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Degouve, Pintor de Silencios
Qué falta nos hace esa pintura.
En un cuadro unas lunas se asoman como ojos inquietos entre los árboles azules. El parque es una música de troncos y de senderos en mitad del azul. Las lunas nos descubren en el fondo donde nos escondemos. En otro, un parque sobre el agua levanta sus ventanas como almas solitarias. El lirismo de las ventanas se intensifica detrás de la palidez sonámbula y un palacio gótico se hunde en el agua y el inconsciente.
En otro, un bosque es una confusión de verdes y un farol solitario es como la identidad desesperada de alguien.
El famoso cuadro “ La casa ciega” la muestra detrás de los árboles con toda el alma latiendo. Es el espíritu que se guarda en los interiores. Es la soledad de la noche que se confiesa entre silencios, junto al espesor desesperado del árbol.
Los ángeles vuelan inquietos entre el bosque en otro cuadro mientras amenaza con llegar el amanecer, uno arrodillado adora las flores, otros por parejas se besan y se arrebatan antes de que llegue la aurora, son toda la vitalidad intensa que se despliega en la noche.
Los cisnes callan en el agua inconsciente mientras los cipreses callan, esperando siempre. Las casas se pierden en la bruma y en el tiempo. Venecia es solo una impresión, unos ventanales góticos que flotan, unas luces que tiemblan en el agua.
En los autorretratos Degouve se pinta a sí mismo con inquietud e incertidumbre, tal vez con miedo, no quiere que le suelten parrafadas, está concentrado y quiere que le comuniquen algo de verdad.
En un cuadro una sombra toca el arpa en una tienda de barcos de vela, qué intimidades perdidas estará protegiendo. En otro unos pavos reales se disparan en la palidez del amanecer en esa luz loca que está entre dos mundos.
En la pintura de Degouve nunca hay charlatanería, tiene esa condensación, ese miedo, esa necesidad de meditar y de adensar las cosas. Degouve pinta el silencio y la abstracción que lo envuelven todo, la extrañeza de la existencia, nuestro ser perdido y a duras penas encontrado. Los seres como sombras y las pasiones desatándose donde no mira nadie. Qué falta nos hace esa pintura entre tanta charlatanería.
William Degouve de Nuncques estudió en Bruselas y trabajó en Malinas. Es es uno de los pintores más fascinantes del simbolismo. A principios del siglo XX se fue a vivir a Mallorca y casi se vuelve loco por la muerte de su mujer.
Se dedicó a pintar los parques por la noche en toda Europa. En 1930 se fue a vivir a las montañas de Bélgica y pintó paisajes nevados. Decía que para pintar hay que eliminar líneas y poner sentimientos. René Magritte quedó fascinado al ver su cuadro “La casa ciega” y lo convirtió en “El imperio de las luces”. Necesitamos la extrañeza visionaria de los dos.
Qué falta nos hace esa pintura.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR