CONVERSACIÓN CON DON JUAN CARLOS (EL REY LEAR EN EL EXILIO)

CONVERSACIÓN CON DON JUAN CARLOS (EL REY LEAR EN EL EXILIO)

Antonio Costa Gómez
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CONVERSACIÓN CON DON JUAN CARLOS (EL REY LEAR EN EL EXILIO)

(Imaginé humildemente sus respuestas, con todo respeto)

    Lo encontré en un bar de Chantada, mi pueblo de Lugo. Daban unas tapas de morro riquísimas. A veces el rey se marchaba de Sangenjo de incógnito y se iba a otros pueblos de Galicia. Le resultaba fácil disimular porque un viejo melancólico se parece a otro viejo melancólico.

   Nos cruzamos unas miradas y el hombre estaba abierto y disponible. Me acerqué con una copa de vino Mencía y le dije “¿Eres tú o no eres tú?” El contestó :” Creo que soy yo”.

   “Ahora todo lo que haces es un crimen para estos beatos. Incluso ir a tu yate a Sangenjo. Haces bien en apagarte”. Él contestó: “Ya ves”.

    “Me acuerdo de cuando pasé toda una noche esperando tus palabras. Como todos los españoles. Yo trabajaba en la redacción de la Enciclopedia Gallega y estábamos escuchando la radio. Estaban con la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo. Y de pronto suenan tiros, el locutor se esconde y habla en susurros. Dijo que habían asaltado el Parlamento. Fui a casa corriendo y les dije a los que compartían aquel dúplex extraño conmigo: Encended la radio, hay un golpe de estado. Un pedante aterciopelado se echó a reír. Le dije: Deja de hacer el imbécil y enciende la radio. Nos pasamos hasta la madrugada escuchando las noticias. Milans del Bosch desplegado en Valencia, el coronel Tejero diciendo: Se sienten, coño. Hasta que de madrugada dijiste tú que no apoyabas aquello. Que los golpistas se volvieran a sus casas. Y los sublevados empezaron a salir. Y salimos todos a la calle sin afeitar. Aquella noche nos salvaste a todos de  una camisa de fuerza, nos dejaste ser libres”.

   “Sí”- dijo él.

    “Pero la gente olvida todo. Menos lo que tiene que olvidar. Se guía por las consignas y las modas. Se dejan arrastrar de aquí para allá como borregos. Y maldicen al mismo que bendijeron ayer”.

    “Ya ves”- dijo él.

    “Me acuerdo de cuando publiqué aquel libro de relatos  en gallego “O delirio do lume”. En uno de los relatos un grupo heterogéneo de personas (desde anarquistas hasta carlistas, pasando por traficantes) te secuestran a ti y a tu mujer y te retienen en una casona en las afueras de Compostela. El protagonista te secuestró porque quería hablar contigo, escuchar tus puntos de vista. Le parecía que siendo rey se tiene otra visión de las cosas. Y él quería tener esa visión. Te mandé ese libro a la Casa Real, aunque te decía que era anarquista, y esperaba que no te cabrearas. Y me contestó el jefe de la Casa Real muy amablemente. Me dijo que guardarías mi libro con interés”.

    “Un día de estos lo leo”, dijo él.

    “Y otro día fuiste a ver a Ernesto Sábato en Santos Lugares, a las afueras de Buenos Aires. Me lo contó una vecina uruguaya del escritor. Yo había ido a verlo, después de escribirme intensamente con él, pero se estaba muriendo. Miré el jardín misterioso y la casa detrás, donde él entonces pintaba y ya no escribía. Tú sí que sabes, ir a ver a un escritor. Y uno de los grandes, que escarbó en el misterio de la condición humana. Ahora en estos años también estás viendo lo que es la condición humana. O la condición mezquina”.

    Él dijo: “Ya me hice a la idea. Tengo mis compensaciones allá donde estoy. Esta gente me pide que pida perdón por estar vivo. Pero yo sigo vivo”.

   “Fuiste un poco ligero con la bragueta. Y estos santos correctos, cuando hace falta, saben utilizar los actos de los demás. Son tan santos, tan implacablemente santos. Incluso gobiernan el lenguaje con mano de hierro. Y cuando condenan a alguien, incluso es un pecado que respire”.  Él dijo: “Sí, pero yo respiro”.

   “Y te atreviste sin retóricas a soltarle aquello al golpista venezolano: Por qué no te callas. Cuánto te admiré por aquello. Así se habla cuando hace falta, sin retóricas ni zarandajas. Fuiste con lucidez impulsivo y apasionado en ese momento, te dejaste de teatros y de frases vacías. Le plantaste cara a ese dictador de tres al cuarto que llevó a su país a la miseria. Aunque es peor el que le sucede, el que habla con un pajarito. Será un pajarito de hierro, porque los de verdad no son tan rígidos”.

    “Sí, también aquello me dio problemas. Solo unos pocos como tú me admiran por eso”- dijo. “Claro que te admiro ´- insistí- fuiste como la niña de Andersen que dijo que el rey estaba desnudo. No quisiste que se devaluaran del todo las palabras”.

    “Ya ves, el mundo está así. Al menos este Mencía está muy bueno”, dijo. “El mundo está lleno de ruido y de furia. El ruido sin contenido de los correctos y la furia sin contenido de los correctos. El pataleo tonto de los algoritmos y de las idioteces artificiales. La gente funciona programada. No se puede estar vivo de verdad, como tú y yo que admiramos a Ernesto Sábato”.

   “Ya solo queda la melancolía, como decía Sábato”, susurró Don Juan Carlos. ”Pero una melancolía muy viva, como decía Sábato. Tú y yo somos personajes de Sábato”.

    “Voy a volver a leerlo un día de estos. Me ayudará a vivir”, dijo él. “Como ayudó a un músico que estaba en la cárcel en Serbia y fue a Buenos Aires para darle las gracias. El penúltimo libro de Sábato fue La resistencia. Y nosotros resistimos”, le dije en aquel bar de mi pueblo en Lugo.

    “ Pero en el fondo tú eres el rey Lear. Como siempre, Shakespeare se adelantó a todo, lo supo todo. Nadie captó la vida desconcertante como él (y después Faulkner). Las hijas de Lear lo llenaron de elogios pringosos y falsos y después lo traicionaron. Y otra hija le señaló con sinceridad sus defectos pero luego lo apoyó en la soledad y la tormenta. Y a ti te han echado estos falsos con sus correcciones y sus santidades de acero. Con sus puritanismos y su control rabioso de todo. Estos que no dejan vivir al diferente, al que dice la verdad aunque sea rey. Tuviste que vagar lejos como el rey Lear. Pudiste meditar en la soledad, bajo una lluvia furiosa de tópicos, en lo que es la gente. Al menos la gente actual tan poco viva”.

   “Pero este Mencía está muy bien. Y me escapo algunas noches por los pueblos de Galicia para escapar de los correctos algorítmicos. Y leo literatura en la noche, releo a Ernesto Sábato”. “Sí, ya solo la noche nos salva en este encierro. La noche y el exilio. Estar en una cueva solo, como el rey Lear, con su hija que le habla de verdad y lo quiere de verdad, puede ser mucho mejor que estar en el palacio con alacranes mecánicos. Igual que hizo Alfonso X de Castilla cuando solo le quedaba fiel Sevilla y quiso escaparse solo en un barco para escuchar las olas y escribir poemas. Tú te me pareces un poco a Alfonso X el Sabio”.

    “Gracias, es un gran cumplido”.

    “Y visitaste a Ernesto Sábato, un gran escritor solitario, en su soledad, y mandaste callar a un dictador infatuado que hablaba como una máquina disparada. Y fuiste vivo aunque fueras un Borbón. Y tuviste un anti-convencionalismo deslumbrante”.

    “Me alegro de tener amigos como tú en la noche”- dijo Don Juan Carlos.

   (Para el papanatismo de la corrección: Esto es literatura, no periodismo).

ANTONIO COSTA GÓMEZ           FOTO: CONSUELO DE ARCO

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