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Cartas a Lou de Guillaume Apollinaire
Beso sus manos, sus pies y sus
párpados abatidos y ojerosos,
como los de las cabras enamoradas.
(Apollinaire)
Desde el 28 de septiembre de 1914 hasta el 18 de enero de 1916 -dos años antes de su muerte-, el poeta, novelista y ensayista francés Apollinaire, escribió al menos 220 cartas a una descendiente directa del almirante Coligny: Geneviève-Marguerite-Marie-Louise de Pillot de Coligny-Châtillon (ni más ni menos).
Con prólogo de Michel Décaudin y traducción de Marta Pino Moreno, la editorial Acantilado puso en circulación en 2008 “Cartas a Lou” de Apollinaire.
Es necesario aclarar para que no quepan dudas, que esta Lou no es la que enamoró a Nietzsche, Paul Rée o Rilke, o la que se tuteó con Freud y escandalizó a muchas féminas y meapilas de la época, de la que hablaremos otro día: Lou Andreas-Salomé.
Pues bien, Apollinaire en “Cartas a Lou” -si bien puede resultar pesado porque el género epistolar leído de corrido casi siempre lo es, por lo reiterativo en muchos casos- se nos muestra de un superlativo erótico que puede azorar a mentes cándidas, en esta correspondencia con su desinhibida (bueno, dejemos claro que cada cual hace con su cuerpo lo que le venga en gana) amada Lou:
“Hasta mañana, mi corona de laurel, te beso todas las hojas, también por el envés, y mordisqueo con deleite tus bayas gloriosas”.
Pero el lenguaje de Apollinaire, que pasó en la guerra buena parte de su corta vida -falleció a los 38 años-, también se hace patente en las mismas:
“La de casquetes que vamos a echar (…) mi pequeña esclava culona”.
O insoportable por lo cursi como debe ocurrirnos a todas las personas cuando nos enamoramos:
“Lou, cuando pienso en ti me empalmo de un modo indescriptible”.
Otras veces, cuando el ardor del guerrero debía estar en su máximo apogeo, luego de decirle a Lou “que no se hiciera manitas”, que no se masturbara mucho, soltaba algunas tracas de las que pondré sólo un ejemplo que ruborizaría al mismísimo Marqués de Sade:
“Quiero que me obedezcas en todo, hasta la muerte, y para obligarte a ello, bella indómita, quiero azotarte las nalgas, las gruesas nalgas aterciopeladas que se agitan, se abren y se cierran voluptuosamente cuando estoy encima fustigándolas. Te las flagelaré hasta que sangren, hasta que parezcan una mezcla de frambuesa y leche. Estas dos bellas eminencias merecen en justicia la sotana cardenalicia y yo me encargaré de otorgársela. Te las retorceré de dolor y deleite hasta que, palpitante, te posea con hondura, boca a boca, y si no te rindes te reservo el suplicio del palo, te encularé hasta la raíz de mi verga y te haré gritar de dolor mientras reviento ese bonito culo que se lo tiene bien ganado, ese culito del que me he compadecido mucho hasta ahora”.
En fin, un libro que no aconsejo a lectores melindrosos sino a quienes deseen indagar algo más en la personalidad de Apllinaire, quien, en su vida privada, por las cartas escritas a Lou, se nos revela también como un redomado machista y a veces un tanto homófobo.
Apollinaire, como es sabido, jugueteó en su corta vida con el simbolismo, el cubismo, el dadaísmo y podría decirse que dejó planteada la entrada hacia el surrealismo. Su relación con Picasso, Braque y Matisse así lo atestiguan.
Algunos de sus famosos ideogramas -hoy incluidos en la denominación “poesía visual”- pueden encontrase en este interesante texto.
Paco Huelva
Julio de 2014