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Persia es un país de una cultura fascinante y milenaria. Los clérigos lo asesinaron cuando le llamaron Irán. Sus aportaciones a la Humanidad son incalculables. El Islam no acabó con sus antiguas leyendas ni sus mitos ni con la personalidad de sus creadores. Su cultura se caracteriza por la pasión y la fantasía entusiasta. Pensemos en le religión del fuego que continua en la India, en Zaratustra que inspiró a Nietzsche, en los caballos voladores de Persépolis. Pensemos en sus miniaturas, porque el islam chiíta permite las imágenes. Y pensemos sobre todo en sus poetas.
En el siglo VI antes de Cristo vivió Zaratustra, que según Plinio el Viejo nació riendo, y escribió los himnos a Ahura Mazda, el dios del fuego, que se recogerían en el Zend Avesta. En ellos pide consejo a Ahura Mazda o le hace preguntas o le pide que lo inspire. En uno de ellos dice:
La felicidad es la herencia de quien trabaja/ por la felicidad de otros./
Que el Señor le conceda Salud y Fortaleza.
Para poder sostener la verdad, te imploro / me concedas estos regalos.
Bendíceme a través del Espíritu de la Rectitud/ con una vida perfecta, guiada por la Buena Mente.
Inspíranos, oh Mazda, con la Verdad a través de tu espíritu santo.
Firdusi en el siglo X se hizo llamar El Paradisíaco. Escribió los 60.000 pareados del Libro de los Reyes, sobre los reyes legendarios de Persia y sobre el héroe Rustam, al que ayudó a nacer el pájaro Simurgh que está formado por treinta pájaros. Se los ofreció al turco Mahmud de Gazni y este le pagó de manera tan tacaña que el poeta se fue lejos. El poema termina con la gran satisfacción de haberlo escrito (igual que Gonzalo de Berceo decía al final de Milagros de Nuestra Señora que se merecía un vaso de buen vino): “Estoy agradecido a este gran palacio del verso./ Ya que no puede ser vencido por el viento ni la lluvia”.
Nizami nació en lo que ahora es Azerbaiján en el siglo XII y lo aman en toda Asia Central. Escribió historias de amores locos, como Cosroes y Sirin (que inspiró miniaturas bellísimas, que llevó al cine Abbas Kiarostami) o Majnum y Leila, el loco y la noche. En este último puede leerse:
Era un día que hacía que todos los ojos tuvieran más brillo,
una de esas mañanas que esparcen un perfume del paraíso por el mundo,
¿cómo podía granar la semilla del infortunio en una hora como aquella?”.
Omar Jayam en el siglo XI dio vueltas por el mundo persa, fue amigo de reyes, escapó de fanáticos que querían su muerte, conoció al Viejo de la Montaña que es el prototipo del doctrinario que liquida los disidentes en cualquier parte. El defendió el vivir el instante, la tolerancia, la sensualidad, el no saber qué hacemos en el universo, la profundidad de la experiencia. Afirmó la intensidad de su vida contra el silencio del cosmos en sus famosas Cuartetas. En una de ellas dice:
Los retóricos y los sabios murieron sin poder entenderse sobre el ser y el no ser.
Aunque nosotros somos ignorantes, hermanos míos
sigamos saboreando el vino de las uvas
y dejemos a esos grandes personajes regalarse con las pasas.
Saadi nació en Shiraz en el siglo XIII y viajó por el mundo entero y le ocurrieron montones de cosas antes de regresar ya viejo a su ciudad . Escribió dos grandes libros, El jardín de los frutos es una colección de historias en verso para ilustrar virtudes, El jardín de las rosas tiene un montón de cuentos con poemas en medio. Hay cuentos sobre los reyes, sobre los derviches, sobre el silencio, sobre el amor, sobre los viejos, sobre la educación. En un cuento sobre un luchador dice:
Aunque el hombre no puede tomar más de lo que le está asignado
no debería ser indolente en sus esfuerzos.
El buceador que tema las fauces del cocodrilo
nunca encontrará la perla de valor incalculable.
Y en El jardín de los frutos una polilla le dice a una vela:”Soy tu amante, es adecuado que me queme ¿por qué lloras?” Y la vela responde:
Ay amiga. Tú no tienes paciencia, huyes ante la llama.
Yo permanezco erguida hasta que me he consumido.
Si el fuego del amor ha quemado tus alas, mírame a mí
que debo arder de la cabeza a los pies.
Hafiz vivió en el siglo XIV, tiene una tumba bellísima en Shiraz y sus canciones de amor se cantan en toda Persia. Canta el amor secreto y apasionado, el olvidarse de todo, las oscuras tabernas, los ciervos del bosque que se hacen amigos íntimos de él, las muchachas salvajes que se pierden por los mercados. Habla de tragos secretos, de amantes de pelo alborotado, de corazones locos, de visiones. En un poema muy anterior a la Noche oscura de san Juan de la Cruz dice:
Con el rostro alborotado, cantando una canción
de amor, despeinado el cabello,
la mejilla arrebatada por el vino, el vestido
desordenado y el pecho descubierto.
Junto a mi en la oscura sombra de la medianoche,
en el borde del lecho se sentó.
A los sabios les llega una copa a los labios
que la noche arrojó
el que no se incline ante el Credo del Vino
es un apóstata del Amor.
Poco antes de que irrumpieran los clérigos y cambiaran el nombre de Persia por el de Irán (con lo cual una fascinante cultura desapareció del mapa mental del mundo) destacó una poetisa rebelde y visionaria, Forugh Farrojzad. Estuvo en París y en Italia, fue actriz, admiró a los poetas franceses. En El muro, Cautiva, La casa negra, Noche en Teherán, Nuevo nacimiento, expresó sus ansias de vivir y sus visiones, escandalizó a los bienpensantes, se hizo llamar la Bilitis persa. En el poema La conquista del jardín no quiere que le escamoteen la plenitud del jardín mítico donde sueña con el Simurgh:
Nosotros hallamos la verdad en el jardín
en la tímida mirada de una flor desconocida
y la permanencia en un instante sin límite
cuando dos soles se miraron fijamente.
Se trata de mi feliz cabello
y la verdad de nuestros cuerpos sobre la impostura
y el brillo de nuestra desnudez
como escamas de peces en el agua.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR