El amo del mundo

El amo del mundo

Jose Cenizo Jiménez
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Manuel Bernal Romero, El amo del mundo, Sevilla, Punto Rojo,  2017

                                               José Cenizo Jiménez

            Manuel Bernal Romero (Sevilla, 1962) es licenciado en Ciencias de la Información, Periodismo y Graduado Social. Trabaja como profesor de Enseñanza Secundaria en Jerez y colabora en revistas como Cambio 16 y Cuadernos para el diálogo, así como periódicos como El Correo de Andalucía. Autor del poemario Las canciones del Paraíso o del libro Mártires de la tiza, sobre las vicisitudes de esos profesores de la ESO (entre los que nos incluimos), y ha realizado trabajos de investigación y análisis hemerográfico sobre el acto público que dio a conocer a la Generación del 27, publicados en el libro La invención del 27, entre otras obras. Actualmente presenta su nuevo libro, El caballero de Argónida, con textos de Caballero Bonald destinados a la enseñanza, a los jóvenes.

            Pero estamos ahora con su novela El amo del mundo, donde un aprovechado rico medra con negocios de basura de todo tipo, incluso digital. El triunfo del “homo ociosus” significaría una mejora importante en la relación del hombre con el Medio Ambiente, la consolidación del sueño eterno de la Humanidad: El triunfo del ocio sobre todas las cosas, sobre todas las creencias, sobre todas las ideologías. Era cuestión de tiempo, lo marcaba la agenda global, el documento que reconocía la evolución del Sistema -nos dice el narrador-.

Este personaje controlaba el noventa y ocho por ciento de las depuradoras del mundo, ¿se imaginan? Nos seduce Romero Bernal con este hombre tan peculiar (p. 23): “El estrés y el exceso de vida sedentaria habían puesto todo lo demás. Día tras día, laxante tras laxante, la engorrosa necesidad de contribuir al sostén de sus empresas (controlaba el noventa y ocho por ciento de las depuradoras del mundo) se había convertido en un rito a medio camino del acto sagrado y el folclore. Cierto día tuvo en su poder un minucioso informe en el que se detallaba el coste real que los atascos por estreñimiento causaban a las cuentas de resultados. Para evitarlo, los gobiernos iniciaron líneas de subvenciones a los fabricantes de diuréticos y laxantes. Se ha notado la incidencia, aunque no tanto como los empresarios hubieran querido. Eran demasiados los minutos que los operarios perdían en las letrinas”.

Este desparpajo, esta situación aludiendo a lo escatológico nos recuerda otros momentos hilarantes de la literatura, como Vargas Llosa y su Elogio de la madrastra. “Era también ese momento, que podría ser mágico pero que no lo era, casi el único del día que dedicaba a leer algo (…) Se había acostumbrado a entretener el tiempo con las novelas impresas en el papel higiénico. Y al menos un par de capítulos diarios seguro que caían. ”… ¿Les suena? Recuerdo o creo recordar que una empresa que tuvo la idea de poner en el papel higiénico textos para entretenimiento y ahora hemos pasado a “entretenernos” en ese “mientras tanto” con el móvil omnipresente.

Más adelante (p. 25) vemos a este personajillo tan poderoso reflexionando sobre la mierda (ahora recuerdo un congreso universitario que se celebró sobre la mierda, para estudiarla desde todos los puntos de vista, qué interesante, en Huelva  en abril de 2005, aún no he podido acceder a las actas… A ver si lo consigo y no son una m… Seguro que no, es broma, me interesa una barbaridad): “Cuando en sus adentros reconocía en la mierda una de las claves de sus negocios siempre sentía cierta satisfacción. Era todo tan simple. Y además la continuidad y la necesidad estaban aseguradas. Él sabía que algún día la sociedad reconocería su capacidad, su inventiva y su contribución al sostenimiento del planeta y fundamentalmente al desarrollo económico universal. Cuando terminó de contemplar cómo sus detritus corrían cañerías abajo, la satisfacción le alcanzó hasta notar un agradable pinzamiento a la altura de las ingles. Una sonrisa socarrona y meditabunda le cruzó por un instante la cara”.

Y no deja títere con cabeza en la obra. También hay sátira sobre los premios literarios (p. 27): “Todavía tenía en la mano las últimas líneas del reciente premio Galaxia pulcramente impreso en el papel higiénico. El premio Galaxia era entre todos los literarios el mejor dotado económicamente. El autor que era tocado por su varita mágica podía dedicar el resto de su vida a hacerse pajas o tirarse al sol cual lagarto. No había puerta que se le resistiese a un nombrado con el premio, escribiese lo que escribiese. Eso nunca importa. El Galaxia, que ahora contaba con una periodicidad semanal, mantenía además el privilegio exclusivo de seguir editando en papel (…). Los demás libros solo aparecían en digital. La excepción era este premio. Contaba con una bula especial del gobierno del mundo que le permitía la publicación en PH, en papel higiénico. Las novelas más leídas se habían adaptado a este soporte novísimo y antiquísimo al mismo tiempo. Hacía mucho que los formatos digitales habían relegado a estanterías de museos a los antiguos libros. De aquel invento, su único referente actual impreso se desvanecía cañería abajo junto a la inmundicia que el cuerpo humano era capaz de generar. Esta exclusividad que unía lectura y defecación desde el principio había generado grandes polémicas. Incluso una sociedad médica se había pronunciado en contra. La relajación de esfínteres mientras se leía favorecía el estreñimiento. Los informes sobre productividad habían analizado también su incidencia en los resultados empresariales, estableciendo una relación directa entre el mayor tiempo dedicado a ambos menesteres y la reducción de beneficios. El hecho impactaba sin duda en el negocio de la mierda. Estudios independientes habían determinado una pérdida de calidad en los recursos expulsados solo justificable por el retraso en su lanzamiento. Esta circunstancia influía inevitablemente en las rentabilidades previstas y por ende en la productividad y hasta en las cotizaciones en bolsa de las gestoras de la materia prima”. Ahí queda eso.

¿Y el dios mercado? En solfa, claro, con inteligencia (p. 29): “El Mercado es sin duda uno de las entelequias de mayor transparencia y versatilidad, además de uno de los más apreciados. Su invisibilidad lo dotaba de un gran poder ejecutivo que los usuarios agradecían con rogativas y expresiones de exaltación. Desde los tiempos del viejo concepto judío católico de Jehová no se recordaba tanta abstracta pero agradecida abnegación”.

Sobre literatura y retrete hay líneas memorables (p. 31): “Pero vincular lectura y retrete se había convertido en un dilema moral e intelectual. Los Negacionistas dudaban de la oportunidad y la sanidad de establecer la conexión entre lectura y mierda, y se acercaban a pasos agigantados a los apocalípticos que profetizaban el final de los tiempos, el estallido del orden mundial”. Y sobre la red de redes, que nos ha enredado ya con o sin permiso (p. 47): “Se ha difundido generosamente la idea de que la Red no la controla nadie. ¡Cuánta inocencia! La sensación de libertad amansa a las fieras. Pero nada escapa a los dominios de la Organización y del gran señor”.

Si  quieren más crítica al sistema, más denuncia, hay la tienen, sin tapujos (p. 49): “Tienes un tío que manda a los judíos a las cámaras de gas y los corros de seguidores le aplauden con fervor entre alabanzas. Tienes a otro que oculta a pederastas y el don de la santidad le recubre como una segunda piel. Se funde el reactor de una central nuclear y los mortales se rinden a los pies de tanta energía derrochada. Es después, cuando el negocio afloja, cuando aparecen los disidentes. En todo régimen y en toda organización siempre hay algún estúpido que mira para otro lado”,  y como colofón (p. 50): “Pero el hombre nunca ha sabido muy bien qué hacer con la libertad. Las utopías sirven para mover montañas pero no dan de comer ni hacen fluctuar la bolsa. La bolsa es la vida”. Más claro, agua.

Bernal nos sitúa ante un espejo, siempre ha sido el mundo malo (aunque predomina la bondad), pero ahora nos enteramos más de todo y el cinismo es imperdonable. Con esta hipérbole, con esta técnica de esperpento nos sitúa ante la barbarie total del todo vale si la bolsa es la vida y la vida es la bolsa (p. 63): “Hace algunos días empezaron a llegar cargamentos de detritus con individuos todavía vivos, muertos de hambre, con mucha hambre, pero todavía vivos. Tuvimos dudas sobre si aceptar o no la mercancía. No era lo acordado. Con estas actuaciones se contravenían algunos convenios internacionales y el derecho de los transportados. Volvieron a escucharse algunas voces. Las de siempre, tampoco muchas. La sociedad está cada vez más concienciada. Sabíamos que no era lo convenido pero también que era cuestión de tiempo, que traían el letrero de ´muerto` en la cara, que era de idiotas perder tiempo por moralinas estúpidas. Alguien con razón habló de que era una forma de acelerar la producción de beneficios. Los comités de expertos consultados estuvieron de acuerdo. Tampoco era tan grave. Pero estuvimos a punto de dar el traspié más sonado de nuestra historia reciente. Dudar en situaciones así es perder una parte importante de las ganancias”.

            La pobreza como “don divino” capaz de generar riqueza en pocas manos, el paso del “homo ociosus” al “homo detritus” y el anuncio de las Reales Academias de la Lenguas del Mundo acordando la supresión de sus registros de la palabra ciudadano deja un panorama absolutamente desolador. Parece, como las novelas de Julio Verne, imposible, pero, ojo, ya hay indicios. Manuel Bernal Romero nos ha cautivado con este personaje excéntrico, reconocible a pesar de la exageración y el humor, los medios más eficaces para hacer una crítica sonada a los males y los malvados de nuestro mundo actual. Por si acaso, el autor, pide disculpas: “Esta novela (o lo que fuese) puede herir su sensibilidad. Es un relato gamberro y despiadado por el que pido de antemano perdón. Solo me preocupa cuánto roza la realidad”.

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