establece un cordón umbilical a través de las conversaciones epistolares que “la rusa” redacta periódicamente, será el símbolo de la esperanza que ayuda a Lena a mantenerse asida a su verdadera realidad, pues
“Lena tiene la sensación de que su situación de indocumentada es conocida por todo el mundo, como si su vida fuera un libro abierto, escrito con letras grandes, donde se pueden leer los adjetivos que la acompañan: ilegal, extranjera, prostituta… Tiene la percepción asustadiza de que todos lo saben. Piensa que todos conocen esa situación de ilegalidad, que lo leen en sus ojos, en su acento, en su forma de vestir… Lena no es ni siquiera un número que pueda figurar en ningún padrón municipal, en las facturas del teléfono, en la Seguridad Social… Lena en España no existe”.
Lorenzo Martínez ha decidido vincularse con los débiles, con los abatidos, abanderando una narrativa exasperada, doliente, comprometida y testimonial, en este caso, con los millones de mujeres sometidas al tráfico y trata con fines de explotación sexual.
“Caminos cruzados”, además de ser una espléndida novela, se constituye en canto solidario que pone nombre al sufrimiento social y que, penetrando el corazón del autor, alcanza su conciencia, elevándose como verdadera creación, pues, tal y como nos ha enseñado Antonio Gamoneda, “creación literaria que no lleve consigo conciencia no es creación”.
Con un lenguaje asequible (decía Albert Camus que “los que escriben con claridad tienen lectores; los que escriben oscuramente tienen comentaristas”), claro y transparente, Lorenzo edifica una propuesta narrativa intensa, a la vez que profunda y reflexiva; un insondable relato, desde donde brota la alfaguara vital del narrador con un decidido compromiso con su tiempo y con su momento, en la línea del pensamiento de Flaubert: “Escribir es una manera de vivir”.
“Un viajero llega a la estación de ferrocarril de Kiev. Baja del tren, cruza el andén y se dirige hacia la parada de taxis del exterior.
El viajero coge un taxi y una vez instalado dentro del coche le extiende al chófer un papel en el que hay escrita una dirección y un nombre: Lena Kedzierski. El viajero lleva un libro entre su equipaje de mano …/… Algo más arriba del dibujo se lee un nombre: Luis Sandoval. Y con letras más grandes e intensamente rojas, el título del libro en español: CAMINOS CRUZADOS”.
Esta es la historia, este es el testimonio de un escritor, Luis Sandoval o Lorenzo Martínez que ha decidido, desde un Humanismo Solidario, luminoso, fundante y germinativo, hacer de su historia testimonio de compromiso universal.