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El cemento y las lágrimas
Esta crisis pudo enseñarnos, pero nadie quiere aprender nada. Aprender que a pesar de tanta complicación y tanta tecnología, lo que vale de verdad es lo sencillo y lo vivo. La hierba que crece, el amigo que nos habla, la música que se desarrolla con su ritmo profundo. La brisa que nos descubre la cara.
Pero todo el mundo sigue en su caja de cemento. Quieren acumular montones de máquinas y de sofisticaciones. Quieren una carrera agobiante sin fin, tragar y tragar artilugios sin respirar. Quieren que la técnica les resuelva absolutamente todo.
Quieren prisa, productividad histérica, velocidad para traer nuevas máquinas y nuevas máquinas. Aunque nada supera el latido de un pájaro, el rumor del viento entre los árboles, el notar que mi amante sigue viva. Pero el cemento no se rompe.
Con solo un lápiz y un papel se inventaron historias que nos encantaron, se aprendieron cosas infinitas en las escuelas. Y todas las tecnologías con sus fuegos artificiales no sustituyen las ganas de conocer. Si alguien no quiere saber nada, ya le puedes poner 200 aparatos alrededor. Pero la gente sigue en su caja de cemento.
La gente está hecha de cemento y ninguna crisis lo hace flexionarse, replantearse las cosas. Solo una emoción intensa ante algo podría alguna vez hacer experimentar la vida. Una experiencia reveladora, como decían los existencialistas.
En su poema “Tristeza” Alfred de Musset dijo: el único bien que me queda / es haber llorado alguna vez. Es decir, haber sentido algo, haber tocado la vida de verdad. Haber notado que estaba aquí en la Tierra. Pero la gente sigue en su caja de cemento, en su fórmula. Tecnología para todo, complicación, consumir sin cesar dócilmente.
Antonio Costa Gómez
Foto: Consuelo de Arco
El cemento y las lágrimas