Daniel Díaz Godoy

Daniel Díaz Godoy

Carlos J. Rascón

Daniel Díaz Godoy. Torrox (Málaga, 1990). Es Licenciado en Economía por la Universidad de Málaga, y actualmente trabaja como profesor de secundaria y bachillerato.

Como pintor y dibujante ha participado en diversas exposiciones colectivas e individuales. Ha publicado ilustraciones en libros de poemas como en Elegías y meditaciones de José Infante (Ediciones Vitrubio, ed. 2016), Café sola de Auxiliadora González Infante (Ediciones Endymion, 2018), El desgarro de Jorge Villalobos (Ediciones Hiperión, 2018) o Solo queda una sombra de José Infante (Colección Signos, Huerga y Fierro editores, 2019), y en diversas revistas.

Daniel Díaz Godoy, crédito de la fotografía Fran Hernández

En el ámbito de las letras, obtuvo el premio del Certamen Literario Jorge Guillén de narración corta en el año 2008 y Mención de Honor en el Premio Cero de Poesía Joven (2016). Ganador en la categoría de poesía del I Certamen Internacional de Poesía y Relatos «Libros sobre Ruedas, Librerías en Marcha» por el cuaderno Testigo de fuego (Málaga, 2017).

Ha participado en antologías como Algo se ha movido (25 jóvenes poetas andaluces) (Esdrújula Ediciones, 2018) e Internautas en la red. Poesía emergente malagueña I (nº 5 de la colección Arroyo de la Manía, Rafael Inglada Ediciones, 2018), y en diversas revistas, como Estación Poesía (nº 12, Editorial Universidad de Sevilla, 2018).

En diciembre de 2017 publica Desnudo entre ortigas en la colección Monosabio.

 

 

A propósito de Cernuda

Y entonces en ti mismo mis sueños y deseos

Tendrán razón al fin, y habré vivido.

Luis Cernuda

 

Mis labios son tiniebla

cuando trato de comprender la vida.

Son una pintura sobre un ropaje

sucio que envuelve y oculta sin cuidado

cualquier rayo de luz.

Pero entender la vida de los hombres

es parte de este intento

de perpetuar la voz,

de ser consciente frente a mi verdad.

 

Me llega el eco de ésta, tu palabra,

así como la lengua de algún otro,

suspendida por su inmortalidad,

y despierta en mí el verso,

búsqueda y valentía

para sentenciar lo que vive en mí

de ti, de todo hombre, del ser humano.

 

Yo, como otras voces recién paridas,

siento que tu poema me habla desde la entraña

y, mi amigo imposible, eso es estar aún vivo.

 

(De Testigo de fuego, Málaga, Libros sobre ruedas. 2017)

 

Claridad en la tierra

Oigo voces de pájaros silvestres

porque todo parece sublevarse

al candor de una tierra que palpita,

de una atmósfera en calma

tras la lluvia que arrastra el polvo

suspendido en el aire como un vicio

que arrambla tormentas de gente.

 

Tendido el cansancio y, de pie,

la mar embravecida por querer

abrirse en la roca y ser espuma.

¿Qué montaña horadada nos impedirá

hender caparazones

de almas dispuestas?

Entrar en la fragilidad,

como viento impulsado

y ser bautizo de mentes dormidas,

como fueron en mí los versos

de otras aves humanas.

Evitarles la desembocadura

en dársena de cuerpos vacilantes

para escudar su mente de fatigas amargas

que pocos quieren escuchar.

 

Que la luz trabaje la forma

de mi espíritu, haciendo de ésta

una palabra lúcida.

 

(De Desnudo entre ortigas, Málaga, Colección Monosabio. 2017)

 

Agua tibia

Vi cómo te adentrabas

en una gran bañera

y parecía la primera vez

que lavabas tus alas.

Te vi vulnerable y, aunque triste,

fue un golpe de complicidad

y se hizo un gesto hermoso.

Te llevé a casa, te centré,

y las alas cayeron

sobre este escritorio que ahora

organiza los días.

Vi el halo que encumbraba el don,

había perdido su brillo

por este oficio de tinieblas

y era de fibra humilde,

podía ser esparto.

Vi cómo me adentraba

en una gran bañera

y nunca podré perdonármelo.

 

(De Internautas en la red. Poesía emergente malagueña I. Málaga. 2018)

 

 

Grieta sin olvido

Cuando pises la arena de mi pecho

haz de tus pies una fuerte raíz,

y así, cuando me haya ido

—y aunque esta patria te quede distante—,

echaremos de menos cómo crece

un vínculo cubierto de verdad.

 

Aunque tu ausencia se haga

cada día más sólida,

tendré siempre este labio

por el que me resbala tanta muerte;

esta profunda grieta

donde habita tu nombre.

 

(De Estación poesía, nº 12. Sevilla. 2018)

 

 

Hombre en declive

Golpea tu mañana una mano constante

que, por prisa de abrir un día —pródigo de luz—,

agrieta su piel y abre sus carnes

con el vidrio quebrado de botellas y exceso.

 

Su espalda es una amplia pista

donde aterriza la delicada atención de tus ojos.

 

La punta de sus dedos, cabezas de serpiente,

van ingiriendo las horas que no pertenecen al vacío.

Es tiempo de hacer recuento entre la sangre derramada

y el pálido frío del mármol, superficie que sostiene

el sonido incesante de un talón inquieto.

 

Su frente es reposo de los besos

que con ternura emanan la paz del descanso eterno.

 

Sus piernas son la seda de pasión derramada

por vivir los días en la intensidad del presente,

y los huesos del odio apalean su rostro

magullado por astillas y aristas.

 

Su abrazo es el consuelo

que refleja la esperanza de sentirse vivo.

 

Y allí donde descansan los fríos reptiles

de escama suave como terciopelo real,

se augura el callado momento

que ensombrece lentamente la luz

de una mañana despejada.

 

Su pecho es apoyo donde el latido se ahoga

de un sólido silencio.

 

Ya no percute la lágrima dura y pesada del hijo,

el cráneo ensamblado del hombre en declive,

y, en el silencio, quietud suspendida,

quedan gargantas que urden el miedo;

se hace la nada en la tierra desnuda.

Un ocaso velado entre púrpura y luto

rompe la vida y el paso, el ritmo.

 

(De Desnudo entre ortigas, Málaga, Colección Monosabio. 2017)

 

Image by Alain Audet from Pixabay

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