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Reseña del libro “Doctorado en vientos” de José Luis Martínez Clares. Editorial Letra Impar.
por María Ángeles Lonardi
Poemas que se desgranan desde la primera página como un abanico lacónico frente al exceso y la redundancia. El autor, muy lejos de la grandilocuencia, desde el primer verso, desafía los cánones que generalmente limitan y restringen. El poeta lucha consigo mismo, contra sus contradicciones en líneas muy sutiles, mientras se sumerge en el recuerdo de Javier Egea.
Siguiendo una línea invisible nos lleva de la mano en un trayecto vital de emociones y sensaciones, dejando a un lado discursos demasiado “trillados” que poco aportan al panorama literario actual.
Sus versos nos llevan a la quietud y al movimiento, a islas comunes, a mares distintos, a laberintos que bien pueden resultar invitación. Un reto de militante. Sus versos cargados de humanismo te sacuden la fibra. No te dejará indiferente.
Dividido el libro en dos partes, arranca una primera titulada: “Resulta extraño tanto mar, raro este cielo”, como un intento de localización cinematográfica, para terminar rendido ante los avatares de la vida “Hoy solo sé que existo y amanece”.
Sin dejar de lado una actitud vigilante, muy recomendada para no perderse detalle, el autor te involucra, te tira estos versos como cartas sobre la

mesa, porque él ya hizo la jugada y tú, deberás encontrar respuestas o perderás la partida.
Ríos que llevan savia, versos desprovistos de adornos, de armadura, versos descarnados, poesía no clasista, poesía necesaria. Y grita: “nunca escribas de los morideros/del corazón, /pues necesitamos poetas que no mercadeen/ con el silencio, /poetas que no midan las palabras/ ni los versos”.
Su poética no se esfuerza por legitimarse, su poética es. Es crudeza, es pura y no presenta dobleces y expone ante los ojos del lector su nervadura.
Resalta el conocimiento de los lugares, el reconocimiento de los afectos, el convivir con el riesgo, la renuncia a lo no escogido, la certeza de quien se posiciona frente a las injusticias, como dice en “Los restos de naufragio”. Pero ¿quién es el náufrago? Este poema es lapidario.
Estamos solos ante los desafíos y el autor, sin abandonar la rebeldía nos reta, con una mirada limpia a ir más allá de una simple lectura. Por ejemplo, no es casual que comience con el poema “Colonización” y termine el libro con “Descolonización”. No es casual que se reproduzca la luz ambiente, en la claridad de estos versos, ni que el mar llegue en cada verso como la espuma. No es casual que no quiera interrumpir al viento o que las palabras utilizadas sean las precisas como sentencia bíblicas, por ejemplo:
“Existe un camino muy rápido a la miseria/convertirse en buscador de oro.”
(Minas Auríferas de Rodalquilar S. A.)
“Presiento que de la obediencia/ sólo pueden nacer la servidumbre/ y la mala literatura.”
(Certificados de defunción).
No es casual nada, ni la mirada, ni la filosofía poética de un yo, búsqueda constante de sí mismo entre el paisaje de Nijar y Granada, donde todo es posible.
La concatenación de palabras, el orden de los versos, la secuencia, la sonoridad del ritmo te llevan a límites insospechados para abrir la puerta del asombro.
No es aconsejable ir contra la voluntad del viento. A veces no es bueno dejarse llevar. “Nadie debería dificultar el camino/ del viento” así lo dice el artífice de Doctorado en vientos. Porque el autor, además, ha conseguido con este libro, darle el sitio de protagonismo que tienen los vientos en este rincón del desierto.
Ojalá que soplen buenos vientos para este libro y que sean esos vientos los que te arrastren a esa dimensión donde se produce la magia que abre las mentes y cambia hasta la mirada, con apenas palabras. Porque si el viento trae aire fresco se puede respirar mejor.