‘Cerrar los ojos’, el testamento de un maestro del cine

‘Cerrar los ojos’, el testamento de un maestro del cine

‘Cerrar los ojos’, el testamento de un maestro del cine

El testamento de Erice, entre lo sublime imaginado y lo decepcionante real, es una reflexión sobre el cine y sobre el paso del tiempo

Por Manuel Ligero

Cuentan que Juan Marsé, cuando leyó el guion que Víctor Erice había escrito a partir de El embrujo de Shanghai, dijo que era incluso mejor que su novela. El detalle tiene su importancia porque Marsé era tan parco en elogios como implacable en la crítica de las adaptaciones cinematográficas de sus obras.

Aquella película nunca se hizo, pero Erice, para regresar al cine con Cerrar los ojos, después de 30 años de silencio, arranca con una clara referencia a ella. Se trata de la escena de una película inconclusa, la última que interpretara el actor Julio Arenas (José Coronado) antes de su misteriosa desaparición. Está rodada en celuloide de 35 mm y contrasta con la textura digital y vulgar del resto de la cinta, la que habla del director Miguel Garay (Manolo Solo) en su supuesta vida real, descuidada, anodina, autoevaluada profesional y sentimentalmente como un fracaso.

Este efecto está cuidadosamente elegido y deja en el público un regusto amargo por comparación. En él conviven los dos Erices: por un lado, el maestro del cine europeo que rodó El espíritu de la colmena, El Sur y El sol del membrillo con una delicadeza pictórica que ahora sólo utiliza en una escena imaginada, la que muestra a Coronado quitándose los zapatos en el acantilado en el que se perderá su pista y colocándose ante una portería de fútbol; por el otro, el hombre solitario, cineasta y escritor frustrado, tratando de atar los cabos sueltos de su vida.

Para Erice el cine fue siempre un fenómeno existencial. Habla de él como de una revelación. Los ojos de la niña Ana Torrent en El espíritu de la colmena, cuando está viendo Frankenstein, no se abren sólo al arte sino fundamentalmente al mundo y a una particular manera de observarlo. Esto es lo que siempre ha intentado plasmar en imágenes: la magia que reside en el acto de mirar. Pero tenemos una vida finita y, en algún momento, tendremos que cerrar los ojos, dejando atrás amores, proyectos, recuerdos. Quizás su Rosebud sean unas postales de Sevilla, un folioscopio con la llegada del tren de los hermanos Lumière o la canción que entona Dean Martin en Río Bravo.

El testamento de Erice, entre lo sublime imaginado y lo decepcionante real, es una reflexión sobre el cine y sobre el paso del tiempo, un resumen minucioso de su obra y, en cierta medida, un ajuste de cuentas con lo que no le dejaron hacer y con él mismo por lo que no hizo (y aquí es inevitable sentir la presencia de Adelaida García Morales). Si El Sur fue siempre para él una película inacabada, si su misma carrera fue interrumpida abruptamente, ahora cierra todos los círculos, cierra esas cajas de recuerdos que tanto aparecen en su obra, cierra los ojos y dice adiós como empezó: a oscuras y ante una pantalla.

Foto portada: Víctor Erice dirigiendo a Ana Torrent. MANOLO PAVÓN / RELABEL

cartel cerrar los ojos

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