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Como el lucero brilla en la aurora, así Carmona en Vandalia.
Fernando III, Carmona, año 1247
A ese lucero que brilla en el corazón del Valle del Guadalquivir.
Podría hablar de una estrella suspendida coronando una cumbre. Podría hablar de reinos extinguidos sobre tierra firme, donde la memoria se detiene tras los pasos que la recorren. Podría hablar de un lugar que es vínculo y cordón umbilical de civilizaciones, de culturas que dejaron sus raíces hundidas en tierra calma y fértil y no ha dejado nunca de ofrecer sus frutos. Podría hablar de tanta gente que admiró los amaneceres y auroras en nuestra Vega. Podría hablar de cientos de batallas libradas, de vencedores y vencidos, de reyes y vasallos, de gente que va y viene.
Pero no soy yo quien exponga palabras que serán olvidadas. Sois vosotros, amigos, lectores, viajeros, visitantes, curiosos, enamorados, románticos, bohemios…, los que llegáis a las Puertas de esta ciudad milenaria y dejáis escapar vuestros suspiros de admiración hacia tanta belleza contenida; sois vosotros los que, con gestos de gratitud, dejáis en nuestro Centro de Recepción Turística la expresión imborrable de unos rostros que no necesitan palabras para mostrar la emoción vivida durante la visita, el paseo por sus calles y monumentos y, en especial, el asombro al contemplar sus vistas, más de doscientos cincuenta metros de altitud sobre el impresionante paisaje de nuestra campiña: la Vega, el Alcor y las Terrazas del Guadalquivir.
No es posible materializar esta experiencia llevándose en la maleta un souvenir, el regusto de una riquísima «tapa» elaborada con los mejores productos de la huerta y siguiendo las recetas que generación tras generación mantienen sus aromas en las cocinas, ni siquiera con el dulce sabor de la pastelería tradicional horneada en el recoleto silencio de un cenobio.
No, no es posible llevarse todo esto en los bolsillos, porque Carmona hay que vivirla y sentirla en sus tradiciones, en sus fiestas, en su gente, en sus luces, en sus sonidos, en el tacto de la piedra de los Alcores, donde aún se percibe con fuerza el pálpito de aquellos pueblos que abrevaban en el Mediterráneo y durante siglos dejaron cultura y vida a su paso, en su estancia y en su partida.
Carmona imprime en la piel de todo el que la visita el deseo y la necesidad de volver. No os puedo dar una explicación. Sencillamente, Carmona es la certeza de la permanencia de la vida desde hace cinco mil años. Cinco mil razones que se enredan en los pies de todo el que camina sobre su tierra, de todo el que sube a sus torres y de todo aquel que se pierde en su patrimonio oculto.
Yo nací en los Alcores, vivo en los Alcores y tengo el gusto y el placer de desarrollar mi trabajo ofreciendo a todo el que se acerca hasta aquí la posibilidad de disfrutar y sentir su esencia entre las murallas y muros de Carmona, ese lucero que brilla en el corazón infinito del Valle del Guadalquivir.

Almudena Tarancón Jiménez
Técnico en Empresas y Actividades Turísticas
Guía Oficial de Turismo
Oficina de Turismo de Carmona
www.turismo.carmona.org
almudenatarancon@gmail.com
Sus palabras son como el tictac de un reloj, como la letanía de un rosario entre dedos de un creyente. Comienza hablando con una débil voz, dubitativa, al tiempo que abre puertas tras las que mostrar todas las grandezas de la monumental Carmona. Ah, Carmona. Pero enseguida se da cuenta de que es ella, la autora, quien quiere recibir -mirando a los ojos de los visitantes-, qué cantan, qué dicen, qué lloran… Qué sienten cuando miran y admiran esta ciudad milenaria. Tan bella aunque tan lejana… Pero tan cerca al mismo tiempo: como el corazón, ni lejos ni cerca. Donde debe estar. Mientras suena una prosa magistral por Los Alcores.
Manuel, estas palabras tuyas son aire fresco, en estos días de calor y llegan hondo.
Gracias
Almudena