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Dumitru Chioaru (1957, Rumanía) es un poeta, crítico literario, ensayista, editor director de la revista de cultura “Euphorion” y profesor de literatura comparada en la Universidad “Lucian Blaga” de Sibiu. Ha publicado varios libros de poesía, como: Seară adolescentină (Tarde adolescentina, 1982), Secolul sfîrşeşete într-o duminică (El siglo acabó en un domingo, 1991), Noaptea din zi (La noche del día, 1994), Viaţa si opiniile profesorului Mouse (La vida y las opiniones del profesor Mouse, 2004) o Ars orphica (2017).
TARDE ADOLESCENTINA
Tarde llena de esperanzas por la cena.
¡Oh, mi curiosidad vigilando
la fiebre de las últimas nuevas del mundo!
Te estremece la voz de la madre como en el sueño
-los demás cenan envueltos en vaho –
tú levantas el silencio; chascas un poco;
discusión acalorada entre los padres;
encoges tus piernas; todo te fastidia;
te retiras; silencio negro en el follaje.
Titubeas en la luz del televisor;
negra en la esquina espera la cama hecha ya
te quitas la ropa; la lámpara de noche centella –
oh, el vago pensar remolino junto a la sien
cuando apurado abrochas tus botones y tiritando
te lanzas en la nieve – sublime
¡la noche de los pies blancos!
El corazón translúcido aletea en el cuarto;
los sueños arden descomponiéndote.
LA PERSISTENCIA DE LA MELANCOLÍA
La tristeza de encerrarme junto a las mismas cosas.
El armario cual una tumba vertical:
la corona de novia el espejo redondo
reflejando aún la mañana
del día de una muchacha
que veo en la foto de al lado
con un florero;
en el cajón de la mesa unos papeles
que „hace constar que D.C.
elevó la casa sobre el terreno dejado por los padres“ –
cartas escritas con letras pequeñas
como tus cejas;
una hoja del otoño de hace treinta años.
La tristeza de desnudarme en la luz.
Los labios calientes como la flor de geranio
en la ventana cerca de los frasquitos opacos
con las medicinas de mi madre;
mi aliento diseña el cielo
sobre el cristal sudoroso de la mañana;
una hoja temblando sobre el banco
-animal desollado;
los buses pasan cargados de niebla;
el contorno del aliento hilachoso
revela un rostro de mujer
terriblemente suave –
un pájaro carbonizado sobre una línea de alta tensión.
La tristeza de despertarme con las mismas cosas.
Mi cuerpo con el alma del árbol de afuera
se mezcla ardiendo.
DESDE UNA LEJANA LUZ
Me cubría el rostro con las manos – eran transparentes
Me cubría los ojos con los párpados – eran transparentes
mi piel se volvía transparente
cual un acuario con peces asustados por la luz
allí dentro, yo mismo rezaba
cubriéndome el corazón con otras cosas – eran transparentes
la luz arremetía borrascosa desde la luz
desde una lejana luz
yo mismo sin manos sin párpados sin corazón
me cubría de tierra
tierra sobre tierra – era transparente
cual el poema cubierto de palabras que queda transparente
nacido de la primera palabra
transparente transparente.
TABLERO DE AJEDREZ
¿Acaso soy un profesional del sufrimiento
pues no separo la verdad de la vida?
veo ahora a un rey
y sus hazañas cuando se queda
a solas sobre el tablero de ajedrez
-siempre me gusta jugar con las blancas –
puedo seguir relatando
las palabras son parecidas a los peones
pero sólo en ofensiva
uno se me saltó delante
yo quise decirle: ¡eres un perro!
mas no se parecía
quise decirle: toma mi caballo
pero ¿de dónde tantos caballos?
quise decirle – todas las palabras
creaban el espacio de una arena
rodeada por todas partes de ojos
el perro me arrancó la ropa
el perro me arrancó la piel y las venas
el perro me arrancó el perro
-que recobre un poco mi aliento –
me arrastraba sobre el tablero de ajedrez ensangrentándolo
en vez de sus ladridos escuchaba
una ronda de aplausos
y en su lugar apareció un lugar vacío
me detendría otra vez pero señoras
señores el blanco y el negro
eran iguales – ensangrentados y yo
una cara de nadie
(hay algunos que llaman el arte un juego gratuito)
pertenecía a un cuadro
que se levantaba silencioso –
estábamos sin testigos y yo soy
el hombre que habla
el hombre que escribe
sobre el sufrimiento y la pureza aunque
el cielo estrellado todavía perdura encima
y la ley moral – un tablero de ajedrez.
LA MADRIGUERA DEL CUADRO
Miradas de soslayo por entre la valla
hacia la vieja y noble mansión
en su galería en una mecedora
una señora sin par
– decían
que tiene el cuerpo tejido
de flores silvestres –
mis pestañas quemadas
por miradas enardecidas
cual las lenguas de las sierpes por entre las yerbas
sonando desapercibidas por la guadaña
en el tamizar de las gotas doradas de luz
que le aureolan el cuerpo
en un enjambre de abejas –
la misma imagen contemplada
tras años y años en un cuadro
el toque de color del cuerpo
esparcía en el cuarto
olor a madriguera fosforescente
encerré la puerta la ventana y
a oscuras
me derretí como la nieve del bosque
cuando los rayos del sol brotan en los retoños
y aparecen las campanillas –
supe de un cazador
que en la primavera la casa fue demolida
pero antes de esto
tuvo que descargar su arma
en una raposa tumbada en el sofá
del cuarto para huéspedes
me firmó el cuadro y luego
se fue encogiéndose los hombros
CAMINO SIN ACCESO
Puerta cerrada –
golpes repetidos con los nudillos en la ventana
golpes con una moneda
se ve la puerta entreabierta del cuarto
como para pasar un gato
sobre el mantel un periódico
sobre el periódico una vela rota
entre los vidrios de la ventana unas gafas
con lentes llenas de polvo
una sobra se mueve despacito sobre el techo
de una nube está por caer la lluvia
oscuro mueve sus orejas verdes
el castaño de atrás
en un remolino de polvo se eleva una hoja de papel
se me escapó por entre los dedos
se pegó con la escritura sobre el cristal
golpes con los puños en la puerta
la nube cuelga cual una araña
encima del muro de la puerta
los tallos de la vid lanzados hacia la luz
y yo – dos tres pasos al azar
(un gato pasa sobre la línea trazada por el muro)
tiro una piedra en la tela de araña
baja rápidamente y entra por el ojo de la cerradura
ya no puedo aplastarlo de la pared con el dorso de la mano
como en la lejana infancia
para perdonárseme siete pecados
en la cerradura brilla como un resto de llave
se escuchan sonando las gotas de lluvia
en la ventana en la puerta en el muro
en la vid en la ropa – unos dedos –
unas monedas –
por las que se escurre mi vida
EL HILITO DE SANGRE
Mañana tardía de invierno –
trato de poner orden en mis pensamientos
recogiendo el jarro de café
en las manos temblantes
y por entre ellas se desliza
una lágrima redonda
cual el espejo de mi madre
roto de vuelta
entre sus ropas en la cómoda
luego otro ovalado borroso
como una cabeza canosa
en el que me reconozco mientras
me estoy afeitando
con manos temblorosas
-¿las mías?
¿las del padre perdido en la niebla? –
intento poner mis pensamientos en orden
libando mi café amargo
caliente como las lágrimas
anudadas en el mentón
en una enorme lágrima en la que
se me detiene fría
la hoja de afeitar
brillando enrojecida
por el hilito de sangre.
(Traducido por Gabriela Banu)