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Carlos Vaquerizo
(Sevilla, 1978) es licenciado en Filología Hispánica, trabaja como profesor en un centro de Enseñanza Secundaria de su ciudad natal. Obtuvo el prestigioso premio Adonáis en 2005 por Fiera venganza del tiempo,”Rialp”, 2006. Sus otros poemarios son Tributo de Caronte (I Premio Ciudad de Almuñecar), “Valparaíso Ediciones”, 2014; Preludio de una mirada (VIII Premio Ciudad de Pamplona), “Editorial Celya”, 2014; Consumación de lo eterno, “Ediciones en huida”, 2015 y Quienes me habitan, “Isla de Siltolá”, 2015.
Poemas para “Luz Cultural”
De Tributo de Caronte:
La espera
Qué hay más que el vino, amor, que el vino y tú,
qué hay más que importe
sino acercarse, amor, hacia la nada
porque nada que importe es alcanzable.
Qué hay más, amor, que amar mientras se espera.
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Playa
Devuelve el mar aromas de la infancia,
perdidos laberintos donde encontraba asilo
la nostalgia. Devuelve el mar el pulso
a las cosas vencidas por el tiempo:
las islas inventadas, los naufragios
donde arribaron tantas ilusiones.
En ti reside, amor, todo azul y preciso,
lo que devuelve el mar y lo que el mar se queda.
Ojalá nunca espere en esta playa
que con el mar regreses.
Que el mar sólo devuelve lo perdido.
Era un adiós oscuro, al borde de la lluvia
Era un adiós oscuro, al borde de la lluvia.
Se encendieron de pronto las luces y los cantos
antiguos trepidaron por henchidas raíces
hasta tibiar el pulso del alma y de la carne.
Que fue un adiós oscuro, lo sé, reptando sigue
el peso de la noche en mi sangre embriagada
por esa oscuridad de tu adiós cuando el tiempo
no era consciente aún del frío de las hojas.
La noche lo repite: “era un adiós oscuro”.
Me ahueco en la sonora solemnidad del musgo
que crepitando busca la densidad corpórea
del mar y la memoria, donde siempre te pierdo.
Era un adiós oscuro. Aún su luz me sostiene.
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De “Quienes me habitan”:
II
Igual que a veces siento
un profundo deseo de abrazar a los árboles,
de quitarme el sombrero para que aniden pájaros,
de esparcir por los aires mis versos más queridos…
a veces también quiero ungirme en el oscuro
sueño que me atraviesa
de parte a parte.
Y soy yo, el otro, el mismo, el que está ausente
cuando aparece el rostro imprescindible
para permanecer.
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Cable Hogue
Yo, que soy pecador y estuve cerca
de un largo adiós de crótalos,
conduje hacia mis manos
toda el agua que nunca estuvo allí.
Y bendije la arena del desierto
y sostuve mi sueño de estilita
y amé sobre las heces de los hombres
a la mujer más bella.
Santifiqué mi tierra, la huella de mis pasos,
fui numen de mí mismo, edifiqué
palabra por palabra sobre el texto
sagrado mi evangelio.
Mi canto multiplica la arena del desierto
mientras el viento silba Butterfly Mornings.
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IV
Cercenada la noche por hogueras,
la noche informe,
sin puntos cardinales.
Noche transfigurada en otras noches
donde el hombre se adentra sin brújulas ni sueños.
Las luces de neón no la iluminan.
Noche de Schönberg,
de Rilke, de Virgilio.
Noche sacrificial que me hace noche.
Sacramental, oficia la impostura
de existir entre dudas y naufragios.
Presagio del final, noche imposible
que se rompe en mi pecho y que prolonga
su origen infinito y sin orillas.
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V
Y vuelvo a vislumbrar mi propio rostro
en la borrosa línea de tu infancia.
De nuevo soy azul como tus pasos,
que conforman un mundo ya creado.
Somos un mundo en otros. Emergemos
como los números
de una fracción periódica.
Pitágoras, Pacioli, Borges, Russell…
la ecuación insoluble nos sorprende
preparando la fórmula de alquimia
que aprese al tiempo y nos devuelva
las horas donde fuimos sólo niños.
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De “Preludio de una mirada”:
Poética
I
Intentar escribir es un bosquejo
del sueño de ser Dios. A la deriva
el hombre pende entre Dios y el mundo.
Escribir es crear. El hombre asume
la borgiana tarea de ser otro
intentando ser Dios.
Y se hizo la luz y el hombre y el poema.
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IV
Todo se vuelve himno, anécdota o escombro
para que el alma vibre, se purifique y cante.
Todo fragmento busca el vínculo que logre
encontrar la unidad que dé sentido al mundo.
Aquí mi voz, el eco del brillo de mi canto
gestado en mi conciencia, largamente, en el limbo
de lo que luego fue palabra, llama, rezo,
sublimidad del ser, litigio en busca
de alcanzar lo inefable con palabras.
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Momia hallada en Karnak
Profanaron mi cuerpo y el recuerdo
de quienes me brindaron las exequias.
Todo lo usurpa la labor del tiempo.
Sin orillas quedaron
profecías y salmos y batallas.
Cada día fue solo la fragua de un adiós.
Hoy admiran los despojos, que lloro
y aborrezco. Pasaron
como un sueño o el silencio del mar
y su naufragio.
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Adiós
Y fue tu desamor tan hondo y claro,
tu amargura tan pura, tan doliente,
que no pude dudar cuando marchabas.
Que no pude esperar nada del viento.
Todo rodó sin ti sobre mis manos
preguntándome siempre, preguntándome.
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De “Consumación de lo eterno”:
Canto inicial
Porque el amor se ramifica y canta
y se despliega como una bandera
y siembra por los puntos cardinales
su proteica sustancia inmarcesible,
no sé bien a quién amo ni a quiénes doy mis dones:
cuerpo de mujer tendido sobre el cuerpo del mundo
que recoge los frutos que escancia la memoria;
cáliz que acecha una victoria incierta
de un dios amortajado…
Y en los rigores y en las hendiduras,
volcado sobre el fuego de los días
que se expande y se extingue sin remedio
porque el hombre nació para la muerte,
te he dado, Amor, amor en las alturas,
en los oscuros, turbios barrizales
para morir amando y ser tan libre
como para seguir amando tras la muerte.
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II
Me otorgaron la noche con sus prolijos días,
con sus soles limpísimos…
Me otorgaron la duda.
Indagué por los círculos, los caminos abiertos;
conviví con lo inhóspito, coroné lo difícil
y me mantuve firme, doliente y esperándote.
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V
Aborrezco la carne, me lacera
el bullicio del mundo.
¡Cómo serpea el brillo
y la música íntima del oro
la tierra. Mercaderes
llueven sobre las fauces de la vida.
Quiero ya tu ablución,
pronto debo saciar esta asfixia, esta ausencia
que desata tu amor tan lejos de mi vientre.
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VIII
No aflorará en las urbes ni en los páramos
ninguna luminaria mientras lleve
prendido este rosario de cadenas
con todos mis errores, con la inquieta
pulsión de los placeres materiales
atusando mi piel.
Todo es ceniza,
pues ardí, impenitente, en lo terreno.
No atisbo el horizonte, solo el revuelo ávido
de un río vertical y vibrante que amaga
con descargar su ira.
De “Fiera Venganza del tiempo”:
HERMANO
MÍO
Atravesé la brisa cuidadosa
que funámbulamente nos unía.
La atravesamos. Desde entonces nunca
hemos vuelto a pisar la misma senda.
Sólo la sangre, el hálito caliente
del primigenio soplo nos enlaza.
Mira mi mano limpia por las lluvias
que fueron habitando nuestro olvido.
Tómala, hermano, acércala a tu pecho.