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Daniel Díaz Godoy. Torrox (Málaga, 1990). Es Licenciado en Economía por la Universidad de Málaga, y actualmente trabaja como profesor de secundaria y bachillerato.
Como pintor y dibujante ha participado en diversas exposiciones colectivas e individuales. Ha publicado ilustraciones en libros de poemas como en Elegías y meditaciones de José Infante (Ediciones Vitrubio, ed. 2016), Café sola de Auxiliadora González Infante (Ediciones Endymion, 2018), El desgarro de Jorge Villalobos (Ediciones Hiperión, 2018) o Solo queda una sombra de José Infante (Colección Signos, Huerga y Fierro editores, 2019), y en diversas revistas.
En el ámbito de las letras, obtuvo el premio del Certamen Literario Jorge Guillén de narración corta en el año 2008 y Mención de Honor en el Premio Cero de Poesía Joven (2016). Ganador en la categoría de poesía del I Certamen Internacional de Poesía y Relatos «Libros sobre Ruedas, Librerías en Marcha» por el cuaderno Testigo de fuego (Málaga, 2017).
Ha participado en antologías como Algo se ha movido (25 jóvenes poetas andaluces) (Esdrújula Ediciones, 2018) e Internautas en la red. Poesía emergente malagueña I (nº 5 de la colección Arroyo de la Manía, Rafael Inglada Ediciones, 2018), y en diversas revistas, como Estación Poesía (nº 12, Editorial Universidad de Sevilla, 2018).
En diciembre de 2017 publica Desnudo entre ortigas en la colección Monosabio.
A propósito de Cernuda
Y entonces en ti mismo mis sueños y deseos
Tendrán razón al fin, y habré vivido.
Luis Cernuda
Mis labios son tiniebla
cuando trato de comprender la vida.
Son una pintura sobre un ropaje
sucio que envuelve y oculta sin cuidado
cualquier rayo de luz.
Pero entender la vida de los hombres
es parte de este intento
de perpetuar la voz,
de ser consciente frente a mi verdad.
Me llega el eco de ésta, tu palabra,
así como la lengua de algún otro,
suspendida por su inmortalidad,
y despierta en mí el verso,
búsqueda y valentía
para sentenciar lo que vive en mí
de ti, de todo hombre, del ser humano.
Yo, como otras voces recién paridas,
siento que tu poema me habla desde la entraña
y, mi amigo imposible, eso es estar aún vivo.
(De Testigo de fuego, Málaga, Libros sobre ruedas. 2017)
Claridad en la tierra
Oigo voces de pájaros silvestres
porque todo parece sublevarse
al candor de una tierra que palpita,
de una atmósfera en calma
tras la lluvia que arrastra el polvo
suspendido en el aire como un vicio
que arrambla tormentas de gente.
Tendido el cansancio y, de pie,
la mar embravecida por querer
abrirse en la roca y ser espuma.
¿Qué montaña horadada nos impedirá
hender caparazones
de almas dispuestas?
Entrar en la fragilidad,
como viento impulsado
y ser bautizo de mentes dormidas,
como fueron en mí los versos
de otras aves humanas.
Evitarles la desembocadura
en dársena de cuerpos vacilantes
para escudar su mente de fatigas amargas
que pocos quieren escuchar.
Que la luz trabaje la forma
de mi espíritu, haciendo de ésta
una palabra lúcida.
(De Desnudo entre ortigas, Málaga, Colección Monosabio. 2017)
Agua tibia
Vi cómo te adentrabas
en una gran bañera
y parecía la primera vez
que lavabas tus alas.
Te vi vulnerable y, aunque triste,
fue un golpe de complicidad
y se hizo un gesto hermoso.
Te llevé a casa, te centré,
y las alas cayeron
sobre este escritorio que ahora
organiza los días.
Vi el halo que encumbraba el don,
había perdido su brillo
por este oficio de tinieblas
y era de fibra humilde,
podía ser esparto.
Vi cómo me adentraba
en una gran bañera
y nunca podré perdonármelo.
(De Internautas en la red. Poesía emergente malagueña I. Málaga. 2018)
Grieta sin olvido
Cuando pises la arena de mi pecho
haz de tus pies una fuerte raíz,
y así, cuando me haya ido
—y aunque esta patria te quede distante—,
echaremos de menos cómo crece
un vínculo cubierto de verdad.
Aunque tu ausencia se haga
cada día más sólida,
tendré siempre este labio
por el que me resbala tanta muerte;
esta profunda grieta
donde habita tu nombre.
(De Estación poesía, nº 12. Sevilla. 2018)
Hombre en declive
Golpea tu mañana una mano constante
que, por prisa de abrir un día —pródigo de luz—,
agrieta su piel y abre sus carnes
con el vidrio quebrado de botellas y exceso.
Su espalda es una amplia pista
donde aterriza la delicada atención de tus ojos.
La punta de sus dedos, cabezas de serpiente,
van ingiriendo las horas que no pertenecen al vacío.
Es tiempo de hacer recuento entre la sangre derramada
y el pálido frío del mármol, superficie que sostiene
el sonido incesante de un talón inquieto.
Su frente es reposo de los besos
que con ternura emanan la paz del descanso eterno.
Sus piernas son la seda de pasión derramada
por vivir los días en la intensidad del presente,
y los huesos del odio apalean su rostro
magullado por astillas y aristas.
Su abrazo es el consuelo
que refleja la esperanza de sentirse vivo.
Y allí donde descansan los fríos reptiles
de escama suave como terciopelo real,
se augura el callado momento
que ensombrece lentamente la luz
de una mañana despejada.
Su pecho es apoyo donde el latido se ahoga
de un sólido silencio.
Ya no percute la lágrima dura y pesada del hijo,
el cráneo ensamblado del hombre en declive,
y, en el silencio, quietud suspendida,
quedan gargantas que urden el miedo;
se hace la nada en la tierra desnuda.
Un ocaso velado entre púrpura y luto
rompe la vida y el paso, el ritmo.
(De Desnudo entre ortigas, Málaga, Colección Monosabio. 2017)
Image by Alain Audet from Pixabay