El Ciudadano Ilustre: En Pleno Siglo XXI, Los Gauchos De Borges Siguen Matando A Sus Dobles

El Ciudadano Ilustre: En Pleno Siglo XXI, Los Gauchos De Borges Siguen Matando A Sus Dobles

Salome Guadalupe Ingelmo
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El Ciudadano Ilustre: En Pleno Siglo XXI, Los Gauchos De Borges Siguen Matando A Sus Dobles

Por Salomé Guadalupe Ingelmo

Daniel Mantovani, escritor argentino emigrado a Europa en su juventud, sufre una profunda crisis existencial cuando se le concede el Nobel. A pesar de haberse vuelto cada vez más esquivo y reacio a las apariciones públicas, al recibir una invitación de su pueblo natal, donde será distinguido como ciudadano ilustre, decide regresar tras cuarenta años de ausencia. Pero allí, a pesar del entusiasta recibiendo inicial y de la ternura que los recuerdos de infancia despiertan, descubrirá que nadie es profeta en su tierra.

El ciudadano ilustre aborda una crítica extremadamente cruda a la idiosincrasia argentina y, paralelamente, ofrece una profunda reflexión sobre la disciplina literaria. En este sentido se puede decir que la película funde un argumento netamente local y prosaico con otro universal, mucho más especulativo y controvertible. Pero el guión propone un nexo de unión entre ambos. Un nexo cuyo principal eslabón es Borges, a quien se alude ‒ora de forma más veladas, ora de forma más evidente‒ constantemente.

La cinta recrea, en la actualidad, un ambiente sórdido típicamente borgeano. En pleno siglo XXI asistimos a las machistas peleas de gauchos que inspiraron tantos de los relatos del sosegado y racional Borges, quizá secretamente fascinado por ese prototipo masculino tan contrario a su propia naturaleza o quizá necesitado de aventuras, de una vida menos previsible. Puede que los personajes vistan más discretamente, pero en el fondo no parece que las cosas hayan cambiado tanto en la Argentina profunda que el director pretende retratar.

En efecto la prosa de Borges está plagada de enfrentamientos entre gauchos ‒paradigma de la masculinidad‒ por los más variados motivos, entre las cuales a menudo una mujer. Pero en general se puede decir que todas esas razones son, sencillamente, excusas para exteriorizar una violencia latente y omnipresente, justificándola mediante la “noble” causa del honor. Porque lo cierto es que la comunidad confunde la valentía con la bravuconería, razón por la cual las exhibiciones de agresividad e incluso de brutalidad gratuita no sólo se toleran sino que se alientan.

Nos encontramos ante una sociedad machista donde la superioridad y la hombría las determina también el haberse quedado con una mujer, el haber vencido al rival en amores. Así, tras el emotivo reencuentro, el amigo de infancia procura reiterarle al escritor de éxito cuantas veces puede que, finalmente, él se casó con su novia de adolescencia. En efecto reconoce que tardó años en convencerla y que ella nunca le ha olvidado del todo; pero no importa, porque ella finalmente es de su propiedad.

Ese modo de cosificar a la figura femenina en efecto nos trae a la memoria el cuento de Borges titulado La intrusa, en el que las desavenencias surgidas entre dos hermanos que han acabado compartiendo a la misma mujer se resuelven asesinando al objeto de amor y deseo. En El ciudadano ilustre, sin embargo, el conflicto que provoca el trío amoroso desemboca en la agresión hacia el elemento extraño: porque el escritor ya no es visto como un hermano, como un compatriota, sino como un siervo de Europa.

El enfrentamiento por amor entre hermanos constituye ciertamente un tópico literario de largo recorrido que a menudo ofrece una alegoría de las luchas fratricidas. Ese trío que en la película pareciera algo anecdótico, un argumento puramente tangencial, al final se revela su columna vertebral. Algo que en el fondo Daniel Mantovani ya anuncia cuando narra un relato de su autoría en el que la rivalidad entre dos gemelos por la misma mujer acaba en asesinato y suplantación. Esa disputa cainita entre los amigos de infancia ‒que significativamente se llaman hermanos‒, que al tiempo evoca el relato de Borges, representa la imposibilidad de perdonar y pasar página; el vicio de la envidia y los celos, que frecuentemente, en busca de la venganza, llegan acompañados de la vileza y la crueldad.

Porque El ciudadano ilustre nos presenta una argentina hipócrita, servil y violenta. Pero sobre todo envidiosa, muy envidiosa. Una sociedad en la que los esposos presuntamente enamoradísimos frecuentan prostíbulos; donde los caciques locales aún imponen su voluntad a la comunidad intimidándola con pandillas de matones; donde los hombres cifran su honor en una figura femenina ‒naturalmente cosificada y sin autonomía alguna‒ y lo defienden matando o muriendo a cuchillo ‒quizá, ahora que somos más civilizados, a balazos‒ en enfrentamientos de cantina totalmente absurdos. Una sociedad en la que el éxito no se perdona. Una sociedad egoísta en la que cada uno persigue únicamente sus propios intereses, en la que los individuos tratan de utilizarse entre sí permanentemente. Donde, curiosamente, la única relación honesta, franca y desinteresada que se establece es la de Daniel Mantovani con el recepcionista del hotel, un muchacho que resulta ser escritor aficionado y le pide que lea sus cuentos: único signo de confianza sincera en toda la película, correspondida por el premio Nobel con una crítica elogiosa pero constructiva y con el compromiso de publicar esas obras en una antología. Porque la literatura, en efecto, ofrece un espacio para la solidaridad y la humanidad, incluso en medio de la mayor de las brutalidades.

El ciudadano ilustre también reflexiona sobre lo que significa la pertenencia a una comunidad, sobre la pérdida o el rechazo de los propios orígenes. Porque la cinta además retrata una Argentina profundamente chovinista, ridículamente chovinista. Así el cacique local acusa a Daniel Mantovani de haberse convertido en un siervo de Europa, de renegar de su país de origen y de ridiculizarlo. Como si los argentinos de hoy en día ostentasen una pureza o una superioridad moral mancillada por los extranjeros, antaño colonizadores. Cuando lo cierto es que, en un mundo globalizado, sus vicios son los mismos de Europa, y poco parece quedar en su cultura de las primitivas poblaciones indígenas, de hecho a menudo discriminadas o cuanto menos menospreciadas. Cuando lo cierto es que la sociedad argentina mucho ha heredado de la italiana y de la española, motivo suficiente para que nosotros también hayamos de meditar sobre los mensajes propuestos por la película.

El ciudadano ilustre formula además, a través de esta historia de metaficción literaria, una reflexión sobre lo que la literatura es y lo que habría de ser. La película plantea la dicotomía entre cultura de consumo y entretenimiento ‒es decir la que mantiene al individuo entretenido para que no piense‒, una cultura al servicio del poder, y la cultura como herramienta para despertar al ciudadano y convertirlo en un individuo libre. Se concluye que actualmente la cultura vive cautiva de la política, de políticos sin formación ni principios que la utilizan como arma arrojadiza contra el contrincante o al servicio del vulgar clientelismo.

El críptico desenlace de la cinta resulta especialmente ácido. El escritor, regresado a la vorágine de las presentaciones de libros, en plena promoción de su nueva novela, se ha afeitado la barba. Porque, como en su cuento, aquel en el que el gemelo pobre y barbudo se afeita para hacerse pasar por el hermano rico al que acaba de matar por amor ‒también como guiño al admirado Borges, que vuelve una y otra vez obsesivamente al argumento del doble en su prosa y su poesía‒, ha sobrevivido sólo uno de los dos Daniel Mantovani que él es: el individuo acostumbrado a las comodidades que le ofrece el dinero, el escritor de éxito que sabe sacar partido de su experiencia traumática ‒la narrada durante toda la película, que finalmente, tras cinco años sin escribir, le ofrece algo que poder contar, pues un escritor sin experiencias no es nada‒ convirtiéndola en una nueva obra que presentar ante el público. Un Daniel Mantovani que admite finalmente, ya sin remordimiento alguno, que su obra cuente con la aprobación de las instituciones ‒en definitiva del poder‒ y responda a los cánones de lo que el mercado demanda; el que acepta que su literatura deje de turbar e incomodar porque las ventajas y el bienestar que llevan aparejado el éxito y la notoriedad, en el fondo, compensan.

El ciudadano ilustre, que representará a Argentina ‒en la categoría de “Mejor película de habla no inglesa”‒ en la edición de los Premios Óscar de este año, pone de relieve, con un humor negro que no deja indiferente, la imposibilidad de disociar totalmente la vida y la obra de un autor.

ciudadano ilustre

Ficha técnica

Título original: El ciudadano ilustre
Año: 2016
Duración: 118 min.
País: Argentina
Director: Mariano Cohn, Gastón Duprat
Guión: Andrés Duprat
Música: Toni M. Mir
Fotografía: Mariano Cohn
Reparto: Óscar Martínez, Dady Brieva, Andrea Frigerio, Belén Chavanne, Nora Navas, Iván Steinhardt, Manuel Vicente, Marcelo D’Andrea, Gustavo Garzón, Emma Rivera
Productora: Aleph Media / Televisión Abierta / A Contracorriente Films / Magma Cine
Género: Comedia dramática / Literatura

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