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POR ANA PATRICIA SANTAELLA
La patente influencia que ejerció San Agustín en la doctrina moral sexual del cristianismo es indudable. Hablar de la aversión a la sexualidad significa hablar de San Agustín. Ha señalado la senda en el ámbito de la teología durante milenios.
Influyó de forma notable en los teólogos de la Edad Media como, por ejemplo, con Tomás de Aquino, y en la corriente jansenista. Escindió de forma radical el amor de la sexualidad, vinculando desde una visión teológica la transmisión del pecado original, significando para él la muerte eterna, la condenación para todos aquellos que no son redimidos.
Para él, solamente Jesús estaba exento de dicho pecado, porque vino al mundo sin que mediara relación carnal ninguna.
Perteneció a la secta gnóstica de los maniqueos , prohibida por el Estado romano, por propugnar el boicot a los nacimientos, ya que eran contrarios a ellos: “Predicaban que la tierra era “el reino de las tinieblas infinitas”, y que la procreación era creación del demonio. Posteriormente, San Agustín se convirtió el cristianismo.
Juan Pablo II, en 1980, señaló como “adulterio” el perpetrado en el ámbito conyugal con la propia mujer. El propio San Agustín, dirá: “No está permitido y es inmoral la relación marital”, incluso, con la misma esposa si se impide el surgimiento de una nueva vida.”
Promovió el infundió que Dios persigue: “Con el más alto odio” a las personas practicantes de la contracepción.
En la Encíclica Casti connubil, la primera encíclica anticontraceptiva de nuestro siglo, a Onán se le da la función de intimidar a los esposos. Onán, que de forma infundada dio nombre al onanismo, no practicó la mastrurbación, sino el coitus interruptus, movido por consideraciones jurídicas relativas a la sucesión de la descendencia.
“ El bien de la procreación y la maldad del placer”, son dos de las premisas de donde extrae San Agustín las estrictas pautas exigidas a los esposos. “ Y como la segunda es falsa, las consecuencias para los afectados son desastrosas.” 1
El desarrollo histórico del celibato está jalonado de prohibiciones y a argumentos a favor y claramente en contra. Según dice, Ute Ranke-Heinemann, doctora en teología católica, y a la que le fue retirada su cátedra, en su obra Eunucos por el reino de los cielos. Mujeres, sexualidad e Iglesia católica, “el celibato católico tiene raíces paganas”, hunden sus raíces en la conciencia religiosa de la Edad de piedra. En el evangelio del amor de Dios esa norma no guarda ningún sentido.
Muchos sacerdotes paganos se castraron, para no “mancharse” con la relación sexual, y servir de mediadores puros y castos entre los hombres y la divinidad.
Dichas castraciones las encontramos en Babilonia, Líbano, Fenicia, Chipre, Siria, en el culto de Osiris en Egipto, etc.
- Deschner, en su obra La cruz con la Iglesia. Una historia sexual del cristianismo, describe la existencia de una creencia remota, según la cual, la proximidad a los dioses reclama la abstinencia. Según Demóstenes (322 a.C.),había que guardar durante días la continencia.
Tibulo (hacia 17 a.C.) dice: “Yo os mando que se mantenga lejos del altar cualquiera que en la noche anterior haya gozado de los placeres del amor”.
“La Iglesia, busca con afán en la Antigüedad, reliquias celibatarias como quien busca la antigua nobleza de los antepasados, y no se avergüenza de interpretarlas en su propio favor”.
En 1139, el papa Inocencio II declara la ordenación sacerdotal como un impedimento férreo para poder casarse. Matrimonio y sacerdocio se excluyen jurídicamente tras ordenarse sacerdote.
Así, la Iglesia contaba ya en sus manos con un recurso para impedir el matrimonio de los sacerdotes. Será en el Concilio tridentino cuando se instaura un segundo elemento de control.
Hasta entonces, el matrimonio carecía de forma, incluso podía celebrarse en secreto sin la presencia del párroco y los testigos, al imponerse la presencia de párroco y los testigos, se lograba que los casados en secreto, no accedieran al sacerdocio.
Después de Trento, se da el concubinato en no pocos casos.
A principios del siglo IV, determinaba el Sínodo español de Elvira, que “se obligue a los obispos, sacerdotes y diáconos, así como a todos los clérigos a quienes se les ha encomendado el servicio del altar, que se abstengan de relacione sexuales con sus esposas y no tengan más hijos en adelante”. Quienes nos se atuvieran, debían ser expulsados.
No se trata aquí todavía del celibato en un sentido absoluto, no se exige la soltería, ni se pretende que se renuncie a las esposas, pero se inicia el primer paso para una dura y larga historia de represión.
La Iglesia oriental no llevó a cabo la celibatización.
Osio de Córdoba, fue quien propuso en Nicea la prohibición de mantener a los sacerdotes lejos de las relaciones maritales.
El obispo egipcio Pafnucio, se opuso, esgrimiendo que no había que poner un yugo tan grande.
El sínodo de Granga, defendió a los sacerdotes casados, incluso los Cánones apostólicos (hacia 380) excomulgaba a los sacerdotes que repudiasen a sus mujeres apelando a la piedad religiosa.
El tercer sínodo de Orleans, la observancia era: “Sacerdotes y diáconos no pueden tener la misma habitación ni la misma cama que sus mujeres para evitar la sospecha de la relación carnal. El sínodo de Tours, en el año 567, llegó todavía más lejos: “El obispo debe considerar a su mujer como a una hermana suya”, imponiéndose por este motivo, turnos estrictos de vigilancia.
Sin embargo, es observable una doble moral al respecto, ya que el sínodo de París de 829, determinaba que “no estaba permitido al sacerdote denunciar los pecados del obispo”.
La Reforma gregoriana, que tomaba su nombre del papa Gregorio VII, significó una consolidación de la represión de la mujer y ardua inculcación del celibato, obtuvo no obstante, una fuerte oposición sin ambages de los sacerdotes. “El papa quería hacerles vivir a la fuerza, como ángeles y yendo contra el curso habitual de la naturaleza”.
En diversos países se levantaron tumultos, y algunas autoridades eclesiásticas sufrieron agresiones, golpes, incluso fueron expulsados de la Iglesia a pedradas.
“España no tenía leyes eclesiásticas distintas a las de otros países de occidente y, sin embargo, parece que allí el matrimonio sacerdotal era la práctica habitual.
Pedro López, fundador de la orden de los jesuitas, dejó a su muerte, en 1529, cuatro hijos.
En Alemania se constata un aumento notable de indisciplina entre el clero alemán. Lutero atacó al celibato, su éxito fue arrollador, iniciándose un movimiento a favor del matrimonio entre el clero. Erasmo de Rotterdam, el célebre humanista se unió para que las ”concubinas se convirtieran en esposas”.
Fuente: Ute Ranke-Heinemann. Eunucos por el Reino de los cielos . Mujeres, sexualidad e Iglesia católica. Editado por Círculo de Lectores.
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