El collage en la obra de Stefan von Reiswitz

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Antonio Abad
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El collage en la obra de Stefan von Reiswitz

Por Antonio Abad

El collageDe la mirada, el análisis, la jocosidad, el sueño o la magia de un puñado de papeles nace la técnica collagista que propugna el pintor-escultor Stefan von Reiswitz, que bien puede ser calificada de neodadaísta y que su autor, a lo largo de más de cuarenta años, ha venido realizando ocasionalmente.

Subvertir la realidad es su propósito, transgredirla, impregnarla de algún tipo de novedad o suceso. No hay otra intencionalidad, aparte de un cierto ejercicio informal, más o menos divertido, más o menos lúdico, cuando con las tijeras se pone a cuestionar –con la libertad y la seriedad de su agudo sentido crítico–, los rasgos de la cultura mediterránea, sus valores y sus reverencias excesivas, sus mitos y sus engreimientos entrañables. Quiero decir que Stefan trata de desembrollar determinados arquetipos y que con un manojo de ideas gráficas le gusta adentrarse por el mundo de lo inverosímil.

A partir (la mayoría de las veces) de originales tomados de un tratado del Barroco sobre estudios de la perspectiva, irá componiendo una suerte de mitología personal cuyos héroes e historias representan una estética del caos.

Para Stefan lo real no conviene. Contra la tiranía de las formas establecidas –parece que nos dice– lo que más vale es negarla, pero a veces también reconstruirla con otra naturaleza que rompa, por absurda, cualquier convencionalismo.

No huye, sin embargo, como acaso pudiera parecer, del naturalismo o la figuración, sino que se introduce en lo más profundo de sus fibras para analizar cada una de sus formas con otro aliento. No niega lo real, sino que lo recrea introduciendo elementos discordantes a los que despoja de su contexto y de sus atributos habituales a través de una apasionada invitación al humor. Será esto, un humor más o menos negro, el tema central de toda su obra collagista. Stefan se suele mirar en el espejo de la más acentuada verosimilitud, mas no en su lado virtual, sino en esa distorsión de lo cóncavo o lo convexo, como si solo le interesaran las imágenes grotescas o la razón inteligente de la burla y lo sarcástico. De este modo lo que se obtiene siempre será más asumible –dentro de esa estética de la contradicción que él nos propone– que la evidencia falseada. Así, todo lo que vuela, lo que no se toca, lo que nadie ve, será lo importante. Se construye lo inasible porque posiblemente sea la única manera de adquirir el verdadero conocimiento del mundo, la otra imagen oculta de nosotros mismos, la ausencia, el interior de las cosas, que por menos visibles puede que hasta más nos pertenezcan.

El collage de StefanEstos, digamos, son los presupuestos de los que parte este artista que mientras los pájaros y los pinos recortan los límites de la luz de una tarde, él, igualmente, recorta una sirena, una columna dórica, una pelota de golf, o algún que otro personaje desorientado de una revista o de un periódico, dejando todo a su abandono en esa especie de retícula arquitéctonica que utilizará como fondo de una iconografía inquietante.

Es entonces cuando comienza el milagro. Las formas se desdicen y entre ellas discuten el lugar apropiado de la escena que más le conviene. Es cierto que en todo este proceso participa el azar, y que el resultado es una suerte de encuentros y desencuentros de imágenes que pugnan por instalarse en un espacio anodino lleno  de intemperancia y también de ironía.

Lo que en principio constituyó una mero entretenimiento terminó siendo una obsesión hasta convertirse, el mismo Stefan, en una especie de linterna mágica y, como consecuencia de ello, en un hacedor de imposibles, en un sastre del papel, en un manipulador de sueños. Hay que insistir en ello para explicar que sus collages responden a la propia génesis de su autor. Estos insólitos «papeles recortados» y el propio artista se contemplan y caminan por un mundo nunca concluyente; de ahí que a todos los deje –apenas sujeto con un mínimo de pegamento–, en el silencio de sus viejos estuches de madera (donde puede que la gorra de un cazador y el pico de un tucán se apareen en extrañas posturas) y, lentamente, como si fuera un vino en al profundidad de una bodega, maduren con  la complicidad de los años venideros.

A él le gusta llamar a todo esto el abandono de sus «hijos ilegítimos», porque aparte de la mano de su creador, el padre ha sido también el tiempo. En realidad se trata de una inteligente y perspicaz espera para que las formas busquen su acomodo y se integren plenamente en sus composiciones.

No es de extrañar que el resultado sea un tanto surrealista y que lo obtenga –como no podía ser de otro modo–, de culturas y subculturas, de hechos históricos, de bagajes sutiles, de referencias cotidianas de todo lo que puede ser cómico, satírico o mordaz de un peculiar y desrazonable sentido del mundo.

obra de Stefan von ReiswitzEs fácil observar, en estos collages, cómo se han gestado sus contenidos y cómo del temblor de los papeles recortados, de la témpera diluida, del lápiz, de la casualidad o la sorpresa, se organizan escenas realmente inquietantes que al dialogar con ellas nos transmiten, de alguna manera, la intenciones de su autor. Intenciones irreverentes cuando se trata, por ejemplo, de los collages sobre Picasso (donde las dan las toman) ya que no hay mayor pintor irreverente que aquel que hizo, del retrato femenino, la mayor de las bufas.

Por eso no debe preocuparnos que al detenernos en cada una de estos collages los miremos en un espacio díscolo e inoportuno, habitado muchas veces por seres obnubilados que se afanan en recomponer grotescos aparatos de una mecánica absurda.

Se diría que estos collages quieren revelarnos una existencia múltiple como múltiples y ambiguas son las realidades que representan. Todo lo que hay en ellos se comunica entre sí, y todo –en su totalidad– es a su vez comunicable. El que mira y lo que es mirado; el ojo y el objeto; la lata de mujeres en conserva (sigamos con los ejemplos) y el pastor; las gafas de un ciclista y la palabra PAUSE; el sioux y la manzana de Guillermo Tell; un corsé y la bomba de Hiroshima, etc.

Por muy increíble que nos parezcan estas escenas Stefan consigue hacérnoslas creíbles. Lo inverosímil realmente sucede. El desorden se vuelve mágico.

Y es que Stefan sigue sin creer en el progreso, tampoco en la medicina oficial, ni en las centrales nucleares, ni en los móviles, ni en las hamburguesas, ni en los dogmas institucionales, pero mucho menos aún en la escala de los valores artísticos oficialmente establecidos. Piensa que con una buena dosis de caos y disconformidad manifiesta, frente al panorama actual, se podría lograr –eso sí, con un poco de suerte–, algunas pequeñas parcelas felices del ámbito urbano, sustituyendo la agresión y la ordinariez que nos acosa por la reflexión; abriendo caminos para la fantasía, la ironía y el humor sutil; insinuando, discretamente, la ambigüedad de todo lo que nos rodea sin aburrir demasiado al personal, para, si alguna vez fuera posible, ir poco a poco construyendo, como arriba ya quedó apuntado, un hermoso y desrazonable sentido del mundo.

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