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José de María Romero Barea
La poeta inglesa Charlotte Mew (1869 – 1928) no goza de la reputación que merece, ni en el Reino Unido ni en España. Y eso que Thomas Hardy se declaró admirador suyo y ella lo visitó en varias ocasiones, hacia el final de su vida. Virginia Woolf, ajena a los halagos, la nombró la más grande poeta viva y Sigfried Sassoon solía equipararla a Emily Bronte. Mew se suicidó poco después de la muerte de su hermana Anne. Se enamoró de tres mujeres, y fue rechazada por las tres: “Deberíamos haber dormido, pero ahora, / oh, solitaria cabeza/ somos apenas la sombra de una rama que se agita/ bajo la luz de la luna/ sobre el lecho” (“Fin de Fête”). El miedo a la enfermedad mental y la certeza del rechazo, informan una poesía críptica.
En la biografía Charlotte Mew y sus amigos, la magia de la también poeta y novelista Penélope Fitzgerald desafía el mero análisis. Cuanto más se adentra en la figura de la malograda poeta de Bloomsbury, más difícil se nos hace alcanzar su misterio. Su libro sigue siendo una miniatura brillante, un libro corto escrito con una sensibilidad astuta, que de alguna manera comprende todo un mundo. O eso sugiere la novelista británica Sue Gee (1947), en el número 51, de otoño, de la revista londinense Slightly Foxed, donde escribe con pasión sobre ambas escritoras, Fitzgerald y Mew.
La fulgurante carrera de la primera comenzó a la edad de 60 años. Publicó su primera novela en 1977; ganó el premio Booker con Marino en 1979, a los 63. Antes de morir, a los 83, en el 2000, había publicado nueve novelas. Fitzgerald escribió la biografía a principios de los 80, cuando aún pudo hablar con algunas personas que habían conocido a la biografiada. Se alude en ella a la intensidad de una autorrealización frustrada, que se traduce en una poesía engañosamente frágil. Se evita el tono académico en favor de la peripecia. Fitzgerald se muestra cercana, mientras comprende la fragilidad humana con benevolencia divertida.
Se afirma en el prólogo: “[en los poemas de Mew] la amarga pérdida se convierte en preciosa: anhelos amargos, dulces anhelos”. A las típicas formas fitgeraldianas (la presentación inconexa de hechos y acontecimientos, las observaciones y exposiciones sumarias, la penetración asombrosa y la simpatía) sucede la exploración de la desolación que acompaña a la total ausencia de fe. Fitzgerald se proyecta a sí misma en esas versiones de amigos y conocidos. Su trabajo es multifacético, fascinado por los marginados y los marginales.
“¿Su sueño? El mío: la luna, la madera que ve; toda mi vida odiaré a los árboles” (“The Fête”). El artículo de Sue Gee contiene una amplia selección de poemas, donde la historia encuentra su curso a través de las indirecciones, los apartes cómicos y las escenas extrañas. Nos revela, al mismo tiempo, una biógrafa con sentido del humor, cuya intuición instintiva de las tragedias de la vida nunca oprime su deleite en la comedia humana. Su grandeza reside en su voluntad dichosa de traspasar lo meramente literario. Con extraordinaria y lírica brevedad, la novelista crea un mundo entero, pero de adentro hacia afuera, de modo que nos devuelve a la protagonista de su biografía de forma universal, en humanidad compartida.
Sevilla 2016