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Dos Paradojas Rebeldes, Unamuno y Kazanzakis
Los dos utilizaron siempre la contradicción y la paradoja. La paradoja parece el método constante de Unamuno pero también fue la clave de la obra de Kazanzakis. Lo que ocurre es que los se basan en la vida cambiante y compleja, no en los esquemas intelectualistas y conceptuales. Todo nuestro saber se basa en clasificar y simplificar. Pero ellos atienden a la complejidad de la vida. A veces la contradicción aparente está en el lenguaje, no en la vida. Hay cosas contrarias en el lenguaje simplificador, pero no en la vida. Por ejemplo un autor escribió una novela que se titula “La calma apasionada”, sobre los últimos días de Adriano. La gente decía: eso es una contradicción, no se entiende. Pero pasión significa sentir profundamente algo, y eso no se contradice con calma. Por lo demás, no importa que no entendamos la vida con nuestros conceptos simplistas, ella seguirá siendo vida. Le importan un pimiento que no entendamos.
Así pasa con Unamuno y Kazanzakis. Unamuno habla continuamente de paz en la guerra, de guerra en la paz. Habla de fe y de duda. Habla de la eternidad pero la quiere con las características del tiempo, la quiere viva. Habla del cielo pero lo quiere con la pasión del infierno. Habla de una agonía, una lucha continua entre dos cosas. Habla de la lucha entre hermanos pero que siguen siendo hermanos.
Kazanzakis siempre buscó la espiritualización, pero no podía rechazar para siempre la agitación de la tierra. Habla de un Cristo que busca la divinización pero no quiere perder el contacto con sus amigos y mujeres. Admira a Lenin pero continuamente está en una lucha mística. Habla de Zorba, y del budismo.
Lo propio de los dos es la inquietud infinita. El no parar nunca, el no contentarse con nada. El horror a que los clasifiquen o los encierren, o a decir: ya está, ya lo he conseguido todo. Ellos no pararían nunca de luchar y de buscar. Desconcertaron a todos y se salieron de todos los conformismos. No les bastaba esto ni les bastaba aquello, se manifestaban como decía Unamuno “contra esto y aquello”. Estuvieron vivos hasta el final.
Unamuno en “San Manuel Bueno” contrapone la vida a la verdad. La verdad paraliza, pero hay que mantener viva a la gente. El sacerdote no cree en nada pero mantiene el mito para dar vida a la gente. La verdad se contrapone al mito pero hacen falta mitos. Y al final el mito es más verdad que la verdad, porque representa a la vida.
Estuvieron de aquí para allá desconcertando a todo el mundo y diciendo: no es esto, no es esto. Lo suyo es lo contrario a todo acomodo. Pero también lo suyo era no rendirse. Era la complejidad interior contra la simplificación exterior. Si surgía algún sistema exterior que parecía representar lo que ellos querían enseguida decían: no es esto. Porque ningún sistema representa la complejidad de la vida. Unamuno dijo: no quería esta República. Y Kazanzakis dijo: no quería este comunismo.
Pero también se mantuvieron coherentes y valerosos cuando el exterior traicionaba. Unamuno decía: no le fallado yo a la república, la república me falló a mí. Parece arrogancia, pero solo es coherencia. Él no quería clericalismo ni dominio de los curas, pero tampoco quería sectarismo ni quema de iglesias. Él quería vitalidad pero no quería violencia continua en las calles ni enfrentamientos brutales.
“Cartas al Greco” y “Vida de Don Quiote y Sancho” tienen sentidos convergentes. El Greco y Don Quijote son dos símbolos de espiritualización apasionada y rebelde. Y tanto una obra como otra son en realidad autobiografías profundas. Kazanzakis escribe su autobiografía espiritual llena de luchas y de búsquedas dirigiéndose al Greco. Unamuno también en su obra sobre Don Quijote habla en primera persona continuamente, nos cuenta cosas de su vida, sus luchas y sus temores. En los dos casos no importa solo el personaje, sino como lo ven los dos escritores, su relación con él.
Kazanzakis parece que da bandazos, que busca aquí y allá, peregrina continuamente en las ideas, en los lugares. Va al monte Athos, va a Creta y la redescubre con pasión, va al Cáucaso a buscar griegos perdidos. Va por Europa. Y cada encuentro que tiene le da un significado espiritual, una visión. Unamuno toma Don Quijote más como un mito que como una creación literaria, es como una visión que tuviera Cervantes y que fuera más allá de él. Por eso cuando una vez el editor le dice que ha citado mal una frase, él dice que consultó directamente a Cide Hamete y no a Cervantes.
El Greco representa para Kazanzakis la espiritualización completa, total, valiente, al final de una lucha sin fin, pero sin salir de la tierra, sin perder el calor de la tierra. Y eso es lo que intentó él mismo toda su vida. Para Unamuno Don Quijote representa el sueño valiente, la espiritualización paradójica, el luchar contra lo que sea, el escapar con pasión de la vulgaridad. Y también con eso se representa a sí mismo. Se siente más identificado con el personaje que el mismo Cervantes. Y Don Quijote también es la fe luchadora que a veces tiene dudas, es España espiritualizando al mundo, es el no rendirse.
La novela “La última tentación de Cristo” se puede comparar con el ensayo “La agonía del cristianismo”. En ambos hay una agonía, una lucha, Unamuno usa agonía en el sentido griego de lucha. Unamuno habla de un cristianismo vivo, en que se enfrentan continuamente la fe y la duda, lo divino y lo humano. Esa lucha es la garantía de que está vivo, de que vive en la gente, de que no se trata solo de instituciones y cánones, ni tampoco de abstracciones. Su cristianismo está agónico porque está candente. Y la religión oficial, como quiere la paz del conformismo y la rutina, se indigna y lo pone en el índice.
Lo mismo ocurre con “La última tentación de Cristo”. Hay una tensión entre lo divino y lo humano, entre la trascendencia y la vida humana. La Virgen María incluso rechaza lo divino y los ángeles porque le roban a su hijo, se lo quitan en su vida de carne y hueso. La trascendencia aparece como algo devorador y frío que acaba con lo concreto y lo humano. Kazanzakis, igual que Unamuno, defiende al hombre de carne y hueso, al hombre concreto que sufre y siente, que está en contacto carnal con los demás y con el mundo.
En ambos escritores se da esa lucha por combinar los dos ámbitos, el carnal y el espiritual, por espiritualizar el mundo sin que deje de ser terrestre, algo que parece imposible y que es su gran paradoja. Con ellos coincide Rilke cuando quiere vivir la tierra tan intensamente que se vuelva invisible y angélica. Y eso es lo que también quiere hacer El Greco con su pintura: una espiritualización libre e impetuosa sin cortar con la tierra.
En los dos libros se da esa paradoja, ese salto entre lo espiritual y lo carnal. También se da en el espiritualismo de Dostoievski y en la filosofia del absurdo de Leon Chestov.
El ensayo “Del sentimiento trágico de la vida” conecta con la novela “Zorba el griego”. En los dos se desarrolla el sentimiento trágico como sentimiento vital, como la lucha del hombre contra los límites, el héroe contra la fatalidad. También Jaspers definía lo trágico como “la grandeza del hombre en el fracaso”.
El ensayo de Unamuno trata de lograr lo imposible: creer a pesar de la duda, llegar a lo divino sin dejar de ser un hombre de carne y hueso, hablar de lo eterno sin dejar el tiempo, concebir la calma del paraíso sin dejar la inquietud de la tierra, pensar la paz sin dejar la guerra. Mantener la vitalidad sin dejar la angustia de todo lo que dudamos.
La novela de Kazanzakis crea un personaje vitalista y telúrico, alguien que está lleno de una vitalidad cósmica, que supera el intelectualismo y los conceptos, que vive las cosas sin paralizarlas pensándolas, que encarna el entusiasmo. Y contagia su vida a los demás y los ayuda a vivir. Pero a veces entra en crisis y se queda pensando frente a la playa o en la noche junto al fuego. Trata de salvar a la viuda de los fanáticos puritanos que la asesinan, se burla de los monjes rutinarios y peseteros. Encarna la vitalidad contra todas las estrecheces y las cerrazones. Pero reconoce su fracaso muchas veces. Y de todos modos se levanta otra vez y asombra al narrador con su vitalismo.
Zorba encarna la fe y el narrador la duda. La novela crece en torno a ese conflicto, los dos se hacen complementarios. Pero incluso Zorba cuando duda lo hace en forma de preguntas impetuosas. No cuestiona como el narrador sino que lanza preguntas vivas al silencio. Y el narrador piensa la paz del budismo pero se contagia del entusiasmo de Zorba. También Unamuno oscila entre la duda y el entusiasmo.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR Foto: Consuelo de Arco
Dos Paradojas Rebeldes, Unamuno y Kazanzakis