Cirlot, Amor al Anochecer

Cirlot, Amor al Anochecer

Antonio Costa Gómez
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CIRLOT, AMOR AL ANOCHECER

       ¿Por qué no volvemos todos a Cirlot? Su “Diccionario de símbolos” nos descubrió todos los secretos que se esconden en el lenguaje, los que nutren escondidamente el arte y la vida. Pero en su poesía todavía fue más allá.

     ¿Quién puede olvidar aquellos versos de “Donde las lilas crecen” : “Te conozco,/ eres aquella niña/ que jugaba con vidrios y violetas,/ mientras el horizonte enloquecido/ se ponía muy pálido”. ¿Quién puede como Cirlot crear mitos, inventar situaciones reveladoras, resucitar pasiones profundas? ¿Quién como él puede descubrir a una diosa en el rostro de una actriz de segunda fila, Rosemary Forsyth, que trabajó en la película olvidada “El señor de la guerra”, y llamarle Bronwyn? ¿Y amar en ella a esa mujer a la que ama en todos los escondrijos del lenguaje con su alma poliédrica?

     Inglaterra no existe, es solo “el país donde las lilas crecen”, más allá del mar, donde puede amar a esa mujer que lo llama detrás de todas las palabras. Es la mujer a la que busca desde siempre, con la que encontrará la plenitud más silenciosa en la noche.

Le dice : “La noche está desnuda dulcemente”. Y en esa desnudez esencial como la música de Chopin podrán encontrarse. Y va hacia ella : “Mi barca de cristal sobre los bosques/ se eleva hacia tu casa”. En la noche la barca del alma vuela hacia la casa metafísica de ella.

      Habla con ella con palabras sin pretensiones, como Bécquer o Heine, y por eso se llenan de resonancias. Sus versos entran en nosotros de forma suave, sin aspavientos,  sin que nos demos cuenta. Y en esas palabras populares encuentra el lecho para acostarse con ella.

     “Un silencio morado me rodea”, le dice. Ha dejado todos los pensamientos y la palabrería interior y solo quiere los silencios místicos del lenguaje. Solo usa las palabras para ponerse a escucharla. Deja que todo hable sin estorbos. Atraviesa las distancias de la muerte y la noche que los esencializan a los dos. Y en ese luto callado la encuentra totalmente. En la Inglaterra de lilas que no existe.

     Y entonces le dice : “Pero allá lejos brilla/ la luz de tu ventana/ que estrellas interiores iluminan”. Las estrellas interiores son los secretos que ahora los dos manifiestan, todo lo que de día no podía verse. El ser se manifiesta en todo su esplendor por la noche y la luz tras la ventana es lo más secreto de ella. Materializa  su alma.

      “La noche está desnuda en tu mirada”. Y ellos dos se desnudan. Se despojan de propósitos, de doctrinas, de limitaciones. Sus miradas se desnudan. Y ellos dos son ya ellos mismos y las palabras son más que palabras.

      Y finalmente “un sol verde muy pálido,/ inútilmente lucha desde el cielo”. El sol que nos aplasta durante el día se ha hecho verde y pálido para albergarlos. La palidez se ahonda para recibirlos. En esa Inglaterra que no existe. Que es el país de las lilas.

El horizonte enloquece  para que Cirlot encuentre a su amada. Que es la Bronwyn de una película perdida o es la Susan Lenox cubierta de llagas como una mártir. Y es aquella niña que jugaba con vidrios y violetas en el no mundo. Aquella que ahora ya todos conocemos íntimamente. Enloquecidamente.

       Ojalá tuviera para siempre en mis manos aquel libro inolvidable, “Donde las lilas crecen”. Sobre todo en aquella edición con litografías de la georgiana Olga Sacharoff.  ¿Por qué no volvemos todos a Cirlot?

ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR

 

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