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DISCUSIÓN CON MI CHAQUETA
No es nada original. El trovador Guido de Cavaillon discutió una vez con su capa. Le reprochó que lo dejó quedar mal con su amada, que lo avergonzó. La capa le dijo: “eres un desagradecido, encima de que te protegí del frío tantas veces. Y si quieres os puedo tapar juntos a ti y a tu amada”. El trovador le respondió: “Está bien, si te portas bien, te teñiré de escarlata y quedarás muy vistosa”. La capa repuso: “Te agradezco esas palabras, pero no me fío mucho de ti”.
Yo no quería imitar a Guido de Cavaillon. Pero les aseguro que el otro día mi chaqueta se puso a discutir conmigo. Me dijo que no defendía del todo mi personalidad, que me dejaba dominar por la impersonalidad y la masa. Y por la actualidad aplastante y ramplona. Le respondí que era mentira, que precisamente llevaba toda mi vida luchando por defender la personalidad y la vida inclasificable, en contra de las simplificaciones y las etiquetas. De lo mecánico y lo masivo, de lo hecho en serie con plantillas. Igual que el Word me ofrece unas plantillas para escribir un texto. “Mete en el culo tus plantillas, le digo al Word, eso es para quien no sabe ver solo, no sabe pensar solo, no sabe escribir solo”. Pero la gente lo hace todo con plantillas.
La chaqueta me dijo: “Pero no lo haces con todas tus fuerzas. A veces me dejas en casa por quedar bien. Y te dejas llevar dócilmente por el presente, aunque el presente te anule. Dijo una vez un tipo en un gran diario: Escapan del presente con su nostalgia cuando el presente más los necesita. ¿Y para qué coño nos necesita el presente si no nos escucha, si no nos hace ni puto caso? Solo se impone y se impone”.
Le contesté: “No es cierto. Yo te valoro mucho como chaqueta, me la dio hace tiempo Rubén que es mi amigo más antiguo. Nos conocimos cuando teníamos cinco años en una aldea de Galicia. Y te aprecio como chaqueta. Eres confortable y te adaptas bien a mí, me comprendes. Y me gusta tu tono negro y callado. Y tus mezclillas sutiles. Me importan un pimiento las modas y los borregos que las siguen por aquí y por allá llevados de la cuerda consumista. Pero es difícil. A Rousseau le llamaron friki porque le dio la gana de ponerse un traje armenio en el siglo XVIII. Imagínate, el siglo de las pelucas obligatorias y el polvo en la cabeza. Pero en general es friki todo el que hace algo distinto, el que no acepta la uniformidad absoluta. Y si eres distinto te acosan en el colegio los bestias uniformes hasta que te suicidas. Y si eres extranjero eres un nadie. Y si no estás de acuerdo con algo, eres un extranjero. El otro día decían en una Carta al Director en El País: El que no esté de acuerdo con la deshumanización que se vaya a otro planeta. Yo ya estoy buscando un planeta sencillo y accesible para refugiarme”.
Pero mi chaqueta dijo: “Sí, pero te dejas llevar”. Yo dije: “No me dejo llevar. Pero estamos todos secuestrados y debemos hacer las muecas obligadas. La uniformidad es obligatoria y ay del que no salga al desfile obligatorio por las calles a las glorias del consumo y de la técnica. Igual que en Una jornada particular de Ettore Scola hay un desfile por las calles para recibir a Hitler y todos gritan lo mismo con alegría obligatoria, pero Marcello Mastroiani que es un poco raro se queda en casa y se pone a hablar con Sofía Loren que está sola tendiendo las sábanas. Ahora también hay el desfile fascista obligatorio de la técnica”.
Mi chaqueta dijo: “Pero te acuerdas mucho de otras chaquetas. No me valoras demasiado”. Le dije: “Sí, qué voy a hacer, he puesto tantas chaquetas que me acompañaron en horas intensas. Aquella chaqueta enorme a cuadros audaces que fue lo único que me regaló mi padre en su vida. Iba por todas partes y la gente alucinaba con ella. A veces pensé lo mismo que Nicolas Cage en Corazón salvaje con su chaqueta loca cuando dijo que representaba su libertad individual. Y recuerdo aquella otra chaqueta de punto tan suelta que me caía hasta el suelo. Y aquella otra de lana que compré en Portugal y me abrigaba tanto que casi me volvía invulnerable. Es cierto, aquello era un jersey. Y acabé tirándolo. Es verdad, amo las prendas que me acompañan íntimamente durante una época. Pero acabo tirándolas. Por otro lado, soy demasiado desprendido. Y eso que viví tantos secretos con ellas”.
Y mi chaqueta dijo: “Pero te dejas dominar”. Y yo dije: “Pero qué voy a hacer, estamos todos secuestrados. Como aquella vez en que deseaba tener una chaqueta de pana y la busqué por todas partes, pero no la había porque no las fabricaban. Dependemos de lo que hagan en serie, de la uniformidad de la masa. De la cantidad y lo mecánico. Y casi no somos personas. Un día le dije a una empleada de un hotel de Roma que no me gustaban las reservas mecánicas e impersonales hechas en masa, y me dijo: El mundo aborrece a personas como tú. ¿Qué quieres que haga? ¿qué clase de mundo es este? ¿Dónde si no estás de acuerdo te dicen que te vayas a otro planeta?”
Mi chaqueta me replica: “Hay que resistir, decía Sábato, recuerdo cuando leías La resistencia”. Yo digo: “Claro que la leía y la práctico. Y la lucha rebelde contra la peste, de Albert Camus. Ahora la peste es la masificación y el consumismo. Y el salir a las calles con la alegría obligatoria de todo el mundo, sin nostalgia porque está prohibida y porque significa desacuerdo. Te han jodido el planeta, pero no puedes sentir nostalgia del planeta. Tienes que alegrarte a la fuerza con este sinfín de artilugios que te complican la vida y te echan a ti de tu casa”. La chaqueta me dijo: “Pero sal conmigo a la calle y no hagas caso. Si tú estás contento conmigo, yo estoy contento contigo”. Le dije: “Pero si en el fondo estamos de acuerdo. Contigo me siento bien en medio de las masas uniformes, déjame entrar en ti”. Ella dice: “Pero al final me tirarás”. Yo le digo: “También a mí me tirarán. ¿Qué quieres que haga? Disfrutemos al menos este comienzo de primavera”.
ANTONIO COSTA GÓMEZ
FOTO: CONSUELO DE ARCO
DISCUSIÓN CON MI CHAQUETA
Interesante conversación con la capa, magnifica armonización de lo clásico con lo moderno.