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Por Salomé Guadalupe Ingelmo
El 20 de noviembre de 1820 el ballenero Essex fue hundido en el pacífico Sur, a casi cuatro mil kilómetros de las costas de Sudamérica, por un cachalote de tamaño superior a la media que lo embistió mientras los arponeros intentaban dar caza a otros miembros de su manada. Los veintiún supervivientes se repartieron en las tres lanchas balleneras de las que disponían y llegaron a la isla Henderson. Esquilmados los escasos recursos del lugar tras sólo una semana, todos menos tres se hicieron de nuevo a la mar para tratar de llegar al continente sudamericano. Los primeros muertos en los botes fueron arrojados al agua. Después, sin víveres, los náufragos se vieron obligados a echar a suertes quiénes serían ejecutados para servir de alimento a los demás. Noventa y cinco días después del naufragio, ocho marineros fueron rescatados por dos barcos diferentes ‒Noventa y cinco días después del hundimiento del Essex, Pollard y Ramsdell fueron rescatados por el ballenero Dauphin, procedente de Nantucket; Lawrence, Chase, y Nickerson fueron encontrados por el barco mercante Británico Indian noventa y tres días después del naufragio‒. Para entonces siete náufragos habían sido ejecutados y devorados. El desastre del Essex sirvió de inspiración a Herman Melville para escribir su novela Moby Dick.
Por su parte Thomas Nickerson, joven grumete del ballenero Essex, escribió otra narración titulada La pérdida del barco Essex, hundido por una ballena, y la trágica experiencia de la tripulación sobre botes balleneros, que no fue publicada hasta 1984, año en que ve la luz gracias a la Asociación de Historia de Nantucket. Nickerson escribió esta narración ya en la vejez y la obra se mantuvo perdida hasta 1960.
Finalmente In the Heart of the Sea: The Tragedy of the Whaleship Essex (En el corazón del mar: La tragedia del ballenero Essex), que narra la historia del hundimiento del Essex incluyendo el punto de vista de los supervivientes Nickerson y Chase, es obra de Nathaniel Philbrick, quien con este trabajo de historia marítima ganó del premio nacional del libro en el año 2000.
En tanto obra cinematográfica, En el corazón del mar narra, para comenzar, un enfrentamiento entre Pollard, un pisaverde de veintiocho años de edad que por nacimiento ocupa un cargo de responsabilidad para el que no está preparado, un capitán al que le falta formación y experiencia, y Chase, un subordinado mucho más preparado que, sin embargo, ha de someterse a un novato inexperto elegido sólo por su posición social y apellido. La inseguridad del capitán, que se sabe menos autorizado que su primer oficial para gobernar la nave y por ello busca autoafirmarse ejerciendo manifiesta y ostentosamente su mando incluso a costa de exigir que se obedezcan órdenes a todas luces insensatas, conduce a la catástrofe al Essex.
En este sentido, la historia que propone el guión comparte muchos puntos en común con el naufragio de la fragata francesa Medusa, acontecido en 1816, que dio pie a un juicio increíblemente mediático y a la famosa obra pictórica de Théodore Géricault, La balsa de la Medusa. Entonces la incompetencia y la arrogancia del capitán, el vizconde Hugues Duroy de Chaumereys, fiel a la restaurada monarquía francesa pero marino poco experimentado pues se dedicaba a frecuentar los salones aristócratas en lugar de los barcos y además se mostraba incapaz de escuchar a sus subordinados más expertos, haría que el barco encallase ‒con condiciones óptimas para la navegación‒ en las costas mauritanas. Debido a la falta de espacio y alimentos, los náufragos se vieron obligados a lanzar al mar a los enfermos con menos posibilidades de sobrevivir. El doctor Savigny tuvo que seleccionar a las víctimas. Muchos se volvieron locos. De unas ciento cincuenta personas, sobrevivieron en una balsa improvisada sólo quince, de las cuales cinco murieron en los días sucesivos al rescate debido a su delicado estado de salud. A falta de suficientes botes salvavidas, el capitán optó por salvar a a los pasajeros ‒la clase privilegiada‒, oficiales y aristócratas, dejando a la deriva la balsa construida precariamente y sobrecargada con los miembros de la tripulación, que quedarían a merced del mar. La situación empujaría a los escasos supervivientes, abandonados a su suerte durante trece días, a la terrible experiencia del canibalismo. Una experiencia ominosa que la película también aborda, reflejando sin tapujos ‒aunque con extrema elegancia y sin recurrir a una truculencia gratuita‒ los testimonios de los supervivientes del Essex y los resultados de la investigación sobre los hechos.
En este aspecto la película seguramente bebe también de otra tradición literaria sin parangón sobre el canibalismo forzado en alta mar, que es la que constituyen las escenas de antropofagia presentes en Las aventuras de Arthur Gordon Pym, escrita en 1838. En esta obra, su única novela, el magistral Poe narra cómo los hombres llegan a echar a suertes quién ha de ser el siguiente en sacrificarse por el bien de sus compañeros, para que al menos alguien tenga oportunidad de sobrevivir a la tragedia.
Gordon Pym es, como la tripulación del Essex, de Nantucket, de donde parte el barco ballenero Grampus que también naufragará ‒en este caso a causa de un sangriento motín‒. Poe relata cómo, tras varios días a la deriva, cuatro supervivientes, desesperados por la falta de comida, deciden asesinar y devorar a uno de ellos para asegurar la supervivencia del resto. Después de echarlo a suertes la desafortunada elección recae en el más joven de todos, un grumete llamado Richard Parker, que es apuñalado y consumido por partes durante cuatro días.
La realidad, que suele superar a la ficción, hizo que en 1884, tras el naufragio del mercante inglés Mignonette en el Cabo de Buena Esperanza, otra vez cuatro náufragos se viesen obligados, tras más de tres semanas a la deriva, a recurrir al canibalismo. Lo más sobrecogedor es que quiso el destino que fuese el grumete Richard Parker, de diecisiete años, que había mentido sobre su edad para poder enrolarse en el barco, el designado para ser sacrificado en favor de sus compañeros. Si bien otra versión bastante más piadosa sostuvo que el grumete se deshidrató después de beber agua de mar y entró en coma, por lo que los supervivientes decidieron matarle mientras estaba inconsciente. El resto fueron rescatados por un barco alemán y fueron arrestados bajo la acusación de homicidio, aunque finalmente se les puso en libertad.
Obviamente En el corazón del mar, que refleja esencialmente la lucha por la supervivencia, trae a nuestra memoria también Relato de un náufrago, novela escrita por García Márquez tras haber entrevistado al único superviviente del naufragio de un buque militar que pasó diez días solo en alta mar. También allí el naufragio se produce por una negligencia, ya que como Luis Alejandro Velasco, protagonista de la tragedia real, confesase al autor, la catástrofe no la ocasionó una tormenta según se quiso hacer creer, sino el sobrepeso de una carga de contrabando mal estibada en la cubierta de un destructor que de hecho, por ley, no debería haber llevado carga alguna.
Moby Dick narra el duelo entre el hombre y la bestia más grande jamás contado. Ciertamente también parece hacerlo El viejo y el mar, de Hemingway; pero sucede que esta obra propone, a mi entender, en el fondo, un enfrentamiento del hombre consigo mismo. En Moby Dick, sin embargo, la rivalidad entre el hombre y la naturaleza, entendidos ambos como dos opuestos irreconciliables, resulta patente.
Es la codicia y la soberbia humana la que desencadena la furia del animal, que la película dista mucho de pintar como un demonio. El cachalote blanco defiende a los suyos, a los más débiles. Y busca venganza contra el hombre sólo mientras que éste no comprende que ha de aprender a convivir con la naturaleza, que respetarla es también respetarse a sí mismo, a lo mejor que en el hombre hay, a lo que en realidad le hace más humano: sentimientos como la piedad, la solidaridad o la tolerancia y el perdón, que precisamente las circunstancias desesperadas potencian entre los náufragos. Ésa es la lección que el señor Chase, el primer oficial, extrae de la terrible experiencia.
Emocionante la escena en la que, finalmente, hombre y animal firman la paz y el experimentado arponero, teniendo al animal a tiro, evita lanzar su hierro. Sobrecogedora la mirada que ambos cruzan, una mirada de comprensión y entendimiento, de respeto hacia las respectivas diferencias, que sólo quienes han tenido oportunidad de vivir situaciones semejantes con animales salvajes pueden llegar a entender del todo.
Porque los balleneros, en tanto hombres, se creen superiores a la bestia que cazan, y por ello justificados para exterminarla a cambio de dinero. Pero la supervivencia les empuja a reproducir comportamientos que no creen propios de hombres sino de animales, como es consumir los cadáveres de sus semejantes. Esto hace que algunos de los protagonistas de la tragedia relativicen sus puntos de vista y se vuelvan mucho menos inflexibles; que dejen de estar seguros de tener la única razón por encima de la razón del animal que defiende su propia vida y la de sus congéneres. Así no resulta casual que el señor Chase, una vez rescatado y recuperado de las secuelas físicas, se mude con su esposa e hija y se haga capitán de barco mercante, abandonando definitivamente los barcos balleneros.
Mirada desde este ángulo, la película se revela, también, una historia de redención. Pero igualmente se redime el capital Pollard, aunque la experiencia no le haya servido para extraer conclusiones sobre la necesaria convivencia entre el hombre y el animal, y aún busque, cual capitán Ahab, en una expedición sucesiva ‒y de nuevo desafortunada‒, al enorme cachalote blanco. También Pollard se redime cuando, negándose a mentir sobre el hundimiento del barco para salvaguardar los intereses de los armadores ‒para los que la noticia de que un cachalote había conseguido hundir uno de sus balleneros habría supuesto innegables pérdidas‒, declara lo realmente sucedido siguiendo el consejo de su primer oficial, que no está dispuesto a deshonrar la memoria de los muertos ni a fingir que las terribles experiencia vividas nunca tuvieron lugar a cambio de una capitanía. La tragedia forja un carácter en Pollard, que pasa a ser un hombre de honor y no sólo un hombre de alcurnia. Porque son los hombres de mar los que se juegan la vida, mientras quienes hacen negocio con los beneficios obtenidos de su trabajo nada arriesgan desde sus oficinas.
Por último, esta película describe también el paso a la edad adulta del joven grumete Thomas Nickerson, que ya maduro, tras haber vivido el hundimiento del Essex presuntamente con catorce años, contaría la verdadera historia a Melville ‒si bien la realidad es que los rumores del hundimiento llegaron a oídos del joven Herman Melville mientras servía en el ballenero Acushnet. Entonces se entrevistó con el hijo de Owen Chase, quien servía en otro ballenero, y éste le contó la aventura de su padre al escritor‒, el primero, incluida su mujer, a quien le confesaría el recurso del canibalismo. Porque ese muchacho, a raíz del naufragio, comprende que crecer significa, por encima de cualquier otra cosa, aprender a vivir con determinadas experiencias a las espaldas: aprender a colocarlas donde menos estorben, donde menos daños causen y mejor nos permitan desarrollarnos como personas a pesar de nuestro pasado.
No obstante no podemos olvidar que este guión, no sólo porque describa el proceso de recopilación de datos para la redacción de Moby Dick, pertenece al tiempo al genero metaliterario. Y, en tanto tal, ofrece algunas reflexiones valiosísimas para un escritor. Por una parte nos recuerda que un narrador ha de aprender a enfrentarse a sus propios temores, a veces mucho más espantosos que la enorme ballena blanca. Porque en ocasiones la empresa del escritor, el proyecto que forja en su mente, se diría tan enorme que ni siquiera sabe por dónde comenzar, que se siente perdido e impotente. También porque, a menudo, ante una gran historia o una idea especialmente valiosa, el autor puede llegar a dudar de su competencia a la hora de plasmarla con suficiente maestría. Puede dudar de su capacidad de ejecución y, si es especialmente responsable y honesto, puede temer que con una redacción mediocre se desperdicie una idea brillante de la que quizá otro escritor de mayor talento hubiera podido sacar todo el partido.
Además, este guión nos recuerda que un autor le debe absoluto respeto a sus informadores. Que su obligación consiste en preservar siempre la dignidad de aquellas personas en las que se inspira, voluntaria o involuntariamente, para crear sus personajes. Que un autor honesto ha de responder siempre a un código deontológico que no está escrito y no necesariamente ha de ser igual para todos nosotros, pero que sí ha de volverse inviolable. Que cada autor ha de establecer sus límites y reglas según dicte su moral; pero que una vez marcadas esas fronteras, no ha de quebrantarlas haya lo que haya en juego. Mucho menos, sólo por alcanzar un efímero éxito.
Espectacular y conmovedora a partes iguales. Tremendamente realista. Por momentos, violenta, cruda e incuso sórdida. Y precisamente por ello, estremecedoramente humana y sobrecogedoramente bella. Bella incluso en los momentos de circunstancial y justificado feísmo.
Toda la sangre, grasa y mugre propias de una gran epopeya, de la más genuina épica. Una cuidadísima ambientación y una excepcional fotografía que, combinadas con una banda sonora grandiosa, envuelve y cautiva al espectador.
He disfrutado con En el corazón del mar, imprevisiblemente, en una sala repleta de adolescentes de entre catorce y dieciséis años. Y he asistido sorprendida y fascinada al efecto que parece haber causado esta película sobre personas tan jóvenes, muchos de los cuales muy probablemente no habían leído Moby Dick ni Las aventuras de Arthur Gordon Pym ni Relato de un náufrago. Los he visto asombrarse y emocionarse, empatizar con personajes sometidos a circunstancias absolutamente ajenas a sus propias vidas. Porque las situaciones límite suelen sacar a flote lo mejor, lo más solidario del ser humano. Y los grandes escritores, como los grandes cineastas, están obligados a recordárnoslos para que nunca lo olvidemos.
Imagen:
Escena de caza de la ballena, realizada por Eduardo Pérez Rubin sobre una barba de ballena a pluma y tinta (Museo Naval de Madrid).
Título original
In the Heart of the Sea
Año
2015
Duración
121 min.
País
Estados Unidos
Director
Ron Howard
Guión
Charles Leavitt, Rick Jaffa, Peter Morgan, Amanda Silver (sobre una obra de Nathaniel Philbrick)
Música
Roque Baños
Fotografía
Anthony Dod Mantle
Reparto
Chris Hemsworth, Benjamin Walker, Cillian Murphy, Tom Holland, Ben Whishaw, Brendan Gleeson, Michelle Fairley, Charlotte Riley, Joseph Mawle, Jordi Mollà, Andrew Crayford, Jamie Sives, Donald Sumpter, Paul Anderson, Frank Dillane
Productora
Warner Bros. / Village Roadshow Pictures / Cott Productions / Enelmar Productions / A.I.E. / Imagine Entertainment / Roth Films / Spring Creek Productions
Género
Aventuras | naifragios. Siglo XIX
Estreno es España
11 de diciembre de 2015